Un mes del terremoto en Chile
Miserias al descubierto
Las réplicas sociales y políticas se suceden en Chile un mes después del terremoto. En el área metropolitana del Gran Concepción la tierra no deja de temblar. Al seísmo y al tsunami le han seguido unas nefastas políticas estatales en las que la desidia y la represión caminan de la mano en una tierra azotada por la tragedia y el dolor, pero también por la solidaridad y la esperanza.
Paolo ALBANESE
El terremoto y el posterior tsunami sacaron a la superficie muchas inmundicias en Chile. En Concepción, por ejemplo, muchas poblaciones y caletas cercanas quedaron inundadas y, tras retirarse las aguas, afloró la contaminación causada por un modelo de pesca industrializado y que hasta entonces permanecía en el fondo del mar. Esta realidad, y otras, oculta tras la fachada de espectáculos televisivos, centros comerciales y tanquetas policiales, nos recuerda ahora que, más allá de la imagen del Chile occidentalizado, acostumbrado a mirar por encima del hombro a bolivianos o peruanos, hay una sociedad extremadamente desigual. Un país que, lejos de experimentar ningún milagro económico, ha sido víctima de las políticas neoliberales introducidas por el pinochetismo y continuadas por los distintos gobiernos concertacionistas.
Manipulación y lenguaje en los medios
Las imágenes que los primeros días monopolizaron informativos televisivos no dejaban de ser un reflejo de una sociedad marcada durante décadas por los valores del mercado, donde el sálvese quien pueda es la consigna y los televisores de plasma alcanzan la categoría de necesidad básica.
En medio del desastre, los saqueadores, obedientes a la lógica del mercado inculcada durante años, eran a su vez víctimas de un Estado que ha hecho del absentismo (excepto para reprimir y controlar) la norma.
El uso tendencioso que lo medios de comunicación hicieron de las imágenes de los saqueos, acompañado de un lenguaje rescatado del más puro pinochetismo, que reducía a las clases populares a la categoría de escoria, justificó cualquier medida de excepción y extendió, a su vez, el miedo entre las clases más acomodadas que, armadas, esperaban a la anunciada invasión de saqueadores provenientes de las poblaciones. En este clima, la muerte, el pasado 10 de marzo, de un poblador en la comuna obrera de Hualpen a manos de infantes de la Marina durante el toque de queda, pasó prácticamente desapercibida.
Sin embargo, fuera de los focos televisivos y más allá de las portadas, otras realidades caminan por las devastadas calles del área metropolitana del Gran Concepción, la zona más afectada por el seísmo y sometida al olvido por el Gobierno central.
Malas previsiones
En otoño, con su bajada de temperaturas y sus lluvias, no va a hacer más que empeorar una situación ya de por si dramática para los habitantes de Talcahuano, Lota, Arauco y otras ciudades cercanas a Concepción afectadas por el tsunami, que fue en principio negado por la presidenta saliente, Michelle Bachelet, pero que, sin embargo dejó medio millón de viviendas destruidas y arrasó las caletas de la región.
La mayoría de los vecinos que perdieron sus viviendas viven hoy en carpas y en campamentos donde la solidaridad entre sus pobladores se enfrenta a la prepotencia de los militares, que constituyen prácticamente la única presencia del Estado. Sin suministro de agua y con unas raciones alimentarias cada vez más escasas proporcionadas por la municipalidad, la principal fuente de solidaridad proviene de sus iguales de otros barrios de la ciudad.
Mantas, colchonetas y alimentos no han venido de la mano de ONG ni de los millones recaudados por maratones televisivos en los que empresarios y políticos ataviados de Armani y rodeados de paparazzis y alfombras rojas lavaban su imagen mientras se frotaban las manos viendo oportunidades de negocio entre las ruinas; sino que han sido traídos por vecinos de zonas menos afectadas. El ejemplo del popular barrio santiaguino de la Legua, que trasladó un camión lleno de alimentos hasta Concepción, o de los pobladores de Agüita La Perdiz, una de las primeras tomas de terreno de América Latina, que no sólo se preocuparon de repartir alimentos en su barrio, sino que también lo hicieron en el barrio universitario de Concepción, uno de los más acomodados de la ciudad, son la viva demostración de que a pesar de años de adoctrinamiento en valores neoliberales de individualismo, la solidaridad horizontal y la tradición comunitaria no ha podido ser del todo desarticulada.
Solidaridad
Esta solidaridad, que tanto recuerda a la que demostraron las comunidades mineras sacudidas por el terremoto del 60, ha sido, entre puentes colgados y edificios derrumbados, la única arma de una población aban- donada por el centralismo santiaguino, tan eficiente a la hora de movilizar al Ejército pero que ha dado la espalda a las necesidades técnicas y de salud en Concepción.
Así, un hospital de emergencia y cincuenta médicos rusos abandonaron el país después de pasar varias semanas de brazos cruzados en Santiago y lamentando no haber sido enviados a otras zonas más afectadas donde su presencia era más necesaria. Igualmente, médicos cubanos, curtidos en el trabajo en catástrofes en Pakistán o Haití, fueron enviados a Rancagua, al sur de Santiago, donde los efectos del terremoto no han sido tan devastadores como en el área de Concepción, que ha visto cómo los hospitales colapsaban y se agrietaban hasta quedar totalmente inutilizados.
Castigo complementario
«¿Mala coordinación o mala voluntad?», es la pregunta que se hacen muchos habitantes de la ciudad, que ven en esta actuación un castigo complementario a una de las zonas con más tradición rebelde e izquierdista del país. «Parece que la oligarquía santiaguina, centralista, autoritaria y conservadora, siguiera odiando y castigando al Concepción rebelde y federal de tan rica historia en las luchas sociales de Chile», puntualizan desde el periódico local y popular «Resumen».
