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Análisis | Estrategias de enfrentamiento

Sin cambios en la política de acoso y derribo contra Cuba

 Se están fomentando una serie de «crisis» con el objetivo de buscar un escenario propicio para una hipotética «revolución de colores», a la manera de las auspiciadas en diversas latitudes por los servicios de inteligencia occidentales.Mientras la política agresiva e intervencionista de EEUU (con apoyo europeo) se perpetúa en espíritu, acciones, medios e intenciones, la agenda de problemas domésticos sigue creciendo y con ellos el «escepticismo» en amplios sectores revolucionarios respecto a que los necesarios cambios se vayan a realizar con la celeridad y profundidad que reclama la población.

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José Miguel ARRUGAETA - Joseba MACÍAS Historiador - Sociólogo

La campaña desinformativa de acoso y derribo contra Cuba, que coordina elementos nuevos, revela que su objetivo final sigue siendo que el futuro de la isla lo decidan EEUU y Europa. La Habana ha activado toda su capacidad interna y su red de relaciones internacionales.

Tras numerosas especulaciones sobre posibles cambios en la política norteamericana y europea hacia Cuba, la realidad se impone con crudeza: no habrá ninguna transformación relevante en la relación con la Revolución. Mientras tanto, la estrategia de acoso y derribo se endurece mediante una verdadera campaña desinformativa que revela claramente las intenciones finales de sus valedores: decidir el futuro de Cuba en Bruselas y Washington bajo los eternos parámetros de una geoestrategia demasiado conocida.

Provocar y fomentar situaciones de «crisis» con tintes dramáticos, como la muerte en huelga de hambre de Orlando Zapata; dimensionar el papel de las llamadas «Damas de Blanco», su calendario y/o lugar de movilizaciones; radicalizar las exigencias y actitudes del ahora huelguista Oswaldo Fariñas y sus seguidores; activar la escasa capacidad movilizadora de la oposición interna... Estamos sin duda ante una cadena de hechos novedosos en el momento actual de la realidad cubana y desmesuradamente amplificados por los grandes medios de comunicación internacionales, a pesar de la muy escasa repercusión social en el interior de la isla. ¿El objetivo? Todo indica que se trataría de la búsqueda de un escenario propicio para una hipotética «revolución de colores», a la manera de las auspiciadas en diversas latitudes por los servicios de inteligencia occidentales con resultados, por lo demás, bastante desiguales.

«Cambio cero» hacia la Revolución cubana. La actitud de «cambio cero» hacia la Revolución propiciada por la Administración estadounidense, se ha visto certificada de manera muy gráfica en la reciente asistencia del propio Barack Obama a una cena «privada» en casa de la poderosa e influyente pareja cubano-americana formada por Gloria Stefan y su marido Emilio, el magnate que ejerce un verdadero monopolio en la difusión, promoción y distribución de la música latina en el mercado norteamericano. Una familia ultraconservadora identificada desde siempre con las posiciones más intransigentes hacia Cuba mantenidas por la facción más dura del exilio histórico en Miami.

Si Obama había llegado a la Presidencia sin compromisos aparentes con este agresivo y muy activo sector político y económico, la «alianza» escenificada (en plena huelga de hambre «hasta las últimas consecuencias» de Fariñas, detalle que habla por si mismo de la verdadera sensibilidad de los protago- nistas) es un hecho relevante y a tener muy en cuenta para comprender la sucesión de acontecimientos y los posibles escenarios previsibles a corto plazo.

Un encuentro nada simbólico, por lo demás, que marca un significativo giro en la actitud norteamericana después de que, como señalara recientemente el sociólogo cubano Rafael Hernández en la revista mexicana «Proceso», en el último año se habían reanudado satisfactoriamente las conversaciones diplomáticas entre ambos países en torno a cuestiones como la migración, la política de visados o la cooperación antidrogas.

Cuba sigue siendo un hueso duro. Cuba, sin embargo, sigue siendo un país muy peculiar, y un hueso realmente duro de roer para los imperialismos norteamericano y europeo. La Revolución ha demostrado con creces a través de los años su «capacidad de movimiento» en situaciones de enfrentamiento extremo. Por lo pronto, y a pesar de los «silencios» de determinados medios internacionales, el Gobierno cubano también ha activado todas sus capacidades internas (sociales y de seguridad) así como su experimentada y muy eficaz red de rela- ciones internacionales, denunciando estos hechos y actitudes como claras muestras de la injerencia internacional.

