Cronista comprometido en «cuestiones clandestinas»
M. Mateos-Vega (La jornada) |
Escritor, ensayista, poeta, tenor, puntual crítico de la política social y cultural mexicana, desde su infancia Carlos Montemayor cultivó gran amistad con escritores como Ignacio Solares, quien suele recordar la anécdota de un pulcro niño Montemayor que llegaba a jugar con un par de relucientes pistolas de juguete, negándose a hacer pasteles de barro y pidiendo en cambio: «¿no tienen un poco de ese material masticable que tienen en la boca que me conviden?», en lugar de chicle. «Este cuate seguro será académico de la lengua», bromeaban entonces. No se equivocaban. Su pasión por la sonoridad no sólo del habla castellana, sino de los diversos idiomas indígenas de América, llevó al ensayista a ocupar un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua, en la Real Academia Española y a ser un incansable promotor de la poesía maya, zapoteca, náhuatl y guaraní.
Licenciado en Derecho y en Letras Iberoamericanas, fue catedrático en la Universidad Autónoma Metropolitana. Sus novelas, crónicas y ensayos acerca de diversos movimientos sociales son referente para analizar el contexto y la actualidad de fenómenos como las guerrillas y los levantamientos indígenas. Cuando era joven, presenció en su natal Chihuahua la fuerza de un movimiento campesino que se extendía por todo el Estado. «A principios de los años 70, algunas compañías privadas dieron inicio a una serie de despojos de tierras que provocó la reacción inmediata de los campesinos y, paulatinamente, la conformación de una fuerza organizada», explicaba. «Cuando me fui a estudiar a la Universidad de Chihuahua, entré en contacto con los cuadros políticos y frentes campesinos que me permitieron conocer más de cerca este proceso social. En esa época varios amigos míos, muy jóvenes, se radicalizaron y tomaron las armas». Ellos constituyeron el primer movimiento guerrillero en México.
Contra la versión oficial
Desarrollaron varias acciones, que narró en «Las armas del alba». La más notable ocurrió el 23 de setiembre de 1965; esa mañana intentaron tomar por asalto el cuartel militar de Ciudad Madera. «Cuando me enteré del ataque y vi las fotos de algunos cadáveres de mis compañeros me sacudí, pero sobre todo, me estremeció el tipo de información oficial sobre ellos: los trataron de gavilleros, de delincuentes, de pistoleros, de robavacas. Eso fue lo que más me afectó, porque a mí me constaba su honestidad, su limpieza, su integridad, su militancia, su generosidad. Esta impresión de cómo una versión oficial puede destruir tan brutalmente la verdad de la vida humana me marcó para siempre». Así surgió su compromiso de contrastar las versiones oficiales con la realidad, tanto como analista político como historiador.
Se definía como especialista en «cuestiones clandestinas», también por su interés en la cultura clásica: «Temas que no le interesan a nadie, pero que están en el subterráneo de nuestra cultura occidental. Las cuestiones indígenas son también algo oculto y subestimado, y los movimientos guerrilleros están también en el subterráneo de la conducta social, de manera que puedo decir que tengo vocación por la clandestinidad, cultural, literaria y social».
Datos: Nació el 13 de junio de 1947, en el Parral (Chihuahua), y falleció el pasado domingo, de cáncer. > Ensayos: «Chiapas, la rebelión indígena de México» (1998); «La guerrilla recurrente» (1999); «Rehacer la historia (2000)». > Novelas: «Guerra en el paraíso» (1991) y «Las armas del alba» (2003). > Investigador: Amante de la ópera, descubrió similitudes entre las lenguas indígenas y el griego clásico. > Compromiso: Fue miembro de la Comisión de Mediación entre el Gobierno y el Ejército Popular Revolucionario para investigar el paradero de desaparecidos políticos.