ANÁLISIS COYUNTURA POLÍTICA ARGENTINA
Argentina: esa mujer...
A lo largo de estas líneas, el periodista argentino-mexicano desgrana la trayectoria de la presidenta Cristina Fernández y haciendo numerosas referencias históricas la compara con los caminos tomados por sus predecesores.
José STEINSLEGER Periodista
Colocándolos uno detrás de otro, los liberales podrían dar una o varias vueltas a la línea ecuatorial. Algunos encandilan como el sol, otros transmiten su energía a millones de años-luz, y los más flotan a la deriva, en las nebulosas del cosmos social. Conclusión: a mayor vuelo teórico orbital, menor posibilidad para aterrizar en la realidad real.
Veamos la coyuntura política argentina, donde el Gobierno de Cristina Fernández ha impulsado varias medidas en beneficio de los sectores medios, jubilados, trabajadores y desocupados, además de recuperar la soberanía política del Estado en las decisiones económicas. Se entiende, por tanto, la reacción de los poderes oligárquicos. ¿Y la de los sectores medios que junto con la izquierda autorreferencial les hacen coro?
No existe en Argentina un proceso revolucionario como el de Bolivia o Venezuela. Sin embargo, los medios y la oposición, que Fernández califica de «rejunte», imponen día tras día la agenda del día. Primer punto y final: destitución de la presidenta constitucional. ¡Esa mujer! Así nombraban a Eva Perón los liberales de la época (negándola), y así tituló el escritor Rodolfo Walsh un relato antológico de la literatura argentina.
Cristina no es Eva Perón. No obstante, el «rejunte» opositor concita igual odio clasista y racial. En 1952, cuando Evita agonizaba presa del mal que el recatado periodismo de la época llamaba «incurable», aparecieron en los barrios lindos de Buenos Aires pintadas que decían «¡Viva el cáncer!». Exabrupto del odio que los expertos en ética y moral y los profesores del proletariado pasaron por alto.
Un entendido en merengues ideológicos preguntaría ¿qué hacer? Un país culto, alfabetizado, blanquito, atiborrado de liberales talentosos y superrevolucionarios, y válgame Dios... ¡cautivo del peronismo desde 1945! En efecto: los liberales argentinos llevan 65 años recalentando el asado destinado a festejar la desaparición del mayor movimiento de masas de la historia argentina.
Optimismo no les falta. El problema es que si Perón decía que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, las clases medias, atizadas por la gran burguesía, están convencidas de que el mejor peronista es el peronista muerto. De modo que la noción de democracia defendida por la mitad más uno de los argentinos, colisiona con el resto de la sociedad.
Con todo, el peronismo también supo de derrotas. En 1983 («desaparecidos» mediante), Raúl Afonsín alcanzó la Presidencia con un porcentaje importante de votos peronistas, y convocó a «todos los argentinos de buena voluntad». Ahora bien: en política, el genérico «todos» sólo se entiende en Suiza o Dinamarca.
Los golpistas del mercado acorralaron a Alfonsín, y Carlos Menem, profeta de la «revolución productiva», ganó las elecciones en 1989. Poco después, los gauchos del Consenso de Washington operaban tras bambalinas. En 2001, Argentina estaba en el hoyo: incautación masiva de cuentas corrientes, congelación de fondos, 300% de devaluación, y total desmantelamiento del sector productivo nacional.
Frente al caos, el futurismo liberal propuso que se vayan «todos», y los acordes de las ollas de teflón armonizaron con las de aluminio barato. Pero el pueblo (¡ups! discúlpenme, la gente...) se preguntó quiénes debían encabezar la retirada, pues por algo había que empezar. Hubo consenso: Menem & asociados al cadalso.
A medida que la clase media recuperaba su poder adquisitivo y se ponía al día con los sicoanalistas, el Gobierno de Néstor Kirchner, volvió a oír el canto de sirena del modelo económico que había trastornado sus facultades. La semana pasada, el «rejunte» consiguió la mayoría en el Senado. Sainete que el periódico «Página 12» resumió en primera plana: «Menem y 36 más».
Si a la izquierda de Cristina Fernández sólo están los tigres de la revolución ciberespacial, a la derecha hay muchos más: los clones rioplatenses del hondureño Roberto Micheletti, el colombiano Álvaro Uribe Vélez y el chileno Sebastián Piñera, los socios de la mafia cubana de Miami, el grupo mediático español Prisa, y los inquilinos de la Casa Negra.
¿Complicado? A no azotarse, que el mundo cambió algo después de la toma del Palacio de Invierno. Y porque desde 1810, como en toda América hispana, la Buenos Aires aldeana ya debatía acerca de lo que debe entenderse por autonomía, emancipación, soberanía, indepen- dencia y democracia.
En 1955, el político y pensador mexicano Vicente Lombardo Toledano (1894-1968), escribió: «Juan Domingo Perón cayó no por sus errores sino por sus aciertos. No por sus errores, sino por sus virtudes. Cayó porque defendía la soberanía de su país frente al extranjero, y porque no supo ser lo suficientemente consecuente con esa lucha».
Frente a lo que los liberales argentinos se niegan a ver (y Wikipedia no lo explica), resumimos: la vida republicana de nuestros pueblos muestra con claridad las consecuencias de aliarse con la derecha, para salir en la foto. A fin de cuentas, todas estas broncas siempre han girado en torno a un eje político similar al argentino: patria o antipatria. Sólo que hoy, con mujeres conscientes incluidas.
© La Jornada, Artículo de opinión publicado en lás páginas de este diario mexicano.