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China sortea las zancadillas a sus pies de barro

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

En su comparecencia ante la prensa extranjera tras las sesión anual del Parlamento chino, el primer ministro, Wen Jiabao, señaló que «harán falta cien años, quizás más, para que China se convierta en un país moderno».

Pareciera que este pausado anuncio está en contradicción con el frenesí de crecimiento, en algunos casos desbocado, que vive el gigante asiático en los últimos decenios. Es tal el impulso de su economía que la crisis global, que tantos sudores provoca en casi todo el mundo, se asemeja, en el caso de China, a un mosquito en el lomo de un elefante.

No obstante, la larga historia de un Estado, el chino, que existía ya hace 4.000 años, explica la peculiar perspectiva temporal que destila el discurso de Wen.

De vuelta al presente, la inusual «modestia» y el contexto del anuncio remiten a un intento de China de sacudirse la creciente presión de Occidente, que intenta arrastrar a Beijing a su agresiva visión de la política internacional, lejos de la «diplomacia tranquila» de la que el PCCH hace gala y que tan buenos frutos le ha dado estos años.

Y, por otro lado, responde a una verdadera necesidad interior. Porque el desarrollismo chino está dejando todo un reguero de consecuencias, desde la creciente brecha social hasta el impacto medioambiental que precisarán de políticas correctoras a largo plazo.

Cien años no es nada para el Imperio del centro pero podrían quedarse incluso cortos si Beijing no acierta a conjurar los riesgos que asoman ya bajo la forma de protestas populares cada vez más frecuentes. Un siglo para dejar de ser una potencia con los pies de barro.

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