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Crónica | En los aeropuertos de Loiu y Biarritz

Un viernes de ceniza hunde en la desesperación a decenas de pasajeros

La ceniza volcánica islandesa sumió en la desesperación a decenas de pasajeros, en su mayoría hombres de negocios alemanes, que ayer por la tarde trataban de buscar en el aeropuerto de Loiu una conexión para retornar a su país. La cola ante el mostrador de Lufthansa era la evidencia.

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Gari MUJIKA

El perfil tipo del pasajero desesperado en la terminal de Loiu era la de un varón trajeado, de mediana edad, portando un pequeño equipaje de mano en el que no faltaba el maletín para transportar el ordenador portátil. Eran la mayoría de los que aguardaban a las 16.00 su turno ante el mostrador de Lufthansa tras confirmarse la cancelación de los vuelos con destino a Munich (18.00) y Frankfurt (18.45).

Tras la explicaciones de rigor sobre la situación y la previsión nada halagüeña por lo menos para las siguientes 24 horas, se les ofrecían alternativas para aguardar la marcha hacia Alemania, pero no consuelo pues los rostros de muchos de ellos reflejaban la impotencia. Tras varias vueltas al mostrador de atención al cliente a los de embarque, la desesperación iba en aumento y algunos se aventuraban a buscar en otro despacho, el de Air Berlin, otra conexión para regresar a su país.

El resto de afectados eran en su mayoría ciudadanos vascos de viaje «de placer» o para visitar a algún allegado, a los que no quedaba más posibilidad que pensar en otro fin de semana. Muchos de ellos, como una familia de Gasteiz, se acercaron a Loiu con la esperanza de que la maldita nube que mantiene en jaque a media Europa no afectase al aeródromo de Munich. Al llegar, supieron que no había habido suerte, como tampoco la tuvieron aquellos que trataron infructuosamente de informarse a través de un teléfono habilitado o internet y hacían cola con el consuelo de pasar el fin de semana con la familia y no con los compañeros de trabajo, encabezados por su jefe superior.

Estampa inusual

A las 9.00, el aeropuerto de Biarritz presentaba una estampa absolutamente inusual. La sensación era de aeropuerto cerrado. Ante un aparcamiento semivacío, cuatro taxistas fumaban un cigarrillo, aburridos, en el exterior de la terminal. Dentro, el camarero de la cafetería y otros tres trabajadores mataban el tiempo.

En todo el aeropuerto, únicamente diez pasajeros (frustrados) hacían cola ante las ventanillas de Air France, atendidas por dos empleadas que trataban de ofrecer una alternativa, o una compensación, al vuelo perdido. Excepto una joven al borde de las lágrimas por no poder viajar, el resto se lo tomaba con tranquilidad. Ofrecían vuelos para mañana. Para ayer sólo preveían alguno suelto con destino Lyon, pero cualquier posible conexión desde allí era un misterio.

La página web del aeropuerto labortano mantuvo inamovible el siguiente mensaje durante toda la jornada: «En raison du déplacement d'un nuage de cendres causé par une éruption volcanique en Islande, le trafic aérien sur l'aéroport de Biarritz-Anglet-Bayonne sera fortement pertubé». Fuertemente perturbado era, claro está, un eufemismo.

 

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