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Fede de los Ríos

Samaranch a los altares

Su cuerpo ha permanecido en el Palacio de la Generalitat viendo pasar a reyes, príncipes, infantas, socialistas democráticos, nacionalistas también democráticos, posfranquistas igualmente democráticos y hasta algún que otro republicano vergonzante

Murió Juan Antonio Samaranch Torelló, marqués de Samaranch y el universo entero rompió en llanto y loas a tan ilustre señor, excelencia como a él le gustaba ser llamado. Se ha perdido el español más universal desde Felipe II, han llegado a decir. Un hombre de infinita sabiduría afirmaba una tertuliana de cuyo nombre ni puedo ni quiero acordarme. Sabiduría infinita, ahí es nada. Un Dios hecho hombre como el Jesús aquél que tanta guerra dio. Entre el terremoto de Chile que, al parecer, desplazó unos centímetros el eje de rotación de la Tierra y la muerte del falangista sapientísimo, eje, no sé en este caso si de rotación o de traslación, del deporte moderno esto va a ser un sindios. Huerfanicos y desorientados quedamos.

El primer conocimiento del divino Marqués que tuvo el que suscribe fue en la Barcelona del año 77, poco antes de las primeras elecciones tardofranquistas. Cientos de resentidos catalanes que le tenían ganas se concentraron para pedir su destitución como presidente de la Diputación de Barcelona. La inquina catalana era debida en parte a declaraciones como: «El mandato de Franco va a representar según mi opinión uno de los periodos más brillantes de la historia de España, sin duda alguna. Encontró un país subdesarrollado, miseria, poca cultura y dejó un país con los problemas derivados del fantástico desarrollo experimentado por nuestro país en estos últimos años de paz. Hay algo que me gustaría decir en estos momentos: yo conocí al Jefe del Estado a Francisco Franco, lo he visitado en numerosas ocasiones pero muy especialmente cuando tuve el honor de estar al frente del deporte español. Y entonces me di cuenta de su singular inteligencia al percatarse del enorme valor social que tenía el deporte en nuestro siglo y la enorme arma que era el deporte para la educación y formación de nuestra juventud, o sea que todos los españoles lloramos la desaparición de Franco, pero yo creo que los deportistas españoles aún la tenemos que llorar más». Pido disculpas por lo extenso de la cita pero el honor de Juan Antonio merece esto y más. No vaya a pensar nadie que era un chaquetero. Deporte y Falange siempre fueron de la mano. Ya lo dice el refrán mens sana in corpore sano. Por eso nuestros profesores de gimnasia y de Formación del Espíritu Nacional resultaban ser los mismos. Todos ellos falangistas al servicio de la Patria y del Deporte.

Y aquellos catalanes, siempre tan suyos, no gustaban del espíritu joseantoniano del marqués. Más vale que al final, gracias a las actuales autoridades socialistas, a José Antonio, perdón, Juan Antonio se le ha rendido, como su trayectoria lo merecía, honores de Jefe de Estado. Su cuerpo a permanecido en el Palacio de la Generalitat viendo pasar a reyes, príncipes, infantas, socialistas democráticos, nacionalistas también democráticos, posfranquistas igualmente democráticos y hasta algún que otro republicano vergonzante. Todos en alegre bilbiriketa desfilaron ante el corpore insepulto de Juan Antonio ¡presente!, falangista democrático. Es lo que tiene la democracia. Su espíritu todo lo impregna.

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