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Víctor Moreno escritor y profesor

¿Qué pintan los escritores en la Real Academia de la Lengua?

El autor desarrolla su crítica a los criterios con los que la Real Academia de la Lengua Española se guía a la hora de decidir la entrada de nuevos académicos. En su opinión, los escritores, sin otros conocimientos científicos de la lengua que los avale, no están cualificados para ocupar un sillón en la citada institución.

Nombraron académicos a Pérez Reverte, Marías y Puértolas, y todo fueron entrevistas. Nadie se enteraría, en cambio, de que la casa también había nombrado a Inés Fernández Ordóñez, primera lingüista que ingresaba en la Academia. Lo mismo, o parecido, sucedió con la presentación de la nueva Gramática académica, la más cercana a la ciencia lingüística de las hasta ahora publicadas por la institución. Apenas cinco líneas en los periódicos. Después, articulistas de postín lamentarán en los mismos periódicos, que ocultan estas noticias, que el Estado español en materia de cultura es un asco. Ni que lo dijeran por ellos mismos.

Nombran académica a una escritora del montón como Puértolas, y venga resmas de papel impreso para celebrar de forma desproporcionada el acontecimiento. Claro que, si se considera que lo procedente de la Academia es más rancio que el azulete, las declaraciones de ciertos escritores hasta resultan necesarias para salir de su intrínseca seriedad. Yo, por ejemplo, no me pierdo ninguna de las que hace su director, García de la Concha. Sé de antemano que tengo garantizada una buena porción de carcajadas.

Ignoro qué punto g o h de la vanidad les toca a los escritores cuando los nombran académicos, pero no tardan un pestañeo en soltar un buen puñado de tonterías. Luego, condenarán la opinionitis. La de los demás, claro. Por cierto, una escritora que en su día condenó esta inflamación de la glotis fue, precisamente, Puértolas. También lo hizo otro que no para de soltar alfalfa espiritual al mundo cósmico mundial, como es Muñoz Molina. Y, por supuesto, lo hace semanalmente Marías. Supongo que hablan de lo que en los demás es vicio y en ellos virtud.

Cuando alguien preguntó a la escritora de Zaragoza, doña Soledad Puértolas, la función que cumpliría en la Academia, respondió sin que la vergüenza apareciese en su rostro: «Ni idea. Lo que me pidan. Lo que soy. Mucha ciencia no creo, no soy gramática ni tengo los conocimientos eruditos de un filólogo o un lingüista. Será algo mucho más personal y subjetivo, como es la creación literaria; y algo más intuitivo, quizás más arriesgado. Un acercamiento natural a la lengua».

Irrisoria situación. La séptima mujer de la academia en convertirse en académica numeraria de la lengua -sólo cinco en trescientos años de historia-, no tiene inconveniente alguna en reconocer que de gramática, filología o de lingüística es hereje total. Su cometido, será, por tanto, «un acercamiento natural a la lengua». Y lo califica de trabajo arriesgado. ¡Qué jeta!

Si es verdad que Puértolas es ignorante en las materias nombradas, que así lo será si ella lo dice, ¿qué sentido tiene nombrarla académica? ¿Para acercar lo natural de la lengua a la academia? Para eso sería mejor pillar a dos pescateras del Mercado de cualquier ciudad y plantarlas en la academia a zurear sintagmas durante quince minutos. Y, sobre todo, ¿qué razones interiores la habrán acompañado para que aceptara un cargo para el que no está preparada? ¿Alguien aceptaría un puesto para el que no tiene los estudios adecuados?

Imagino que propongan académico de la historia a alguien que sólo pueda dar testimonio de la vida que le ha tocado vivir en estos tiempos de crisis, pero estoy convencido de que nunca lo nombrarán en la realidad. Lo mismo pienso si se intentara hacer académico de Farmacia o de Ciencias Médicas a alguien que tuviera la sinceridad de proclamar que sus conocimientos empiezan y terminan en la aspirina que suele tomar contra el dolor de cabeza.

¿Por qué se quiere tan mal a sí misma la Academia? ¿Qué es lo que pretende nombrando a gente ignorante e inepta en las materias que hacen posible el estudio detenido, científico, de la lengua, objetivo de la institución? ¿Cómo es posible que desestimara la candidatura del lingüista Antonio Quilis para dejar sitio al protervo Cebrián? ¿Cómo es posible que la RAE haya escogido a Puértolas, cuando no hace tanto le negó el asiento al subdirector de su propio instituto de Lexicografía, Rafael Rodríguez Marín, un lingüista competente que abandonó la institución, no se sabe si por vergüenza ajena o por hartazgo ante tanta mediocridad?

Manifestar públicamente que uno no está preparado para un cargo es digno de elogio por su inusual sinceridad. Pero no basta. Lo lógico sería rechazar, a continuación, la propuesta. Por decoro con uno mismo y con la institución, aunque ésta me parece que es tan incoherente como los escritores que nombra.

Si llamativa la respuesta de Puértolas, también lo fue la de Pérez Reverte. Cual un Alatriste henchido su pecho de nacionalismo español cojonario, diría que «con él entraban en la Academia todos sus lectores» -y los tercios de Flandes, debió añadir-, y que su primera tarea sería «escuchar y aprender». Por ese mismo precio, podía haber ingresado en una facultad de filología para «escuchar y aprender» algunos rudimentos fundamentales de gramática y de filología. Pérez Reverte, como Puértolas, han entrado en la academia sin merecerlo. No lo han hecho por deméritos literarios, en los que ahora no quiero entrar, pero sí repletos de deméritos científicos.

Como digo, lo que sucede con los escritores y la Academia es de juzgado de guardia. Algunos hasta lo saben. Por ejemplo, Marías, tras conocer su nombramiento, dijo que «no entendía por qué la Academia admitía en su seno a novelistas», ya que la labor de estos era «bastante pueril». Lo que yo no entendí nunca es por qué Marías aceptó entrar en un club que aceptaba a gente pueril como él, a no ser que los de dentro chapotearan en un una charca de puerilidad absoluta y quisiera hacerles la competencia.

La verdad es que tampoco entiendo el criterio de la Academia a la hora de admitir al niñato de Marías y al resto de los demás escritores. No me cuadra que en la Academia de la Lengua las decisiones lingüísticas las tomen escritores, biólogos, almirantes, sociólogos, notarios -el presidente de Euskaltzaindia lo es-, arquitectos o periodistas y, en tiempos, obispos y cardenales, como el ilustre Gomá. Tampoco se comprende que personas cultas acepten un cargo y una responsabilidad teórica para la que dicen no estar preparados. Suena a esperpento.

¿Cómo tomarse en serio una institución en la que muchos de sus miembros declaran no tener idea de lo que en ella se hace? En este contexto, no extrañará que la Academia contratase a gramáticos y lingüistas no académicos para elaborar la nueva Gramática. Pero situaciones ridículas como estas parecen normales cuando 31 de los 46 miembros no tienen idea de lingüística ni de filología.

Ha advertido Puértolas que su ingreso en la RAE versará sobre los personajes secundarios. Estupendo, maña. Un tema, desde luego, muy adecuado para revelar su ignorancia filológica y gramatical. Y literaria. Porque, ¿acaso existen personajes secundarios?

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