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Txisko Fernández Periodista

Se hundirán tocando la misma canción

Les pasó con la Armada Invencible y con el-Imperio-en-el que-nunca-se-pone-el-Sol. ¡Había que ser arrogantes para otorgarse a sí mismos semejantes títulos! En honor a la verdad, hay que reconocer que los monarcas y demás botarates nobiliarios que constituían la Corte castellana no fueron los primeros ni los últimos en andar por el mundo presumiendo de inmortales hasta que la Historia les dio un soberbio sopapo de humildad. Pero es que las «autoridades políticas» que todavía hoy inclinan la cabeza cuando aparece la testa coronada de un Borbón no aprenden. Cada vez que les envían al furgón de cola de «las grandes potencias», buscan un chivo expiatorio: que si «la pérfida Albión», que si «la leyenda negra» (según definición de la RAE: «opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI»), que si «la conspiración rojo-separatista»...

No voy a descubrir América si digo que ahora, viendo su horizonte imperial ya tan mermado, cada vez que quieren desviar la atención sobre algún problema gordo, las autoridades españolas siempre tienen a mano un recurso muy fácil. El ejemplo siguiente lo deja meridianamente claro: la edición digital de «El País» (el de los españoles, se entiende) se pasó gran parte de la tarde-noche del jueves presentando una serie de noticias en el siguiente orden de relevancia de mayor a menor: «La policía de Belfast sospecha que el etarra De Juana se ha fugado», «El Santander reclama medidas urgentes contra el déficit y el paro», «Gordon Brown se lo juega todo en el debate de esta noche», «El Parlamento catalán consuma el órdago al Tribunal Constitucional», «Todo el Gobierno de Camps amañó contratos con la trama Gürtel», «La reforma del Código Penal sale adelante con la abstención del PP»...

Ya ven, ni corrupción política ni corpus procesal; ni el órdago catalán a la Carta Magna ni la crisis económica en la que se están ahogando. No hay nada como ajusticiar a un vasco. Si éstos hubieran estado en el Titanic, habrían pedido a la orquesta que les tocara cualquier auto-sinfonía de Garzón o de Marlaska. Y se habrían hundido tan felices.

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