Todd Haynes es el creador actual que mejor conoce la relación entre la música y el cine, gracias a que su exploración del papel que pueden jugar los músicos en la pantalla va mucho más allá de la servidumbre mediática del vídeo-clip. «I'm Not There» es una obra que se sitúa a años luz del «biopic» musical made in Hollywood, entre otras cosas porque la inaprensible figura de Bob Dylan no se ajusta a los cánones de la narrativa convencional. Este artefacto anticomercial de uno de los mayores agitadores con que cuenta la producción independiente, y que ha tardado tres años en estrenarse en nuestras salas, es un glorioso experimento que traspasa la imagen del propio cantante de Minnesota para penetrar en el corazón mismo de la cultura popular de la segunda mitad del pasado siglo. Analiza con un profundo sentido crítico la influencia del folk en los cambios sociales, en la medida en que de la música tradicional surgió la canción protesta y el rock más combativo, dentro de una evolución cuyas contradicciones y renuncias siempre pillaron en medio al camaleónico Dylan.

La visión caleidoscópica que Todd Haynes ofrece de alguien rebautizado artísticamente como Bob Dylan es una aproximación a sus múltiples facetas, lo que no deja de ser una reinvención de ciertas realidades o de sus tópicos más extendidos. Y, según un recorrido tan imaginativo por la sinuosa vida y andanzas del moderno trobador, hasta pudo llegar a lucir en alguna de las encrucijadas por las que atravesó un aspecto andrógino. La ambigüedad reflejada por la transformista Cate Blanchett con un misterio cautivador, que supera incluso lo vivido por el verdadero compositor de «The Times They Are a-changin' », distancia definitivamente al ídolo de sus fans. Sin desmerecer a los otros cinco Dylan de la función, ella es la presencia clave, la que inspira al cineasta un vertiginoso repaso a las estéticas fílmicas de los 60, con homenajes al pop de Richard Lester, a la nouvelle vague y al Fellini de «Ocho y medio».