Raimundo Fitero
Agresivos
Violencia y agresividad verbal aparecen revestidos como la manifestación de un carácter asertivo. La peineta del guardián del centeno más reaccionario es una manera más de aparecer en televisión. Quizás la única manera que asegura la presencia sea la violencia, el desbarre, la mentira o la invasión de países. Por cada artista que luce sensibilidad creativa, debemos pagar un peaje de doscientos bocazas, gritones, agresivos y violentos. Aznar es la expresión más chocarrera de la violencia mental, de la falta de cintura democrática, de la soberbia embadurnada de la harina de dólares molidos por las concesiones, la corrupción y la desfachatez. Pero es un líder. Y ha hecho escuela.
Por lo tanto, la legionaria expulsada de GH se nos presenta como una simple secreción cutánea del cuerpo social. Su lenguaje soez lo ha aprendido en el cuartel, en la calle, y en la televisión, como gran escuela de costumbres y blasfemias, muestrario de insidias e insultos, en las tertulias presuntamente políticas o las presuntamente sociales. El énfasis forma parte de una caracterología y de una falta de controles. Para sobrepasarse como hizo esta mujer en GH tuvo la ayuda del ambiente y el consumo de alcohol, esa lacra tan asumida. Decía un amigo mío que cuando uno se emborracha no es que le cambie el carácter, es que se quita la prevención a ese carácter y aparece la agresividad, la violencia incubada y protegida por la idea social de la corrección, el verdadero ser de cada cual.
Llegamos entonces a «Generación Ni-Ni» y vemos como toda esa involución se concentra en los jóvenes cuya sensibilidad se ha formado a base de soledades, convivencias y ejemplos confusos, la inmensa mayoría venidos de los que, en teoría, deberían ser los maestros. Agresivos sin rebeldía. Agresivos por costumbre. Parece que la agresividad sea un lenguaje universal con el que relacionarse. Y el fútbol canaliza agresividad, que en ocasiones se cataliza y se convierte en una pelea campal. Y la conducción se hace con desquiciamiento agresivo. La agresividad se apodera de lo cotidiano, de lo normal. Y el educado, melifluo, parece tonto. Abracemos a todos los tontos, que son de los nuestros.