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Félix Placer Ugarte profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz

Aproximación a los oprimidos

El autor aprovecha la retirada de la obra de José Antonio Pagola «Jesús. Aproximación histórica» de las librerías, ordenada por la jerarquía eclesiástica, para abordar una severa crítica a una Iglesia católica que ciertos sectores pretenden convertir en «institución divinizada», muy alejada del legado de Jesús de Nazaret.

El libro de José Antonio Pagola «Jesús. Aproximación histórica», publicado por la editorial PPC, con el nihil obstat -aprobación- del anterior obispo de Donostia, ha sido retirado de las librerías por oscuras maniobras eclesiásticas de la Conferencia Episcopal Española. Teólogos significados, sacerdotes de su diócesis y muchas otras personas han expresado su apoyo y solidaridad con el teólogo donostiarra y su obra sobre Jesús de Nazaret. Son adhesiones importantes y merecidas y a las que, por supuesto, me sumo. Provienen de la base eclesial, expresan una denuncia de procedimientos que nada tienen de evangélico porque conculcan el derecho humano de libertad de expresión e investigación en la Iglesia propiciado por el Vaticano II e impulsado por la misma Pontificia Comisión Bíblica.

El extendido libro de Pagola, tan positivamente acogido, es un estudio, presentado con método y rigor científicos, fruto de un largo trabajo de consulta y síntesis de investigaciones recientes exegéticas y científicas sobre lo que hasta hoy podemos saber de la historia de Jesús de Nazaret. Su novedad no estriba, creo, en los contenidos que expone -ya investigados por los reconocidos exégetas de alta competencia citados por Pagola-, sino en la forma en que lo hace, asequible y pedagógica, cercana y convincente, con la maestría expositiva a la que nos tiene habituados.

Para muchos, este libro ha sido un descubrimiento y una ayuda muy valiosa para un acercamiento humano y creyente a la persona de Jesús. Las reacciones de apoyo así lo muestran, agradeciendo lo que este libro supone para los creyentes y también para los no creyentes como compresión asequible y aceptable del histórico profeta de Galilea.

Es particularmente reseñable, a mi modo de ver, la carta de apoyo de una parte importante de sacerdotes guipuzcoanos, como ya hace dos meses lo hicieron, aunque en menor número, criticando entonces el nombramiento del nuevo obispo para su diócesis. En ella expresan también su adhesión al obispo anterior (cuya responsabilidad, por cierto, en el silencio impuesto al teólogo franciscano José Arregi necesitaría aclaración). Su aprobación canónica abrió el camino a la reedición del libro, ahora retirado, con algunas correcciones asumidas por el autor.

¿Cuáles son las razones de fondo en este asunto que muchos solicitan que se aclaren? ¿Dónde está el problema de los obispos y teólogos para quienes «el `Jesús histórico' que muestra Pagola es incompatible con el Jesús de la Iglesia», como afirmaba la `Nota' de la primera censura del libro y, al parecer, sigue manteniéndose ahora? ¿Por qué, a su entender, «causa confusión y siembra dudas»?

Pagola, juntamente con otros teólogos, entiende que el camino para afirmar con sentido la divinidad de Jesús es precisamente su humanidad. Comprendiendo la trayectoria histórica de aquel campesino de Galilea, «humanización de Dios» (José María Castillo), sin poder ni privilegios de ningún tipo, compasivo, humilde, entregado hasta la muerte al servicio de los pobres y de su justicia, denunciador de la falsa religión que sometía al pueblo, llegaremos a la fe auténtica en Dios.

