Te he leído en foros y blogs. Y aunque dudo que estas líneas lleguen hasta tus ojos, he de escribir que te comprendo. No sientes pena. Es normal. Si todas las desgracias de este mundo nos causaran pena -la auténtica, no la mera pose de cara a la galería-, simplemente no podríamos vivir, sucumbiríamos bajo el ahogo de la tristeza.

Así que no te preocupes, simplemente me gustaría que compartieses y comprendieses que ese hecho, que a ti más bien te deja indiferente, produce no obstante un vacío en otros corazones. Y viceversa. Que lo que a ti te puede producir un hondo pesar es posible que para otros seres humanos pase como un acontencimiento más en el transcurrir de la existencia. A cada uno le duelen los suyos, los cercanos por lazos de sangre, de amistad, de convivencia...

A ti también te he leído en foros y blogs. Y aunque dudo que estas líneas lleguen hasta tus ojos, he de escribir que no te comprendo. Ayer hablabas de alegría, hoy de odio. Ayer hablabas de odio, hoy de alegría. Y antes de todo ello te he visto elevarte hasta tu púlpito virtual para proclamar desde ahí arriba tu supuesta superioridad moral. Pontificando sobre derechos humanos aquí y allá para luego escupir un «¡qué se joda, que lo entierren boca abajo y con un agujero en el ataúd para que los gusanos puedan vomitar!».

Uno de mis aitonas, al que no conocí, solía defender -así me lo han contado en casa- que había que regirse por un único mandamiento: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás». Creo que como precepto moral no es un mal punto de partida.

Dos cadáveres en una semana. Y hay algunas personas que se alegran. ¿Por uno, por otro, por los dos? ¿Importa? ¿Puede causar sensación de felicidad la muerte de otro ser humano? No lo sé, quizás sí. Doy gracias por no haber llegado aún a ese extremo. Pocas cosas me enervan más que la falta de respeto a los muertos. Ni comprensión, ni solidaridad, ni pesar. Sólo respeto. Te he leído en foros y blogs. ¡Qué pena!