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«Los niños cubanos quieren ser Elpidio Valdés y combatir la tiranía española»

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Juan Padrón

Animador y dibujante cubano

Nació en Matanzas, cerca de Varadero, en 1947. Pionero del dibujo animado, Padrón se ha convertido en autor de culto gracias al largometraje «Vampiros en la Habana». Reconvertido al digital tras una vida entre acetatos, hoy en día se le reconoce como la figura clave de la escuela de animadores cubanos.

Aritz INTXUSTA | IRUÑEA

En su isla se le conoce como el padre del Astérix cubano, Elpidio Valdés. En el resto del mundo, como el autor de la hilarante “Vampiros en la Habana”. Juan Padrón es un veterano del pincel animado y el referente de la escuela de animadores de Cuba. Ahora se encuentra en Iruñea con motivo del Festival del Cómic de la capital navarra, que proyecta una selección de sus películas animadas.

¿El dibujo animado sirve como herramienta revolucionaria?

En realidad sirve para infinidad de cosas. Al principio, el dibujo animado en Cuba era político, trataba temas de la revolución, de la vivienda, de las cooperativas agrícolas y la alfabetización. También se utilizaba de forma didáctica. Ilustrábamos desde cómo se hacía un café, hasta cómo protegerse de un ataque con bombarderos o de un ciclón. Hoy en día, Cuba utiliza los dibujos y la animación en la propia televisión para campañas de salud pública: fomentar el uso del condón, cómo erradicar los mosquitos... En mi caso concreto, con la creación de Elpidio Valdés quise enseñar a los niños cómo fue la guerra de la Independencia. Ni siquiera yo tenía una idea clara al iniciar el proyecto. Cuando quise dibujar a un soldado español no sabía cómo era el uniforme. Sí que conocía cómo vestían los comanches y el Séptimo de Caballería gracias a películas y cómics, pero como sobre Cuba no se hacía nada, la gente lo desconocía por completo. Ahora, gracias a Elpidio, los cubanos conocen mejor su propia historia. 

Pero no ha sido sólo una lección de historia, Tanto el personaje central de  “Vampiros en la habana”, como Elpidio Valdés reflejan unos valores.

Lo que representan Pepe y Elpidio es la libertad, la lucha por la independencia. Son intransigentes: independencia o muerte. Ante todo, no ceder nada al imperialismo. Por otra parte, he hecho otras películas sobre la lucha en Sierra Maestra o sobre hechos verídicos en Angola.

En “Vampiros en la Habana”, el protagonista lucha porque todos los vampiros obtengan gratis un elixir que les permita  tomar el sol. ¿Un golpe a la industria farmacéutica?

En EEUU decían que la película era obviamente socialista, porque plantea que los descubrimientos médicos deben de ser accesibles para todos. Sí que es una metáfora clara sobre la medicina, pero es extensible a cualquier cosa. Nosotros pensamos que la medicina y la educación deben ser gratis. Lo que es bueno para todos debe estar al acceso de todos.

Otro de sus trabajos fundamentales ha sido con Quino, el creador de Mafalda. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

Quino fue invitado a Cuba al festival de cine. Yo le acompañé durante su estancia en la isla y así nació una gran amistad. Poco después, la esposa de Quino me propuso animar los dibujos de su marido. Hicimos una película de prueba, el primer “Quinoscopio”. Quino es muy riguroso con el color y la línea. El trato consistió en que, si le gustaba, haríamos más; si no, quemaría la película. Pero le encantó e hicimos seis más. Más tarde, entre 1991 y 1994, sacamos adelante unos trabajos sobre Mafalda. Quino no estaba contento con lo que se había hecho anteriormente, porque la doblaban en algunos países y mataban su acento argentino. Para Quino, no era Mafalda. El reto que nos propuso fue que ninguno de los personajes hablara. Y el hecho es que funciona, aunque sólo hagan ruiditos con la boca.

¿Qué le empujó a dibujar?

Desde pequeño quise contar cuentos a través del cómic. Empecé con mi hermano, que es un año menor. Yo tenía entonces 13 y él, 12. Eramos compinches y hacíamos historietas entre los dos. Desde los 15 y 16 años comencé a aprender animación y ví cómo podía dotar a los dibujos de movimento colores y sonido. Desde entonces, puse todo mi empeño en escribir guiones, hasta que conseguí que me aceptaran el primero.

Sus personajes son muy cubanos. ¿Dónde podemos apreciar esa «cubanía»?

Hay mucha gente haciendo dibujo animado en el mundo, pero tratan de imitar a los japoneses o a Disney. No existe un estilo propio, porque siempre existe una intención de mercado. El proyecto consiste en hacerse millonario con la película, por eso usan diseños estándar que funcionan. Nosotros no hacemos películas para comerciar, sino para Cuba. Por eso hablan en cubano y tocan temas cubanos. Así ha nacido una verdadera escuela cubana de animación. Los colegas extranjeros me dicen que distinguen enseguida una película cubana, por la música, el colorido, el ritmo...

Después de tantos años de trayectoria, ¿cómo te gustaría ser recordado o por qué?

Por el personaje de Elpidio Valdés. Tres o cuatro generaciones de cubanos han crecido con él. Los niños aprenden el personaje con una fuerza tremenda. Los niños de cuatro o cinco años se calan el sombrero y quieren ser Elpidio Valdés y luchar contra la tiranía española.

Viviste en Leningrado.

Sí, estuve casado con una soviética y viví allí durante un año. Trabajé para periódicos como el “Pravda” y revistas de humor.

¿Un cubano haciendo chistes en ruso?

Bueno... los tuve que hacer sin palabras. Los rusos tienen un humor muy extraño. Hay que explicarles el chiste. No era fácil entender su estilo. Las viñetas debían ser muy blancas, humor por humor, y además sin palabras. Una vez, para fin de año, hice una caricatura sobre Vietnam y la publicaron junto al editorial del “Pravda”, el periódico más importante del Partido Comunista. Para mí fue una gran alegría y una sorpresa que cogieran mi dibujo para hacer el editorial.

¿Qué aparecía en esa viñeta?

Un soldado americano al que habían ametrallado en el pecho. En los agujeros de bala se puede leer «Merry Chistmas».

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