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Helen Groome Geógrafa

¿Voluntad interesada de pensar mal?

Influye en mis cálculos, como dato objetivo, el que durante las últimas décadas la probabilidad de que un conjunto de «circunstancias extrañas» de este tipo rodee la muerte de un varón vasco sea mayor que en el caso de un varón inglés, andaluz u holandés

El jueves pasado por la tarde se difundía la noticia de que un cadáver aparecido en una morgue podría corresponder al de una persona «desaparecida» desde hacía casi un año. El viernes por la mañana, a una tertuliana de radio se le ocurrió decir que, con los pocos datos disponibles, suponer que había mano negra en la muerte de la persona en cuestión demostraba una clara «voluntad interesada de pensar mal».

Evidentemente, y supongo que la tertuliana lo reconocería, no puedo pedir a mi mente que deje de pensar. Así que con precisamente los pocos datos que tengo, y haciendo un enorme esfuerzo de abstracción, procuro analizar la cuestión desde la fría óptica de las probabilidades matemáticas. Leo lo escrito tanto en la prensa nacionalista como estatal sobre esta muerte, y leo la prensa más conservadora y menos conservadora y llego a unas conclusiones.

¿Cuántas son las probabilidades de que un varón mayor de 40 años muera de un problema de corazón? Bastantes, ya que las enfermedades del corazón son la principal causa de muerte hoy día a nivel mundial y particularmente para personas mayores de 40 años, sean hombres o mujeres. De todos modos, a este cálculo de probabilidad tengo añadirle unas cuantas variables más.

Así, aumentan las probabilidades de este tipo de defunción si tengo en cuenta que, por ejemplo, la persona en cuestión ha padecido una enfermedad grave o que, según la información disponible, realizaba una tarea «de tensión» (intento mantener mi lenguaje neutral en honor a la tertuliana).

Pero también pesan variables que disminuyen las probabilidades de que la defunción haya sido «natural» a causa de un problema de corazón y que incrementan las probabilidades de que «otros factores» hayan influido en la muerte. Así, la mayor parte (el 80%) de las defunciones por problemas de corazón ocurren en países pobres, son mínimos los casos de muerte por una enfermedad de corazón encima de un banco en un parque en la Unión Europea y aún menores son las probabilidades de morir así tras diez días de silencio, sin comunicarse con nadie, ni siquiera con la familia, cuando la hipótesis más normal sería que dicha persona se sentiría enferma y necesitada de ayuda y que la pediría. Influye en mis cálculos la baja probabilidad de que un cadáver aparezca ahora en un sitio donde antes, según lo que nos han informado en los medios, no estaba, e influye, como dato objetivo, el que durante las últimas décadas la probabilidad de que un conjunto de «circunstancias extrañas» de este tipo (intento mantener mi lenguaje neutral) rodee la muerte de un varón vasco sea mayor que en el caso de un varón inglés, andaluz u holandés.

Por mucho que intente lo contrario, mis pensamientos se deslizan hacia una probabilidad de «muerte extraña inducida», pero no por una voluntad interesada por pensar mal, sino porque, como persona humana, con cerebro y capacidad intelectual, no puedo ignorar los resultados de los cálculos de probabilidades que he realizado.

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