Agustín Ferrero, padre de Rubén Ferrero, fue miembro de los históricos La 5ª Reserva de Bilbo, también parte de Alirón, con cuatro disco en el mercado, compositor y arreglista de buena parte del material interpretado por La Otxoa y parte, por simplificar, de una experiencia que une Módulos y Los Íberos.

Bajo este ambiente familiar, Rubén tomó la guitarra con prontitud, así hasta llegar a dominarla con técnica, soltura y sentido del espectáculo, tal y como demostró en cada uno de los múltiples proyectos en los que participó, con Medusa 33, Gyrobrain y El Paso Killers. En estas dos últimas formaciones compartió guitarra con el guitarrista Mikel Oteiza, quien lo sitúa en estos términos: «Como persona destaco de él su generosidad y altruismo. Conmigo en Gyrobrain se involucró totalmente consiguiendo bolos, etc. Era una persona muy tierna, aunque pareciese otra cosa».

En términos musicales lo sitúa como un músico que escuchaba todo tipo de música «y que apreciaba muchos estilos. A mí me gustan ese tipo de músicos, aquellos que escuchan cosas diferentes, que enriquecen. Además, era un gran productor, programador de baterías y teclados y con gran oído. Como vocalista era muy bueno, con notables agudos, siempre afinado, lo mismo cantaba tipo Ozzy, que en la onda de un Robert Plant... Como guitarrista tenía muy buen gusto, un toque explosivo, con mucha fuerza y mucha mala hostia... Técnicamente muy limpio y preciso, aunque para nada edulcorado, siempre lleno de rabia. En Bilborock hace años salió con una guitarra de mierda de 150 euros y un ampli de principiante y sacó un sonido descomunal. Daba igual el equipo, era él. Le ponías una escoba y sonaría igual. Un absoluto monstruo y animal y con sentido del espectáculo: se expresaba con el cuerpo al tocar, esos son los buenos. En esa actuación destrozó la guitarra en escena, era parte del espectáculo. Yo, sinceramente, no conozco a nadie por aquí que rellene su hueco».

Familia y amigos

Una de las personas que mejor conoció al Rubén músico, aunque también al joven de carne y hueso, pues no fueron pocas las charlas de tú a tú, fue Belén Mijangos (ex directora de «El Tubo»), implicada también en la organización del evento. Belén le recuerda «partiendo la guitarra en el escenario. Tocándola con los dientes. A dos manos, sacándole ritmo y melodía al unísono... Pero no, no te equivoques. No es Jimi Hendrix: es Rubén Ferrero, guitarrista al que ahora sus amigos, fans y allegados le ofrecemos este rock-party-funeral, tal y como como él quizá, alguna vez, soñó. Fue un espíritu libre. Rockero. Apasionado. Visceral. Exhibicionista. Arrogante. Amigo de sus amigos. Gusto por lo macarra. Retorcido. Irritante. Valiente. Soñador. Pero, por encima de cualquier otra cosa, noble y generoso sin límite. `Amor, sexo, destrucción' es su única obra publicada. Autoregistrada, autoproducida y compuesta al completo bajo su firma. Un autoretrato y trabajo que, como alguna vez apunté, queda como hijo bastardo ante tanta discográfica sorda, poco sensible o avariciosa. Hendrix, su dios. Zeppelin, Black Sabbath, Guns N' Roses, Mötley Crüe, Juliette Lewis... Hard rock, glam, sleazy, neoclásico, Detroit, sureño.... Nacido, vivido y fallecido para el rock».

De momento, y a falta de la esperable subvención, lo contrario no se entendería, los padres de Rubén corren con todos los costes del festival, que son numerosos. Pero Agustín, su padre, está tan seguro de que se merece esta fiesta, que ha tirado hacia delante aún en estos tiempos tan duros. Su fe y su justificado entusiasmo es tan grande que, con extrema humildad, nos remite un instrumental de Rubén titulado «The love blues». En estilo Satriani, el joven músico nos deja una espléndida composición y una interpretación celestial.