Fermín Gongeta sociólogo
A Clara Zetkin, pionera del feminismo de izquierda
Desde un punto de vista ideológico, el autor no otorga a la celebración de los días internacionales (de la mujer, del agua, del niño...) valor efectivo alguno. Suponen destinar una sola jornada a recordar «una miseria humana, un atropello», mientras que quienes marcan el calendario y hacen las leyes «no necesitan disponer de un día específico al año, puesto que los tienen todos». Eso no impide a Gongeta acordarse de Clara Zetkin y, a través de su recuerdo, reivindicar la inmensa lucha de las mujeres por la igualdad. Una lucha, por desgracia, con mucho recorrido por delante.
El día 8 de marzo es el día internacional de la mujer. Luego vendrá el día internacional del agua, el 22 de marzo; el día del medio ambiente el 5 de junio; el día contra la tortura el 26 de junio; y el día del aire y el día del niño, el del cáncer y el del sida, y el de los derechos humanos, el día del trabajador, de la patria y el día de los difuntos.
Creeré en la validez y eficacia de la celebración de estos días internacionales cuando instauren también el día del rico, el del Papa, el de los obispos, el día internacional del gobierno, de los banqueros, de los industriales y el día de los torturadores.
A cada miseria humana y atropello, las instituciones mundiales le van asignado una fecha, igual que un cumpleaños. El día de su memoria. Como si recordando la miseria ésta desapareciera. Un día de conmemoración, una fecha entre los 365 días del año. Además de estar explotados y maltrechos, nos recuerdan que nuestra situación es demasiado cruel como para estar recordándola a diario. Eso queda para nuestra intimidad. A ricos, religiosos y políticos no les importa.
Ellos, los que marcan el calendario, los que hacen las leyes, no necesitan disponer de un día específico al año, puesto que los tienen todos. No precisan que nadie les recuerde. Ya se encargan ellos de estar presentes en las mentes de la mayoría silenciada a través de todos los órganos de prensa, radio y televisión. Les vemos y les odiamos. Lo saben, pero no les importa porque los días, todos los días, son suyos. El tiempo les pertenece. ¡Día de la patria! ¡Día de la mujer! ¡Pobre patria, pobre mujer!
Fue hace cien años, en 1.910, en Copenhague. Con motivo de una conferencia de mujeres socialistas, Clara Zetkin, líder alemana, dirigió una extensa campaña por la jornada del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer. Su objetivo era instaurar un día de homenaje a las mujeres obreras que habían dado su vida por exigir mejores condiciones de trabajo, y por el derecho al voto femenino.
El trabajo y el voto, dos de los problemas fundamentales, que se mantienen en nuestros días.
El primer tema es el trabajo de la mujer fuera del hogar, como principio emancipador. Lo manifestó de manera transparente en el Congreso fundacional de la Internacional Socialista: «Los socialistas deben saber sobre todo que la esclavitud social o la libertad se asienta en la dependencia o independencia económica. A quienes combaten por la liberación de todo el género humano no les está permitido condenar a la mitad de la humanidad a la esclavitud política y social por el camino de la dependencia económica. De la misma manera que el trabajador está bajo el yugo del capitalista, la mujer está bajo el yugo del hombre, y permanecerá bajo este yugo mientras no sea independiente económicamente».
Dolores Ibarruri solía decir que hay una cosa peor que ser minero; es ser mujer de minero. A la explotación del trabajo, la mujer añadirá la explotación familiar, la de servir al hombre y a la prole, haciendo que su jornada laboral no termine ni siquiera para reponerse.
Era el siglo XIX y estamos en el XXI. Duele tener que afirmar que la condición de dependencia de la mujer en el mundo no ha cambiado un ápice, ni siquiera en los países en los que se ha conseguido un cierto desarrollo económico.
Si, además de la emancipación respecto del hombre, la mujer intenta que sus condiciones laborales sean idénticas a las del hombre, Clara Zetkin dirá que es imprescindible que se integre en el mundo sindical. De lo contrario, «les falta la fuerza que confiere la unidad y el coraje, la combatividad, el espíritu y la capacidad de resistencia que proporciona el apoyo de una organización, es decir, de una potencia, en el seno de la cual cada uno lucha por todos y todos luchan por uno... Sabiendo que el obstáculo mayor es la falta de tiempo, dado que la mujer es esclava de la empresa y del hogar y sobre ella pesa el fardo de un doble trabajo».
El otro asunto a resaltar es el derecho de voto de la mujer y su sentido político. Ese derecho se consiguió en Noruega en 1913; en Irlanda en 1918; en el Reino Unido en 1928; en el reino de España, en 1931 con la II República y suprimido por la dictadura hasta 1977. Todo un récord.
Antes de aprobarse en Alemania en el año 1919, Clara mantuvo que «las mujeres socialistas no ven en el voto femenino la panacea susceptible de eliminar todos los obstáculos que impiden a las mujeres llevar una vida privada y profesional libre y armoniosa»...
El desarrollo del sistema capitalista, con la supresión de todo control en las finanzas y la industria, ha llevado a la clase trabajadora de los países más ricos del planeta a defender el más feroz individualismo. El denominado apoliticismo -yo no opino de política- y la mentalidad asocial, se han convertido en virtudes ciudadanas. La mejora de las condiciones económicas de una parte de la población ha estrechado el círculo de relaciones de cada individuo y ha reforzado su aislamiento.
«Lo más terrible de la situación actual, escribía ella en 1914, es que el imperialismo, -léase hoy globalización- ha puesto al servicio de sus propios objetivos, a todas las fuerzas del proletariado, todas las organizaciones y las armas que su vanguardia militante había conseguido».
Clara Zetnik vio la gravedad del problema en el seno del Partido Socialista. Su amiga Rosa Luxemburgo le apostilló: «Tengo conciencia, de manera más brutal y dolorosa que nunca, del estilo pusilánime y mezquino que reina en nuestro partido. Pero no me encolerizo como tú, porque es de una claridad meridiana. [Nuestras autoridades] se han entregado al parlamentarismo. Y si los acontecimientos toman otros cauces que desborden los límites del parlamentarismo, ellos no servirán absolutamente para nada; intentarán entonces llevarnos a todos al redil del parlamentarismo, tratándonos de enemigos del pueblo...».
Y así ha sido. La vida política ha sido restringida al voto, y la acción política nos la han limitado al bochornoso espectáculo del parlamento. Mientras tanto, el poder destruye la vida, la historia y los testigos de las conquistas del pueblo. Hace tres años, exactamente el día 18 de marzo, aparecía la siguiente nota de prensa: «Ha sido demolido en el barrio Noerrebo de Copenhague, el edificio en que Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo proclamaron el 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora».
Se mata al mensajero y se destruye el testigo.