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Maite SOROA

Insultos a troche y moche

No conocen este país ni a sus gentes y reaccionan ante la realidad con una rabia que les ciega.

Manuel Molares do Val daba, en «Periodista Digital», una buena muestra de la frustración que les embarga y de su incapacidad de analizar la realidad. Lean, lean: «Cuando detienen a etarras en el País Vasco, y últimamente ocurre con profusión, muchos de sus vecinos los aclaman mientras se los lleva la policía, y aplauden los asesinatos que habían cometido o que iban a cometer». A partir de ahí se pueden imaginar el tono de la pieza.

No oculta su perplejidad el columnista: «¡Gora, Gora!, es el clamor de las calles que hace pensar que, o que hay muchos más filoetarras de lo que creemos, o que existe tal miedo a su organización que quien no la vitoree quedará marcado como enemigo y pagará su pasividad». O sea, que la gente suele animar a los detenidos a punta de bayoneta. ¡Anda ya!

Y como no entiende nada, empieza a insultar a troche y moche: «la masa aplaude al asesino, esa bomba cargada de odio y rabia que llevan esposada y que sonríe al oír los vítores, aunque va dejando su pestilencia, de bomba fétida también, tras defecarse en el momento de la detención. Esa aprobación hacia el asesino es la muestra de lo peligroso que es el populacho, chusma de linchadores que se contagia mutuamente el embrutecimiento». No se crean que se queda ahí. Desbarra mucho más: «Estas mismas masas vasallas y tornadizas, eran las de las derechas y las del del Frente Popular que se ejecutaban mutuamente con saña infinita, como aquellos rojos que conforme avanzaba Franco se hacían franquistas y mataban a sus camaradas del Frente Popular». Definitivamente, el tío está desquiciado.

Y corona la pieza con otra melonada: «En una democracia como la actual, con leyes garantistas para los criminales, esta morralla siempre estará con quien le parece el fuerte: el que asesina, sean ETA y sus abertzales o cualquier movimiento violento. Mientras la sociedad permanece callada y estas hordas dan vivas a los asesinos, queda el consuelo de definirlos: especímenes de la miseria humana». ¡Menudo especimen!

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