El candidato oficialista a la Presidencia de Colombia, del Partido de la U, ganador de las elecciones celebradas el domingo, afirmó que los logrados por su partido son unos «resultados excepcionales». Sin duda, si el único objetivo del sucesor de Álvaro Uribe y su partido era seguir en el Gobierno controlando los resortes de poder del país, no son malos resultados. Sin embargo, ese gran respaldo que Juan Manuel Santos percibe queda muy reducido a la luz de ese 60% de abstención que, entre otras cosas, revelaría el hartazgo de los colombianos hacia sus políticos en un país en el que la corrupción, la enorme desigualdad y las violaciones de derechos humanos son moneda corriente. Y resulta más cuestionable aún por las denuncias de compra de votos hechas por organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Misión de Observación Electoral (MOE). El «éxito» del Partido de la U requiere una explicación más convincente que el mero porcentaje deducido de ese aproximadamente 40% de colombianos que acudieron el domingo a las urnas. Una explicación de las causas de esa abstención que seguramente dejaría aún más en evidencia el déficit democrático que padece un país cuyos principales líderes políticos tienen la represión como bandera de su programa político.