Juan Antonio Delgado Santana Sociólogo
Mundo y emancipación
Soy un tipo tan vulgar que ni siquiera los poderes fácticos se han dignado concederme el premio Nobel de la Paz, como al imperialista y belicoso afro-usamericano Obama; tanto que ni siquiera soy presidente de gobierno de la Spagna, una, grande y libre, como el anti-bolivariano, anti-abertzale y amigo de la gran banca ZP, títere del anterior. Tampoco me han concedido el premio Nobel de Literatura, como lo hicieron en 1.922 con aquel lacayo de la derechona fascista llamado Benavente, el cual usurpó el galardón al honrado y progresista isleño Pérez Galdós.
No dispongo de coche oficial con chófer, ni de estómagos agradecidos a mi servicio que ensalcen mis virtudes y oculten mis desvaríos. Puro licenciado en el puto paro. Pobre de mí, ni siquiera he estrechado las ensangrentadas manos de genocidas como el patán Bush II o el cínico Blair, que formaron el trío de las Azores junto a la tercerísima persona, el ultramontano Aznar; todos pasarán a la Historia como urdidores de la abyecta y macabra patraña de las armas de destrucción masivas de Irak, doliente país en cuyas entrañas reposan más de un millón de asesinados gracias a tan ilustres vuecencias...
Frente a tales energúmenos, hay en este mundo millones de personas sencillas y laboriosas, amantes de la libertad, que desean vivir en paz, respirar aire puro, sin contaminación ni alimentos transgénicos ni monsantos; que aprecian el olor del pan recién hecho y el frescor de las aguas límpidas de los manantiales, que ansían trabajar en ocupaciones vocacionales entregando lo mejor de sí mismas, sin ejércitos privados ni policía política, sin el estrépito de balas y misiles zumbando y estallando alrededor, sin que te detengan por pegar carteles o por hacer campaña contra la opresión política. Hay millones de personas que desean estrechar las manos de sus vecinos, besar a sus hijos e hijas, abrazar con ternura a sus amantes, sin necesidad de abandonar sus hogares por culpa de un desahucio, por la construcción de una macro-cárcel o por una nueva guerra en acecho, merced al pérfido artificio de los bilderbergs de turno, al oro de Tel-Aviv o al tirano genuflexo que besa las malolientes pezuñas del cíclope de Washington.
Somos tan poco pragmáticos que preferimos contemplar las estrellas nocturnas a guerrear contra nuestros hermanos de otras nacionalidades, respetamos todos los colores y tonalidades de la piel, escuchamos con deleite el sonido de todos los idiomas y las canciones de allende las montañas y los mares, bailamos todos los ritmos étnicos. Tenemos tan poco o tan nada que agradecemos con ojos brillantes y labios sonrientes las palabras amistosas y las amabilidades voluntarias. La mayoría carecemos de grandes propiedades y empleos, pero anhelamos poner nuestra fuerza vital al servicio de los demás. Algunos somos caminantes, artistas del devenir, gente de corazón ardiente, vegetarianos...
Algunos incluso habitamos un archipiélago colonizado donde ondea la bandera rojigualda sin interrupción desde la fatídica fecha del 18 de julio de 1.936, esa enseña tan «democrática» que luce en los partidos de fútbol interestatales y en las recepciones oficiales. A pesar de nuestra juventud o madurez, no olvidamos aquella funesta fecha histórica en que asesinaron los sueños de millones de personas, prohibieron la cultura, ilegalizaron los partidos democráticos y colocaron de caudillo a un ridículo espantajo con halitosis en el alma, el mismo que nombró sucesor en la jefatura del Estado mediante la imposición de la corona real.
Diversos autores han denominado demofascismo al sistema político del Estado que, aunque formalmente consagra el derecho a participar libremente, en la práctica ilegaliza partidos emancipatorios a conveniencia, encarcela dirigentes políticos por organizar acciones populares de resistencia, multa y encarcela por expresar críticas al poder opresor y tortura sistemáticamente a presos políticos.
Nosotros, los humildes, los nadie, rechazamos el fascismo, el racismo, la xenofobia, el neoliberalismo, el imperialismo y el ultra-nacionalismo; consideramos hostiles los partidos corruptos y sus afines que ensalzan o toleran tales formas de opresión y tales prácticas de represión. Nosotros no queremos el «reino» de los cielos hecho a la medida de los ricos que pasan con sus tesoros de Alí Babá por millones de ojos de agujas gubernamentales, judiciales y empresariales. Aborrecemos las marginaciones, las desapariciones forzosas, los asesinatos políticos. No queremos que el estado demofascista extienda, en el plano laboral, el contrato a tiempo parcial para beneficio exclusivo de los empresarios, ni que convierta la flexi-movilidad laboral en elemento aglutinante, ni que incremente el número de paupérrimos contratos de formación y de prácticas para convertir a los jóvenes en eternos esclavos; rechazamos la reforma estructural de la negociación colectiva, sustituida por acuerdos individualizados que rompen la solidaridad de clase y potencian la desregulación. Nosotros no queremos sindicatos que sean cómplices de la patronal y funcionen como apéndices del sistema, léase CCOO y UGT y demás. Debemos pues organizarnos y resistir frente a esta nueva y brutal agresión a las clases trabajadoras: conciencia y movilización son palabras claves.
