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Es muy fácil perder los derechos que se lograron alcanzar con tanta dificultad

Existe un cierto consenso entre la mayoría de los expertos al aceptar que el mundo económico evoluciona siguiendo una serie de ciclos. Sobre la duración de los mismos, o sobre las causas que los provocan, la polémica no está zanjada. Pero la cruda realidad nos muestra, sin posibilidad de rebatir los hechos, que los ciclos se repiten y que las etapas de crisis o recesión se van alternando con periodos de crecimiento. Aceptar ese análisis no conlleva necesariamente caer en el determinismo, en ese fatalismo que hoy se parapeta tras el concepto de «la crisis global» para evitar poner nombre y apellidos a los responsables de que, cada vez que las curva del gráfico inicia el camino descendente, las clases más desfavorecidas carguen con el mayor peso de las graves consecuencias que esa tendencia negativa suele acarrear.

Cíclicamente, el Primero de Mayo es utilizado por los sindicatos como altavoz de sus reivindicaciones. Y ayer sucedió de nuevo. En Euskal Herria los discursos reflejaron una fuerte división ideológica y las imágenes dibujaron una excesiva disgregación geográfica. En estos tiempos, la unidad de acción sindical es más necesaria que nunca, porque hace tiempo que el lobo ha asomado las orejas y ya está mostrando unas garras muy bien afiladas. Es cierto que las centrales abertzales están dando pasos en ese sentido, incluso más allá de los ámbitos sectoriales, pero cada quien tiene que asumir su responsabilidad y, evidentemente, los sindicatos tienen una capacidad de movilización y liderazgo social que no puede circunscribirse a una cita anual, más cuando en en estos tiempos el Primero de Mayo se celebra más como una jornada festiva -de las pocas que se intercalan en el largo calendario laboral, no lo olvidemos- que como un día de lucha.

La experiencia griega

En las últimas semanas, el foco económico está puesto en Grecia y, por ello, también desde el punto de vista sindical hay que seguir con atención lo que allí sucede. No es tanto cuestión de seguir «el ejemplo» que pueda dar la clase trabajadora helena, sino de aprender las lecciones que se están escribiendo estos días en las calles de las principales ciudades de aquel país y en los despachos en los que se reúnen el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y las autoridades de la Unión Europea (en este caso representadas teóricamente por el Eurogrupo y de facto por el Gobierno alemán).

Gran parte de la ciudadanía griega está respondiendo con fuerza a las medidas que ya ha impuesto el Gobierno de Yorgos Papandreu y a las que está anunciando para los próximos días. Y lo está haciendo siendo consciente de que el «plan de ajuste» viene impuesto desde arriba por quienes sólo tienen como objetivo mantener a salvo sus prerrogativas económicas y sociales: las grandes empresas y las entidades financieras. Cuando estalló el escándalo, más que la crisis, de las hipotecas subprime, las grandes potencias se reunieron para dar un fuerte tirón de orejas al FMI y a los grandes bancos porque, con su mala gestión, habían permitido que se cuestionara el modelo económico capitalista. Incluso se habló de «refundar el capitalismo», de rebajar las primas a los ejecutivos de las entidades financieras rescatadas con dinero público, de acabar con los paraísos fiscales... Pero superado el escándalo, que no la crisis, las aguas han vuelto a sus cauces.

Por eso, la «solución» a la crisis griega va a seguir la receta de siempre: poner la economía de todo un país bajo el control del FMI. Eso conllevará la reducción drástica de los salarios, el recorte de los derechos sociales -a los que, sin ningún pudor, llaman «beneficios sociales»- y la rebaja del gasto público. Y, al mismo tiempo, no se aumentará la presión fiscal sobre los grandes beneficios empresariales y financieros, no se permitirá el acceso de la clase trabajadora a préstamos razonables, ni se obligará a los altos cargos políticos a apretarse el cinturón.

Aunque esas medidas se están poniendo en práctica de forma draconiana en Grecia -por ejemplo, suprimiendo de un plumazo las dos pagas extras-, hay que tener presente que las recetas del FMI «sirven» para todos y que, de forma más sibilina, son las que están implementado la mayoría de los gobiernos europeos. Incluso en Alemania, de la que se dice que está resistiendo mejor a la crisis, se están recortando algunos de los pilares básicos sobre los que se levantó el Estado del Bienestar. Siendo así, es fácil prever que en Euskal Herria los actuales gestores políticos de las distintas administraciones van a intentar imponer sucesivos recortes en los derechos de las ciudadanas y ciudadanos vascos que, con su esfuerzo cotidiano, mantienen en pie una estructura social y económica que tanto costo levantar.

La experiencia griega ha dictado la primera lección: si no se da una respuesta contundente a tiempo, es muy fácil perder los derechos que se lograron con tanto esfuerzo. El Primero de Mayo ya ha pasado; por delante queda un calendario que debe llenarse de jornadas de reflexión y de movilización para no repetir errores, para cambiar de ciclo.

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