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Angel Aldarondo (2010/4/29)

En la fase oral

En un arrebato de regresión a la fase oral -cuando hormigas, hierro oxidado o caca del suelo eran parte del menú-, el otro día me comí las flores que decoraban un plato de rape a la plancha. El resto de comensales no disimuló su gesto de grima, y yo me descargué diciendo que si en lugar de Mutriku estuviésemos en Mugaritz, esa acción me costaría unos buenos euros. Precisamente eso es lo único que me gusta de los cracks del puchero: el poco trecho que separa a esos alquimistas de unos niños jugando a las cocinitas. Concretamente, un postre de Aduriz que me holló el paladar, titulado Nata Salada con Posos de Café, parecía salido del perverso ingenio de mi sobrino Mikel. (...) A pesar de ello, y para sofocar rumores, juro que no fui yo quién prendió fuego a su cocina.

Ignoro cómo hemos llegado a esta situación. En qué momento de la historia nos volvimos unos snobs del paladar. Supongo que responde a una lógica convergente: saciada la necesidad de alimento pasamos al placer de la gula, de ahí al vicio de no aburrirnos nunca, para terminar llenando el vacío existencial petando el estómago. Como en la película de Marco Ferreri La Gran Comilona, en la que cuatro proto-burgueses se reúnen en una mansión para suicidarse a base de opíparas viandas (también tenían putas, pero ése es otro tema, ¿o no?). Esa escatológica crítica al ombliguismo moderno es un buen ejemplo de la charcutería emocional en la que nos movemos.

(...) Habrá que esperar a que el sabático Adrià y su oportuna fundación diseñe la receta por la que se guiará la gastronomía mundial. Pero mucho me temo que, como ocurre con los lobbys financieros, llegará a una conclusión lampedusiana, la que dice que es necesario cambiarlo todo para que nada cambie.

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