CRíTICA cine

«Lourdes»

Mikel INSAUSTI

Hubo un tiempo en que no existía nada intermedio entre el cine religioso más reverencial y las desmitificaciones radicalmente ateas, como si al hablar de Dios y los que se dicen sus representantes en la tierra sólo fueran posibles los retratos en blanco y negro. Por suerte, las películas actuales afinan cada vez más al tratar sobre teología sin prejuicios ni discursos retóricos, y entre todas ellas “Lourdes” destaca por su extremada inteligencia. La realizadora austriaca Jessica Hausner aborda el fenómeno de los milagros bendecidos por la Iglesia como nadie lo había hecho antes, gracias a un planteamiento bien armado e incontestable. En lugar de reírse de las falsas creencias o de insultar a las autoridades eclesiásticas, deja que la realidad de las peregrinaciones a Lourdes hable por sí misma. Todo es tan transparente en la película de Hausner que a buen seguro habría hecho las delicias de Buñuel, quien, a pesar de su condición de agnóstico, disfrutaba con las ceremonias y rituales católicos que nunca evolucionan y permanecen inamovibles en pos del anhelado descanso eterno.

La parte documental es la que da cuerpo narrativo a “Lourdes”, para que las rogativas multitudinarias tengan su abrumadora presencia en el relato. En medio de la muchedumbre en la que se mezclan los peregrinos, las enfermeras, los voluntarios, las monjas y los curas, asoma tímida y silenciosamente en su silla de ruedas la joven protagonista. Es tan humilde que, casi sin pedirlo, consigue su curación. El prodigio provoca las envidias del resto de enfermos, cuyos insistentes rezos en voz alta no les han servido de nada. Todos ellos piensan que Dios es caprichoso e injusto con sus fieles, a la vez que surgen las propias dudas en la afortunada, porque tal vez haya sentido una simple mejoría pasajera en su búsqueda personal de la normalidad. La actriz Sylvie Testud expresa semejante dilema en toda su materialidad, con actos tan naturales como el aprovechar la movilidad para iniciar un terrenal romance.