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Anjel Ordóñez Periodista

La terrible venganza de Joe «el sucio»

Se va a enterar el listillo, piensa mientras se embute unos calcetines blancos con doble raya roja bajo los zapatos de etiqueta. Aguantar la indisimulada sonrisa del jefe de seguridad ha sido humillante, pero finalmente los ha conseguido en un mercadillo cercano. Bien. Merece la pena. Ahora, la chaqueta de pana comprada directamente a un empleado del hotel por un puñado de dólares, abierta para no esconder una elegante camisa de seda tocada con una enorme mancha de café árabe. Sin afeitar, por supuesto, y con los pantalones sin planchar tras dos horas a modo de cojín mientras le sube la fiebre con las noticias de la CNN. Se van a enterar de quién soy yo. Lo peor ha sido explicarle la complicada estrategia a su esposa, que no salía de su asombro ante cada nuevo detalle del sofisticado plan.

Ha llegado la hora. No hay prisa, mujer. Tranquila, y despéinate un poco más ese flequillo. Antes de salir, unas copas de martini en el bar, con calma, sin urgencias. Todo el cuerpo de seguridad con los nervios a flor de piel por los cambios en el protocolo. Se van a arrepentir, resuena en su cabeza mientras dobla la nuca para entrar en el coche oficial. Blindado. Despacio, chófer, no hay ningún fuego; disfrutemos un poco del bullicio de las calles de la ciudad antes de la cena. A su llegada a la cita con el anfitrión, los periodistas informan en directo: «Por fin, tras hora y media de premeditado retraso, el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, llega con su mujer a la cena oficial ofrecida por Netanyahu y su esposa».

Los norteamericanos, cuando quieren, saben responder con contundencia a las afrentas, aunque vengan de sus aliados israelíes. Seguramente, tras la venganza de Biden llegando tarde, mal y nunca al ágape con Netanyahu, al Gobierno sionista no se le ocurrirán nuevos desaires como anunciar la construcción de 1.600 nuevas viviendas en un asentamiento ilegal en Jerusalén, especialmente cuando todo un vicepresidente Biden visita el país para hablar de la paz con los palestinos. Por algo son el imperio más poderoso del mundo. Israel entero tiembla, mientras las excavadoras sientan los cimientos en Ramat Shlomo.

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