Porque desgraciadamente existe aquí y allá tanta injusticia, tanta brutalidad organizada y financiada por nuestros «demócratas» de las guerras «humanitarias»! ¡Existe tanta hambre y pobreza en este mundo, tanto horror consagrado, tanta tortura amparada por el poder capitalista! ¡Existe tanta violación de los derechos humanos, tanto exilio forzoso, tanta sangre derramada, tanto llanto infantil y adulto, que algún día las propias piedras gritarán y el sol saldrá dos veces, como en los equinoccios frente a la necrópolis de Arteara!
Hay tanta desgracia en este mundo... Pero, créanme, hermanos humanos, jamás he visto tanta miseria, degradación y estulticia, jamás, como en el espíritu declinante y periclitado de las élites del poder neoliberal, sean de ámbito estatal, nacional o local. Sí, estos personajes tan bien trajeados, henchidos de multi-propiedades, mayorazgos y palacetes, con saldos mayúsculos en los bancos de cercanías y en paraísos fiscales, con entrevistas a medida en prensa y televisión, con sueldos vitalicios tras haber arrasado las arcas públicas en beneficio propio... Es tanta su miseria ética, tanta su alevosía, su insidia, su contumaz hipocresía, claman tanto al cielo sus pútridas almas que hace falta ser ciego de corazón para no verlo, tan miserables de obra y devoción que son.
También, qué pena, he visto tantas almas descorazonadas y alienadas que se nutren de programas plañideros o de espectáculos rosas televisivos; tantos espíritus desolados y vacíos que se alimentan de partidos de fútbol y de oficios litúrgicos con olor a carne de hoguera de mártir hereje y espada ensangrentada... Cuánto oscurantismo y fetidez en el Estado de la «fiesta nacional», eufemismo que muestra la afrentosa tortura contra toros bravos por parte de un iletrado latin lover que presume de virilidad en nombre de una cultura podrida e imperial con olor a cilicios, cirios de Semana Santa e inquisición. Y eso sucede en un Estado que presume de exportar la excelencia de su transición «democrática», contubernio que hizo obligatorio el perdón contra el fascismo exterminador e inició una nueva lista negra contra los partidarios de las libertades sociales, el derecho de autodeterminación de los pueblos, la presunción de inocencia y la propiedad pública; lista negra que se amplió tras el 23F de 1.981.
Porque ellos, los fascistas de toda la vida, digámoslo claramente, no nos pueden perdonar que, cuando se escriba la verdadera Historia de la Humanidad, todo el fulgor y el furor de los siglos saldrá a relucir. Entonces quedará en evidencia toda la trama, incluidos los engendros nauseabundos en forma de libros laudatorios del sistema y los apestosos diarios del régimen. Hay quien se pregunta: ¿son realmente seres humanos, se reencarnarán en horribles bicharracos post-nucleares tras el Apocalipsis que anuncian los agoreros de la New-Age o del Advenimiento del Mesías redentor? No lo sabemos, nosotros y nosotras tan sólo confiamos en que la vida misma, aquella que nos trajo a este mundo, nos llevará a otros paisajes pletóricos de solidaridad y autenticidad. Claro que no lo traerán los ángeles celestiales: requerirá un esfuerzo colectivo naciente y necesario.
Después de tantos palos recibidos, de tantas vejaciones impunes, de tantas promesas incumplidas y falsas negociaciones, después de tantos callejones sin salida y puertas cerradas ante nuestras narices, sabemos dónde está la luz y allí nos dirigimos. Somos hijos de la tierra y del tiempo. Concebimos las necesidades humanas como señales del camino y la llamarada interna como fuerza vital, como chispa original que nos señala la ruta elegida hacia donde nos encaminamos.
Porque nos pueden asesinar, condenar al ostracismo, amedrentar, encarcelar, desaparecer... pero el futuro nos pertenece porque vive en nuestras mentes y corazones. Somos el hogar de nuestros sueños. Porque nosotros no buscamos la felicidad: la hemos hallado en nuestro interior, gracias a la vida que veneramos y respetamos, gracias a esa llama de amor vivo que hemos alimentado desde el principio de los tiempos con sangre y sudor, lágrimas y sonrisas.