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Maite Ubiria I Kazetaria

Un burka para el amigo chino de un aliado del ultracatolicismo

Parece un trabalenguas, pero la frase trata de reflejar el derrape entre el discurso político y la práctica institucional del sarkozysmo en materia religiosa. Entendida la religión, claro está, de modo amplio, con la dimensión elástica que permite aplicar una doctrina o la contraria dependiendo del momento y el interés.

Primero, la religión de la seguridad. Desde el foro atómico mundial, Sarkozy anuncia que Irán merece un castigo por desarrollar un programa nuclear ni más ni menos inquietante que el que aplica desde hace décadas Israel. Amén.

Segundo, la religión de los derechos humanos. En su nombre puede justificarse desde un embargo hasta una guerra. No digamos ya la persecución ideológica. Sarkozy se muestra radian- te en su periplo por China. Ya visitó Pekín en abril de 2009, y se trajo de vuelta un maletín de 20.000 millones de euros para las empresas francesas. Con razón en su nueva estancia se deshace en elogios hacia el «amigo chino» y elude toda polémica que pueda incomodar al Gran Timonel de la economía mundial. Gloria.

Con la doctrina de la seguridad y la religión de los derechos humanos en la coctelera se extrae el néctar: la laicidad. El gran altar al que se consagran políticos e intelectuales, conjugando discursos de consenso, aparentemente asépticos, pero que en su seno albergan a demasiados nostálgicos del paisaje inmutable -con campanarios, pero sin minaretes- a quienes no perturban otras manifestaciones religiosas, tanto o más proselitistas, presentes en suelo galo.

Sarkozy no sabe ni cuántas mujeres esconden su rostro tras el velo extremo, pero ultima una ley que, según los cálculos más alarmistas, afectaría a unas 2.000. Mucho esfuerzo legislador se antoja para un país que hasta hace poco ni siquiera se ha planteado contar con estadística y ley específicas para combatir la violencia sexista.

Quiere imponer la doble pena a las mujeres atrapadas en el burka, tratando de ocultar que esos rostros, aunque se mostraran al descubierto, tampoco serían del gusto de una República demasiado propensa a la segregación social y racial, y en la que el tradicionalismo católico se expande hoy bajo el manto protector de un falso libertador.

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