Tampoco los ingenieros venezolanos han llegado a Concepción, donde abundan los edificios afectados por el seísmo y que, para posteriores acciones legales, necesitan ser evaluados antes de que sean derrumbados.
Intereses de las inmobiliarias
Los intereses de las inmobiliarias han primado sobre las reclamaciones de los habitantes, que ven cómo las viviendas por la que se han endeudado se encuentran en estado ruinoso. Y no sólo es que nadie responda por la mala calidad con la que fueron construidas durante los últimos años de boom inmobiliario, sino que, además, varios de sus responsables (como el empresario Fernando Echevarria, constructor de varios edificios que hoy se resquebrajan y la ex alcaldesa de Concepción Jacqueline van Rysselberghe, que licitó estas obras) han sido nombrados por Sebastián Piñera nuevos intendentes de la Región Metropolitana de Santiago y del Bio-Bio respectivamente.
Estos días, la actuación de las inmobiliarias justifica el apodo de pirañas, con el que se conoce a la clase empresarial chilena ávida de multiplicar sus beneficios. Si cínicas suenan las palabras del presidente de la Cámara de la Construcción, Lorenzo Constans, invocando a la torre de Pisa, «que lleva siglos inclinada», para llamar a la calma y defender a sus compañeros de gremio, aún más cínica es la presencia de constructores y promotores en las zonas afectadas, ofreciendo cantidades irrisorias por los terrenos con los que posteriormente especular.
Lo que para la mayoría representa una desgracia, ellos lo convierten en oportunidades de negocio. Los anuncios de bancos ofreciendo créditos en condiciones ventajosas llenan páginas de diarios en un país donde la mayoría de las familias viven endeudadas y donde el número de deudores habitacionales, constituidos en un fuerte movimiento social, crecía sin parar ya antes del terremoto y que ahora, además, padecerán una fuerte subida en las hipotecas relacionada con el alza de los precios de los seguros.
Intereses de las inmobiliarias
En este sentido, el seísmo ha sacado a a luz todas las miserias del modelo neoliberal introducido por los Chicago Boys durante la dictadura pinochetista y abrazado por los gobiernos concertacionistas, pues la impunidad con la que actúan los empresarios amparados por la doctrina del libre mercado no se limita únicamente a las prácticas descritas, sino que están golpeando de forma especialmente sangrante en el ámbito laboral, donde la flexibilidad está propiciando una ola de despidos que alcanza dimensiones de tsunami.
En un principio fueron las grandes cadenas de supermercados, las mismas que llegaron a un millonario acuerdo con el Gobierno para la distribución de alimentos, las que iniciaron estos despidos masivos. Después, las empresas pesqueras y los astilleros de Talcahuano y sus alrededores comenzaron a despedir a centenares de trabajadores al amparo del Artículo 159 del Código del Trabajo chileno, dictado por José Piñera, hermano del actual presidente y ex ministro de Trabajo durante la dictadura, que permite despedir sin indemnización en caso de catástrofe. Así, muchas empresas que presentan relativamente pocos daños relacionados con el terremoto están aprovechando la situación para engordar unas cifras del paro que ya antes de la catástrofe se situaban, con un 20%, entre las más altas de Chile y que hoy probablemente alcancen el 30% en muchas comunas del Gran Concepción.
La estrategia de Piñera
La realidad descrita por la canadiense Naomi Klein, que en su conocido libro «La doctrina de Shock» demuestra cómo los desastres naturales y los momentos de trauma colectivos son aprovechados para introducir reformas económicas y sociales de corte ultraliberal, planea estos días sobre Chile, justo cuando el neopinochetismo vuelve a la Moneda.
Las primeras actuaciones de Piñera, más preocupado en dar buena salida a sus acciones en LAN y en conseguir millonarias concesiones para las empresas de Obras Públicas -cuya patronal (COPSA) está ligada tanto familiar como políticamente a Piñera-, llevan a pensar que la reconstrucción se basará en la profundización del mismo modelo neoliberal que estos días parece agrietado y a punto de derrumbarse.
Represión
Sin embargo, el mantenimiento de este sistema, que a ojos de miles de chilenos ha colapsado con la misma facilidad que lo han hecho sus construcciones y edificios, va a necesitar de grandes dosis de represión. El toque de queda dictado el pasado día 29 de marzo para reprimir la conmemoración del Día Nacional del Joven Combatiente, demuestran que éste es un precio que Piñera está dispuesto a pagar.
Mientras tanto, con los medios de comunicación internacionales fuera ya de la zona de la desgracia, los cimientos sobre los que se construyó el mito del Chile occidentalizado y moderno van cayendo uno tras otro al tiempo que los valores de la solidaridad y el apoyo mutuo siguen, como las casas construidas durante el Gobierno de la Unidad Popular, en pie.
Un terremoto de 4,8 grados afectó ayer a la región de Tarapacá, en el norte de Chile, sin causar víctimas ni daños materiales, informó Efe. Este seísmo se suma a los del 4 de marzo (6,3) y 26 de marzo (6,2) en las también norteñas Antofagasta y Atacama.
Dos personas fallecidas y 233 heridas es el balance provisional del terremoto de 7,2 grados de magnitud en la escala de Richter que el domingo (madrugada del lunes en Euskal Herria) sacudió el Estado de Baja California, en el norte de México, según datos difundidos por Telesur. La mayor parte de los daños, según el gobernador de Baja California, José Guadalupe Osuna, se registraron en la ciudad de Mexicali, capital del Estado, y sus alrededores. Uno de los fallecidos murió en el Valle de Mexicali al desplomarse su vivienda, y el otro, aplastado por un muro en la capital, explicó el Gobernador al canal Televisa. Tras el seísmo se han producido decenas de réplicas. GARA