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Miren Salaberria Historiadora

Hasta aquí hemos llegado

La Brunete mediática española y sus corifeos periféricos no se creyeron ni su propia Constitución y se dedican a bombardear con esa idea según la cual los nacionalismos «periféricos» son intrínsecamente perversos

Encontrándose como se encuentra Catalunya entre la segunda (28-F) y la tercera (25-A) oleada de consultas populares sobre la independencia, es un buen momento para ponerse al día sobre lo que está ocurriendo en ese país. En este sentido, es muy recomendable la lectura del libro «Hasta aquí hemos llegado» de Toni Strubell (Editorial Ttarttalo). En estilo ameno, fácil, grácil unas veces y otros más ácido, Strubell recoge en su libro un sentimiento cada vez más generalizado entre muchos catalanes, aunque pocos se atrevían a expresarlo abiertamente hace unos años: la sensación de incompatibilidad de su país con España. Ayuda a explicar que las encuestas, incluso las gubernamentales (españolas y catalanas), den más de un 35% de independentistas en comparación con el escaso 10% de hace una década. O que Montilla haya tenido que avisar a Madrid de tanta desafección. ¿Qué ha pasado en Catalunya?

Para explicarlo, se parte de una constatación histórica: el inaceptable trato político que recibe Catalunya a manos del Estado español. Lo novedoso es que ese fenómeno se haya escenificado tan claramente en el escaparate de la política en los últimos años (2003-2010). El libro denuncia la inaudita tolerancia de que goza todavía el franquismo residual en el Estado y lo que ello supone políticamente, hecho que abre un abismo entre las sensibilidades de ambos paises. En un capítulo titulado «La ley de la mala memoria», muestra cómo esa ley no reponía la dignidad de los represaliados por el franquismo, hecho denunciado por la propia ONU. Ni siquiera ha servido para restituir a quien fuera president de la Generalitat, Lluís Companys, cuya pena de muerte sigue vigente. ¡Nadie la ha anulado!

Pero el libro también es crítico con cosas que han ocurrido en la propia Catalunya. Reflexiona sobre la calculada exclusión oficial del president Macià como referente histórico y la defenestración de P. Maragall, propiciada por Montilla y la cúpula del PSOE, como parábola de la situación actual del país. No es Maragall a quien han anulado -dice- sino al propio país. No se olvida, finalmente, de suministrar un compendio de ideas prácticas para el futuro del catalanismo, que necesita, al igual que ocurre con el nacionalismo en otras naciones periféricas, un aguijoneante revulsivo para salir del letargo al que le tienen sometido. Hay muchas que nos sirven a los euskaldunes.

La obra demuestra que esta democracia es de baja intensidad y pululan en ella resabios de un pasado tormentoso dominado por inquisiciones y dictaduras militares. Sabido es que en la sociedad española existe un substrato fuertemente centrípeto plenamente sedimentado que sólo considera válido el uniformismo. La Brunete mediática española y sus corifeos periféricos no se creyeron ni su propia Constitución y se dedican a bombardear con esa idea según la cual los nacionalismos «periféricos» son intrínsecamente perversos. Ahí entra el discurso moral de la CEE, ese director espiritual de facto de la vida moral española. En el caso concreto catalán, esta opinión ha calado profundamente en el yermo paramero y sus aledaños. Han logrado pintar de Catalunya una imagen de país rácano e insolidario a base de promover un discurso que el historiador García Cárcel atribuye, en su origen, a Felipe IV, cuando la verdad es que los catalanes se dejan las cejas para pagar las escuelas y los hospitales de Extremadura y Andalucía a cambio de insultos. Pero ahora que se sabe, nadie les da las gracias.

Una lectura desapasionada del libro nos muestra el porqué de la «manifiesta incompatibilidad con España», tal como reza el subtítulo del libro. Y la responsabilidad no recae precisamente en el lado catalán, sino en la inmensa voracidad del imperialismo hispano, visible en tantos momentos de la historia: en la llamada Guerra de Secesión (1640-59), con la pérdida de Catalunya Nord; en la Guerra de Sucesión (1707-1714), con los decretos de Nueva Planta y la abolición foral; en la derogación de la Mancomunitat por la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1030); en el fusilamiento de Companys en 1940; y, finalmente, en el infausto café para todos de la Transición, verdadera trampa para bocas agradecidas. Leyendo el libro, uno acaba de ver, con historiadores como J.H. Elliott o futbolistas como Thierry Henry que, efectivamente, Catalunya es una nación. De esos polvos, estas consultas. Hasta aquí hemos llegado.

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