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Josebe Egia

Con nombre propio

Existe un pacto entre las feministas de viejo cuño de no descalificar a ninguna mujer pública en público, porque de algún modo es dar cancha para estereotipar a todas ellas. He compartido esa filosofía y la mantengo en todo lo que tenga que ver con su vida privada -siempre que no esté en contradicción con la ideología que dice defender-, justo lo que se utiliza para desautorizarlas, porque es evidente que no se mide con el mismo rasero a una mujer con poder público que a un hombre.

Sin embargo, no la comparto a la hora de criticar su modo de dirigir cuando tienen poder. Creo que si no lo hacemos son piedras que caen sobre nuestro propio tejado, el del verdadero feminismo que pretende dar un vuelco al modelo patriarcal de dirección en el que estamos viviendo. Por eso hoy, y aunque no me gusta hacer leña del árbol caído, dedico este txoko a Ana Urchueguía, hasta hace cuatro días alcaldesa -parecía que vitalicia- de Lasarte Oria.

Una pequeña reflexión más antes de hablar de ella con nombre propio. En política, salvo honrosas excepciones, encontramos dos tipologías de mujeres: la «femenina», que parece que nunca rompe un plato y está al servicio del jefe de turno, pero cuidándose de no «brillar» más que él aunque luego use ardides de género para estar siempre bien colocada y si hay que pisar cabezas lo hace sin despeinarse, o la que actúa como un «hombre» de ordeno y mando y con mano de hierro. Las dos, a fin de cuentas, son víctimas del sistema patriarcal sexo/género que, al final, las fagocita.

Ana Urchueguía es de las segundas. Ha ejercido de alcaldesa, y como tal la critico, derrochando los peores valores masculinos. Prepotente, imperiosa -hasta rozar lo dictatorial-, demagógica, intolerante... durante sus mandatos ha menospreciado a sus colaboradores más cercanos, ¡y no digamos a la plantilla del Ayuntamiento!, y ha dirigido el presupuesto municipal como si fuera suyo, con el que podía hacer y deshacer a su antojo. Vamos, que no se movía una hoja sin que ella lo fiscalizara. Sus cercanos la temen y la odian pero, curiosamente -quizás porque todavía tenemos el síndrome de Estocolmo de la dictadura-, ha ganado elección tras elección consiguiendo mayorías absolutas para su partido, el PSOE.

Se la acusa de haber desviado fondos públicos a Somoto, Nicaragua, donde tiene una casa y a su novio, y la adoran, pues no en vano ha derrochado dinero a manos llenas en su mejor estilo de buscarse gente adepta a través de prebendas. Esta acusación no es nueva, antes de las últimas elecciones municipales circulaba ya un video que la retrataba. El PSE la mantuvo como candidata y la oposición brilló por su ausencia.

Ahora está en la picota. ¿Qué teme el PSE? ¿O a quién beneficia su marcha? El Gobierno Vasco le facilita la salida con un puestito de la SPRI en el exterior, y la oposición, es decir, el resto de los partidos, está sacando las uñas. ¡A buenas horas! Me alegro de que la alcaldesa de Lasarte-Oria desaparezca de la escena política. A Ana Urchueguía, como persona, le deseo que le vaya bonito.

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