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Bahman Ghobadi destapa la escena «indie» iraní en «Nadie sabe nada de gatos persas»

El realizador kurdo Bahman Ghobadi sigue robando imágenes a Irán y enfoca esta vez con su cámara clandestina el panorama musical «underground» de Teherán, elaborando un dramático puzzle sobre la censura creativa.

Mateo SANCHO GARDIEL-EFE | MADRID

Tras recibir en el Festival de Cannes el premio especial de la sección Un Certain Regard y pasar por Donostia, el director de «Las tortugas también vuelan» o «Media Luna» presentó ayer en Madrid esta película que estrenará el día 16 de este mes y que sigue a una pareja de músicos que intentan volar a Londres para dar un concierto. «Nadie sabe nada de gatos persas» es la mejor manera que ha encontrado el realizador para dar voz al Teherán silenciado por las autoridades. «Irán no es el país rudo y violento que se conoce. Ama la cultura, la gente y la paz», aseguró el cineasta.

Bajo la excusa de la tramitación ilegal de unos visados y pasaportes, así como la búsqueda de un miembro para redondear la banda, «Nadie sabe nada de gatos persas» va descubriendo las distintas grietas por las que se cuela la creatividad en un régimen opresor. «El noventa por ciento del arte que hay en Irán es clandestino, se ha tenido que esconder en sus casas y esperar a poder ver la luz», explicó ayer en Madrid en la presentación de la película.

Y, efectivamente, una de las grandes sorpresas de la película es la calidad del patrimonio musical que Ghobadi revela -hay más de 3.000 bandas clandestinas en Teherán-, que abarca todo tipo de tendencias con resultados sobresalientes, y que él mismo fue descubriendo sobre la marcha. «Esta historia me atrapó. Conocí a Negar y a Ashkan (la pareja protagonista) veinte días antes de que abandonaran Irán. Así que escribí la película en dos días y la rodamos en dieciocho», explicó.

Y es que la idea original del cineasta era contar la historia de dos cantantes lesbianas en Teherán, pero se dejó atrapar por el doble juego que desarrolla en «Nadie sabe nada de gatos persas»: reivindicar desde un lenguaje prohibido pero conocido a uno igualmente vetado pero anónimo. «Si a los que somos reconocidos nos meten en la cárcel, imaginad qué les harán a los desconocidos», dijo.

«Sin trampas»

Pese a todo y al igual que sus películas anteriores, Ghobadi vuelve a filtrar la amargura, además de con la vibrante banda sonora, con mucho humor. Esta vez sobre todo a través de las trapisondas de Negar, el particular manager de los artistas. «Como este personaje, yo bromeo, frivolizo como única manera de sobrellevar los sinsabores de la vida, pero cuando me voy a la cama sólo me esperan las lágrimas», confesó. Y su cine funciona de la misma manera, sin hacer uso de las trampas de la ficción.

«No me gusta condenar al espectador a la amargura absoluta, pero no puedo rodar un final feliz porque no quiero mentir», explicó sin disimular un ápice de su desazón.

«Como cineasta kurdo iraní y suní nunca he podido disfrutar de mi trabajo. El noventa por ciento de la energía la gasto para obtener permisos, doblegándome, mintiendo y machacándome», afirmó. «Antes tenía cuidado con lo que decía al promocionar una película fuera de mi país por miedo a las represalias. Ahora ya no», sentenció, y añadió: «Mi mujer Roxana (Roxana Saberi, periodista iraní-estadunidense), guionista de la película, ha estado cinco meses en la cárcel y ya nada me parece que pueda ser peor».

Ghobadi es una de las voces más importantes del último cine iraní, junto a Abbas Kiarostami, el clan de los Makhmalbaf y Jafar Panahi. Este último, ganador del León de Oro en Venecia, se encuentra ahora mismo en prisión. «Ha estado cinco años entre rejas. Han matado su creatividad».

Pero lejos de amilanarse, con «Nadie sabe nada sobre gatos persas», Ghobadi seguirá desafiando al régimen que gobierna su país. «De forma clandestina he enviado una copia de la película a mi país y me consta que ha tenido mucha aceptación», concluyó.

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