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Despejado el cielo de la UE, ¿dónde está el suelo?

Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Ya se puede volar. El viento viró y la crisis aérea se ha ido con las cenizas a otra parte.

El problema es a dónde. Aunque los románticos aseguren que el viaje es en sí mismo el destino, siempre conviene saber que al final hay pista de aterrizaje.

Porque lo que falta en Europa es suelo. La Unión Europea es un ente tan falto de agilidad como de autoridad. Tan es así que hasta el último directivo de la última compañía aérea se permite el lujo de ciscarse en el, en principio, incuestionable «principio de precaución» por el que aseguran haberse guiado los gobernantes europeos en esta ocasión. Y no duda en exigir incluso indemnizaciones. Para el sector, claro, no para los viajeros que han estado varados siete largos días en tierra de nadie.

La crisis ha coincidido en el tiempo con el comienzo del relevo en la presidencia semestral de la UE. España, que inició su andadura con el desplante de Obama y que se ha dedicado estos meses a hacer oídos sordos a las alarmas mundiales por el estado comatoso de su economía -mientras se dedicaba a dar leña al mono, vasco, por supuesto-, cederá pronto el testigo al «fallido» Estado belga, otra vez sin Gobierno por la sempiterna crisis entre la mayoría flamenca y la minoría unionista valona.

Todo ello en un contexto en el que la economía europea sigue sin despegar y pierde pie frente a la pujanza de los países emergentes, que miran ya por encima del hombro a casi la mitad de los Veintisiete (a los que se sacudieron el yugo de la extinta URSS y creyeron, ilusos, que entraban en el paraíso).

Ya se puede viajar desde la UE. El último, que apague la luz y cierre la puerta.

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