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Joxean Agirre Agirre I Miembro de la izquierda abertzale

Primavera con una esquina rota

Comienza la primavera, «marcada por la grieta de glaciar que une Toulouse con Dammarie-les-Lys» y, según Joxean Agirre, la versión oficial de lo sucedido en torno a la muerte de Jon Anza «saltará en mil pedazos gracias al hielo que ahora nos atenaza a las puertas de abril». Gracias al deshielo, sin embargo, la primavera «hará fluir la corriente imparable que necesitamos».

Enmarcado en la dictadura que vivió Uruguay entre 1973 y 1985, Mario Benedetti escribió hace muchísimos años «Primavera con una esquina rota». En ese libro nos contó una historia abierta en varios frentes, en la que se nos acerca al modo en que el exilio y la prisión afectan a las personas, tanto a quienes los sufren directamente como a su entorno. Es un conjunto de historias protagonizadas por gente esencialmente normal, sin perfil heroico, que habla de causas y consecuencias, de lo que elegimos y de lo que nos llega, de situaciones imperfectas y, por tanto, comunes a las personas que no se tienen por infalibles ni invulnerables. Aunque a veces la memoria nos traiciona, juraría que es el primer libro que leí en prisión.

La casualidad ha querido que este artículo se publique el domingo que oficialmente inauguramos la primavera, ese compendio de tópicos estacionales que nos invita a sacar otras prendas del cajón y a dejar que las botas duerman en el fondo del armario. Esta primavera, como si se tratase del espejo cuarteado en el que la esquina delata su imperfección, arrancará sin celebrarse a sí misma. Llega gélida, congelada como la mirada azul de los alpinistas sepultados bajo el hielo y a los que ninguna expedición consiguió rescatar. Marcada por la grieta de glaciar que une Toulouse con Dammarie-les-Lys. Trae consigo el frío de la morgue en la que, sostiene la versión oficial, permaneció Jon Anza durante más de diez meses. Era evidente que Jon estaba muerto; pocas dudas -y esperanzas- albergábamos al respecto. Los que le conocimos lo intuimos prácticamente desde el primer instante, porque Jon era metódico, no ofrecía una sola oportunidad al azar y fue puntual en todas las citas que se marcó en su vida.

Sabíamos que lo habían matado o, qué más da, se les había muerto entre las manos a los que lo interceptaron en aquel viaje misterioso, posiblemente el único trayecto en toda Francia en el que un ciudadano puede evaporarse sin que lo grabe una cámara en los vagones, en las estaciones, en la ciudad de partida y destino. Un espacio opaco en la controladísima República. Desde que Rubalcaba se autoexculpó en público, empecé a bucear en los fondos de hemeroteca para contrastar su reacción con la de sus colegas de tiempos del GAL. Jesús Egiguren y Odón Elorza eran, por entonces, portavoces del PSOE guipuzcoano, y en varias de sus intervenciones públicas acusaban a Herri Batasuna de «hacer victimismo» cuando denunciaba los atentados parapoliciales y señalaba al partido de ambos como responsable político de los mismos. Poco tiempo después empezaron a soltar la lengua Amedo, Domínguez, Bayo, Dorado y otros, y el PSOE de Felipe González y Pepe Barrionuevo dejó de amenazar con querellas.

Rubalcaba ha pululado en secretarías de estado y ministerios desde el año 1982, de modo que conoce de cabo a rabo el valor de lo que se afirma y, cómo no, la importancia de lo que se calla. De modo que ahora aboga por echar un manto de cal viva informativa sobre las filtraciones, revelaciones, datos y contradicciones que señalan al Reino de España como implicado en la desaparición de Jon Anza. Los resoplidos de la fiscal Kayanakis, las declaraciones del comisario François Bodin en el sentido de que no descarta que un servicio extranjero haya intervenido en el caso, el aluvión de datos provenientes de la prensa crítica gala, la actitud hermética del Ministerio de Justicia, impidiendo la participación de médicos designados por la familia en la autopsia, son suficiente base probatoria en la sobrecargada memoria de los habitantes de Euskal Herria. Las «acciones legales» que anuncia el ministro no van a enterrar la verdad. El agua que se introduce en las grietas diminutas de las rocas de la superficie terrestre crea una inmensa presión al solidificarse, capaz de partir la piedra más sólida. Del mismo modo, la versión inverosímil construida por las autoridades francesas para encubrir lo ocurrido saltará en mil pedazos gracias al hielo que ahora nos atenaza a las puertas de abril. Al tiempo.

Pero el sobresalto del pasado martes en una población cercana a París tampoco encaja con la bondad climatológica que asociamos con la primavera. A la espera de lo que la organización armada diga, el desarrollo y las consecuencias de lo ocurrido se corresponden con un contratiempo inesperado. También con un desenlace fortuito e indeseado. En Euskal Herria se han dado muchas situaciones parecidas, pero en la actual coyuntura debemos analizarlas desde un prisma estrictamente político, no como fruto de la fatalidad. Porque la detención y tiroteo de Dammarie-les-Lys vinieron precedidos de la decisión de realizar una acción armada de envergadura, fueran sus fines el abastecimiento o cualquier otro, y ese factor es sustancialmente político en toda esa cadena de incidentes. Como en tantas otras ocasiones a lo largo de sus más de cincuenta años de existencia, la sociedad y los agentes políticos y sociales aguardan con expectación la traducción práctica que hace ETA sobre la «lectura política» que el conjunto de la izquierda abertzale y otros sectores han efectuado. Existe un mandato manifiesto a cumplir que, además de provenir de un amplísimo proceso de reflexión interna, la propia organización armada ha asumido como propio y vinculante.

Sobre esa indiscutible base, no es compatible el nuevo ciclo político, el proceso democrático en marcha, con los pertrechos y usos de fases anteriores. A mí tampoco se me escapan las dificultades que entraña afrontar «a cuerpo» los retos que nos planteamos, pero una de dos: o asumimos con todas sus consecuencias que el camino a recorrer exige hacerlo con otras herramientas de lucha o, arrojadas por la borda la viabilidad de acumular fuerzas y activar a la sociedad de manera eficaz, nos lanzamos en solitario por otra vía. Esta segunda opción, tan legítima como conocida, no tiene más sustento que el voluntarismo que nos mantiene vivos, el nervio de la resistencia y la fidelidad a un esquema de intervención determinado. Desde hace tiempo cuenta con guionistas y masa popular tras de sí, pero carece de recorrido y de posibilidades de avance. No se trata de poner a nadie entre la espada y la pared; menos aún de condicionar las decisiones que ha de adoptar cada cual. Al fin y al cabo, nadie tiene, en exclusiva, el patrimonio representativo del último medio siglo de lucha en Euskal Herria. Pero creo que la mayor demostración de fuerza que cabe hacer en este momento pasa por trasladar a todos los ámbitos de acción la línea marcada en «Zutik Euskal Herria». Decirlo en voz alta, reclamarlo, es subrayar que de lo único que somos deudores es de la determinación de vencer. Y es lo que ahora toca hacer.

Que no nos ocurra lo mismo que, como cuenta Benedetti en «Primavera con una esquina rota», a aquellos pasajeros de un tren que viajaban sentados, frente a frente, cada uno en su ventanilla, y hablaban sin darse cuenta de que al referirse al paisaje que observaban, el comentario del que miraba hacia delante nunca era exactamente el mismo del que miraba para atrás. A diferencia de lo que ocurre con la verdad sobre quién mató a Jon Anza, en este viaje el frío no nos ayuda. El deshielo, la primavera, harán fluir la corriente imparable que necesitamos.

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