Afirmaciones dogmáticas de la divinidad de Jesús, de la transcendencia de Dios, doctrinas espiritualistas alejadas de la realidad de un mundo injusto no provocan censuras. Pero si se pone de relieve a un «judío marginal» (J. P. Meier), que chocó frontalmente con los poderes de su tiempo por defender, ayudar, compadecerse, luchar por los últimos, por anunciar la liberación de los cautivos, que descubre un Dios que lucha contra el sufrimiento, desde su compasión liberadora, entonces el problema no está en esa cristología. Radica en esos sectores eclesiásticos que, afirmándose continuadores de la misión de Jesús, se rodean de poder, olvidan a los pobres como su centro, eluden los compromisos liberadores, están más preocupados por conservar su estabilidad y prestigio que por la defensa de los marginados.

Ahora bien, si quieren ser fieles a lo que el mismo concilio Vaticano II afirmó -«la Iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente»-, la pregunta consecuente es: ¿qué pobres reconocen en la Iglesia que ellos muestran a Jesús liberador? En los primeros siglos, la Iglesia tuvo que defender la humanidad de Cristo contra la herejía «doceta», según la cual Jesús sólo parecía, no era auténtico hombre; sólo Dios. ¿Vuelven algunos monseñores a aquel antiguo error?

La presentación que Pagola y otros teólogos, algunos censurados -por ejemplo, Jon Sobrino-, hacen del mensaje de Jesús subraya un tema central: el reino de Dios. Esta metáfora, muy clara en su tiempo, resultó chocante para quienes escuchaban la interpretación de Jesús. El Dios de aquel reino no era dominante, poderoso, lejano. Todo lo contrario. En las parábolas de Jesús de Nazaret es un Padre compasivo, cercano, amigo de la vida, defensor de los pobres que son los primeros allí y, con ellos, quienes luchan por la justicia y son misericordiosos, se aproximan y son solidarios con los oprimidos. Un reino opuesto frontalmente, por tanto, a los reinos de este mundo. Y esto lo mostró el mismo Jesús con su comportamiento entrañablemente humano, aliviando el sufrimiento, curando enfermos, compartiendo, acercándose a los más marginados, siendo amigo de la mujer (tan despreciada en su tiempo), denunciando la falsa religión opresora de su tiempo.

Además -y es otra preocupación para los censores eclesiásticos- ese reino no es exclusivo de la Iglesia. Su Espíritu y valores se encuentran también en otros lugares. Superan a la Iglesia que debe aprender a escuchar, a dialogar, a intercambiar con otras culturas y formas de creer, desde un auténtico pluralismo religioso, como lo han mostrado, entre otros, Dupuis, Boff o Vigil, teólogos también bajo sospecha por esa apertura ecuménica, universal.

En definitiva, bajo la acusación de estos errores se oculta la pretensión de hacer de la Iglesia una institución divinizada, desvirtuando el reconocimiento íntegro de la humanidad de Cristo que le exige su propia humanización en sus instituciones y personas, en su moral y espiritualidad: ser Iglesia profundamente compasiva, comprometida y arriesgada en la búsqueda de la justicia para la sociedad y en sus relaciones críticas con los poderes; ser pueblo de Dios con el pueblo de los pobres; participar en las tristezas y angustias, en los gozos y esperanzas desde una auténtica solidaridad con el género humano, con su historia, con su realidad viva y sufriente, con los esfuerzos por la libertad, la justicia y la paz. Una Iglesia que sabe aproximarse y compartir liberadoramente la situación de los más oprimidos por tantas injusticias.

En definitiva, el reconocimiento de Jesús de Nazaret, implica y exige una aproximación histórica y actual a quienes hoy sufren la injusticia de un mundo sin corazón ni compasión, una denuncia de estructuras, también religiosas, que contribuyen a mantener sistemas de poder y opresión contra personas y pueblos; aprender a «compartir desde dentro los problemas, conflictos y sufrimientos de nuestro pueblo», como indica el mismo J. A. Pagola en su carta de agradecimiento a sus amigos sacerdotes.

Ciertamente, como muestra su libro, el Jesús histórico es el camino hacia Dios y hacia El, como Señor, debe convertirse la Iglesia. Y el camino a Jesucristo es la aproximación a los pobres, a los oprimidos del mundo y a su liberación desde la causa por la justicia.

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