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Belén Martínez analista social

De cómplices y culpables

 

Durante la segunda intifada, el 30 de septiembre de 2000, acurrucado en los brazos de su padre moría Muhammad al- Durra. Tenía 12 años cuando fue acribillado por el ejército israelí. Mahmoud Darwich le dedicó un hermoso y conmovedor réquiem. Para recordar siempre. Para no olvidar nunca.

Han transcurrido casi diez años y el Tsahal ha vuelto a matar impunemente. Useid Abed An-Naser Qadus y Mohamed Ibrahim Qadus son los dos adolescentes a los que han arrebatado la vida en Naplusa. Lo justifican aduciendo las mismas razones que esgrimen para llevar a cabo nuevos asentamientos en Jerusalén Este o en Cisjordania.

La voz de Darwich se apagó, y la tierra sigue estrechándose para el pueblo palestino. Cada día un poco más. Es un hecho cotidiano, un gesto rutinario. El mapa que representa el territorio palestino se asemeja a un queso gruyère. El territorio continúa exprimiéndose, bien sea por nuevos asentamientos, desalojos, muros o confinamientos.

La irreductible Palestina es diseccionada, confiscada, ocupada y destruida. Poco importa que la Corte Internacional de Justicia dictaminara en 2004 la ilegalidad del Muro de la Vergüenza. Erets Yisrael se erige a costa de Palestina, con el beneplácito de la UE.

«¿Adónde iremos después de las últimas fronteras? ¿Dónde volarán los pájaros después del último cielo?», se preguntaba el poeta. A continuación, advierte: «Aquí moriremos. Aquí, en el último pasaje. Aquí o ahí... nuestra sangre plantará sus olivos».

El Tribunal Russell ya ha hecho público su primer veredicto. Acusa formalmente a la UE de colaborar en las violaciones del derecho internacional cometidas por Israel.

 
 
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