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Iñaki Lekuona periodista

La tercera guerra mundial

Si hay una tercera guerra mundial, tened claro que será la última. Aquel profesor de historia de secundaria que hace un cuarto de siglo lanzó esta frase a unos boquiabiertos alumnos, lo hizo mostrando en un mapamundi la posición y el destino de los cientos de cabezas nucleares que en aquel entonces Estados Unidos y la Unión Soviética poseían a lo largo y ancho de sus respectivos territorios.

Y aunque Moscú y Washington acaban de anunciar una reducción de su armamento nuclear, el futuro sigue siendo de color fucsia atómico entre otras razones porque la disminución armamentística no es ni mucho menos significativa, porque India acaba de anunciar que ha probado «con éxito» un par de misiles con capacidad nuclear, y porque ahí está Corea del Norte, y China, y Pakistán, e Irán, que si Israel posee la bomba atómica por qué no la va a tener también Teherán.

Con este panorama, Nicolas Sarkozy intenta hacer manitas con Gordon Brown para unir sus respectivas cabezas nucleares en «una sola flota nuclear submarina de disuasión». Teme el francés que los ingleses se apunten al abandono progresivo de su política armamentística atómica con lo que París, ciudad de las luces y las sombras, capital de la patria de los derechos humanos, quedaría como única capital europea de las bombas termonucleares.

Ya lo dijo una ilustre anónima al regazo de un mostrador repleto de cervezas: la cuestión de la disuasión nuclear es pura falocracia, o sea, a ver quién la tiene más grande. Y añadió: lo jodido es que al final nos van a dar por el saco a todos. No dijo exactamente saco, pero se entiende. En fin, ¿por qué le llaman disuasión cuando quieren decir amenaza?

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