Ojo por ojo. Esta ley mosáica está, como la aniquilación del pueblo palestino, en el ADN del Estado israelí. Sus primeros objetivos fueron los criminales nazis huidos. Más recientemente, las víctimas son los dirigentes de la resistencia árabe -libanesa, palestina- a sus planes expansionistas, a los que se han añadido en los últimos años militares y científicos de Irán, su gran Estado rival.

El Mossad, cuya «eficacia» se adivina en los ojos de sus aterrorizadas y potenciales víctimas, ha vuelto a dejar su marca, esta vez en Dubai y matando a uno de los fundadores del brazo armado de Hamas, que huyó de Gaza tras la ejecución de dos soldados israelíes durante la primera Intifada (1989).

Pero esta vez ha dejado demasiadas y problemáticas huellas, desde las grabaciones del hotel hasta el uso de pasaportes europeos.

El tema se presta a las elucubraciones. Algunos apuntan a que Israel se ha visto sorprendido por el celo informativo de la Policía de Dubai. Pero hay quien sostiene que un servicio secreto como el Mossad no hace semejante chapuza si no es conscientemente, buscando precisamente mostrar hasta dónde llega su impunidad.

Mostrarla, pero ¿a quién o a quiénes? Porque, por encima de teorías conspirativas, si algo ha quedado en evidencia en los pasillos del hotel dubaití donde tuvo lugar la operación no es el propio Mossad, sino sus aliados europeos, sin cuya complicidad Israel, con su Mossad y su política de segregación de los palestinos, sería simplemente un paria, como la Sudáfrica del final del Apartheid.

Y, mientras tanto, Israel hace muecas para ocultar su sonrisa. Diente por diente.