Crónica | Marcha a la cárcel de Jaén
La solidaridad con los presos, un grito cuyo eco alcanza 800 kilómetros
Pese a casi diez horas en el autobús, los viajeros llegan sonrientes, ilusionados. Han recorrido los 800 kilómetros que separan Euskal Herria de Jaén para mostrar su solidaridad al preso político zornotzarra Joxe Mari Sagardui «Gatza», que este año cumple 30 entre rejas y cuya libertad sigue pospuesta hasta abril de 2011.
Ruben PASCUAL
Hacia las 10.00 de la mañana del sábado cinco autobuses procedentes de Bizkaia llegan al exterior de la cárcel de Jaén. La presencia de los 300 vascos no tarda en hacerse notar en el árido entorno que rodea el terreno. Un gran despliegue de ikurriñas, banderolas contra el TAV o enseñas por la repatriación de los represaliados políticos salpican la zona de color, a la vez que decenas de cohetes son lanzados. Los visitantes comienzan a rodear el perímetro de la penitenciaría. «Lo más importante es hacer ruido, que nos oigan y que sientan que estamos aquí», afirma una joven.
Y así es, la ola de banderas comienza a acercarse entre aplausos, gritos y bocinazos. La algarabía llega de esta forma a uno de los laterales de la cárcel que, por su altura, casi permite divisar el patio. Uno de los presentes, un ex preso que recientemente abandonó ese mismo centro, explica que en esa zona están situadas algunas de las celdas de aislamiento. Los gritos y mensajes de ánimo no cesan.
La marcha no es bien recibida por todos. Al percatarse de la presencia de esa multitud, los funcionarios deciden poner música a un volumen altísimo para que los internos no puedan percibir los signos de solidaridad. Casi al mismo tiempo que el grupo de joaldunak de Zornotza se abre paso entre la gente, se divisan unas manos que agitan ikurriñas y pañuelos desde algunas de las celdas. Este gesto se repetirá varias veces durante las dos horas que dura la visita, haciendo arreciar aún más los gritos y aplausos de los presentes.
«Maite zaituztegu!»
Tras el estruendo de los joaldunak y los sonidos de la txalaparta, un representante del movimiento pr- amnistía se acerca al micrófono y comienza a enumerar los nombres de los quince presos políticos vascos que se encuentran entre los muros de Jaén, con un claro mensaje para ellos: «Maite zaituztegu!». Además, remarca que «queremos terminar con la cadena perpetua, porque ya es hora de que, en Euskal Herria o en los estados español y francés, sean respetados los derechos de los presos políticos vascos».
«Este año, Gatza cumplirá 30 años en las oscuras y repugnantes celdas españolas; por eso, y para reclamar la libertad de todos aquellos a quienes se les ha aplicado la cadena perpetua, queremos subrayar la trascendencia de este viaje», agrega.
«De la misma forma en que hemos traído vuestras reivindicaciones -respeto a los derechos básicos y el reconocimiento del estatus político- hasta Jaén, mostramos nuestro compromiso a llevarlas de vuelta hasta Euskal Herria y difundirlas a lo largo y ancho del territorio», concluye. Acto seguido, mientras los asistentes lanzan a través de la megafonía mensajes a sus allegados presos, una pancarta sujeta a unos globos inflados con helio eleva un mensaje al cielo jienense: «Amnistia. Euskal Presoak Euskal Herrira».
Un representante de Etxerat se muestra emocionado y asegura que es una jornada «muy simbólica» porque Gatza cumple 30 años en prisión. Sin embargo, insiste en que no hay que olvidar «al resto de Colectivo de Presos que está en lucha, a quienes les están visitando, y a quienes recorren miles y miles de kilómetros, arriesgando sus vidas para tener un vis a vis con sus familiares o allegados y tienen que superar grandes trabas para verlos».
El hecho de que tanta gente haya recorrido la Península casi de lado a lado para realizar esta visita «refleja que la solidaridad hacia los presos no tiene límites y que siempre hay gente dispuesta a seguir dándoles fuerza y apoyo», destaca. Un joven vizcaino coincide con él y explica que «nosotros hemos hecho este viaje como algo puntual, en grupo, cantando y alegres», pero «hay familias que tienen que hacerlo una o dos veces al mes, durante años, como una triste rutina». «Este viaje nos ayuda a hacernos una idea de lo que significa el infierno de la dispersión», recalca.
Al filo del mediodía, y bajo un sol abrasador, los asistentes se dirigen hacia la entrada de la cárcel para subirse a los autobuses y se encuentran una concentración improvisada de organizaciones ultraderechistas -ape- nas una quincena de personas- enarbolando banderas españolas y llamándoles «etarras» y «asesinos». Tras un leve cruce verbal, y mientras emiten el himno español por megafonía, los vascos optan por ignorar las provocaciones y emprender el viaje de retorno a Euskal Herria.