Los manifiestos y demostraciones de solidaridad con la Revolución y de rechazo a la campaña mediática desatada, se cuentan ya por centenares y provenientes de todas las zonas del mundo pese a los interesados silencios, al tiempo que la diplomacia cubana extrema la actividad en sus ámbitos naturales, especialmente en la comunidad latinoamericana que vive una verdadera guerra de posiciones entre la agresiva política norteamericana y el eje de trasformación social y política articulado en torno a la ALBA, con Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua como actores principales y donde la propia Cuba juega un papel más que relevante.

En este contexto de renovada agresividad e intensos movimientos en la sombra quien pierde fuerza, presencia y argumentos es la incómoda, estéril y más que desfasada «posición común europea», auspiciada en su momento por José María Aznar, y que el actual Gobierno español pretendía variar en estas fechas, con la clara intención de ganar en interlocución ante el Gobierno cubano y dotar de cierta autonomía a la diplomacia europea en el caso de la isla caribeña. En el actual contexto de enfrentamiento y fuerte presión informativa es bastante improbable cualquier variación de la actual posición europea, que, por otro lado, requiere de un muy elevado consenso interno. Esta situación parece condenar una vez más a Europa al limitado papel de mero auxiliar de los intereses de Washington, sin capacidad propia de movimiento.

La actitud del Gobierno revolucionario, por lo demás, es de sobra conocida en circunstancias como éstas. Nadie le puede negar desde hace décadas su coherencia al mantener una negativa permanente a cualquier posibilidad de diálogo bajo pre- sión y chantaje.

Los verdaderos peligros amenazan desde dentro. Sin embargo, la constatación de que la política agresiva e intervencionista de Estados Unidos (con el apoyo europeo) se perpetúa en espíritu, acciones, medios e intenciones, no debe hacernos perder la perspectiva de que el principal desafío de la Cuba de estas dos primeras décadas del siglo XXI sigue siendo garantizar la continuidad, estabilidad y legitimidad social del proceso de transformación integral puesto en marcha en 1959, al mismo tiempo que se procede al necesario relevo generacional. Una cuestión, por lo demás, perfectamente delimitada en la histórica conferencia ofrecida por Fidel Castro en la Universidad de La Habana en noviembre de 2005, en la que planteó públicamente por primera vez la cuestión de la reversibilidad de la Revolución y la posibilidad de la derrota por «errores propios» en la construcción del socialismo.

La agenda de problemas domésticos sigue creciendo: los cada día más evidentes cambios sociológicos y culturales operados en el interior de la sociedad cubana a partir de la década de los años 90, las interminables dificultades económicas diarias, los crecientes desajustes sociales, una corrupción y un mercado negro cada vez más presentes en la dinámica cotidiana, los distanciamientos de sectores juveniles -que no parecen sentirse mayormente comprometidos con el proceso político-, la continuidad de un flujo migratorio que supone una costosa sangría de población esencialmente joven con alta formación educacional...

Fenómenos sociales todos ellos que vienen acompañados, además, de un manifiesto crecimiento del «escepticismo» entre amplios sectores revolucionarios respecto a que los necesarios cambios en la estructura económica y social se vayan a llevar adelante con la celeridad y profundidad que reclama la población, hasta el punto de convertirse en los verdaderos y muy reales «enemigos internos» que amenazan seriamente la estabilidad de Revolución cubana hoy en día.

¿Tiempo de transformaciones? La dirigencia del país, en palabras del propio presidente Raúl Castro, ha anunciado reiteradamente la inminencia de los cambios, pero el alcance y la trascendencia de los mismos son realmente un enigma. En medio de una fuerte y grave crisis económica y financiera, ideas como la necesidad imperiosa de «liberar las fuerzas productivas», la afirmación que el exceso de trabajadores en el sector estatal se calcula en más de un millón, el intenso debate en diversos medios nacionales sobre las urgente necesidad de ampliar considerablemente el carácter de la propiedad (lo que incluiría junto a la omnipresente propiedad estatal a la pequeña propiedad privada, cooperativas no agrícolas, y otras posibles compatibles con el actual sistema socio-económico) así como el cuestionamiento de las políticas de asistencia social «igualitarias», son algunas claves que pueden servirnos para aproximarnos a una idea de hacia dónde parecen apuntar los cambios al interior de Cuba, prometidos en varias oportunidades por la máxima dirección del país. Lo que resulta bastante evidente es que ha llegado el momento de poner en marcha la «agenda interna» frente a los numerosos riesgos que parecen derivarse del aparente inmovilismo interno. Como señalan los propios cubanos, es tiempo ya de «darle agua al dominó».

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