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Alvaro Reizabal Abogado

La paja del ajeno

Ahora quieren prohibir el velo diciendo que somete a la mujer. Vale. Pero su postura es pura hipocresía. Llaman a los mismos colegios en que quieren prohibirlo con nombres de santos o vírgenes

La polémica sobre el uso del velo islámico en lugares públicos ha llegado ya al Estado español, algo lógico teniendo en cuenta que cuando el fenómeno de la emigración era aún marginal y minoritario, eran muchos los que proclamaban «yo no soy racista, pero...» encubriendo en esta conjunción adversativa su xenofobia.

En España y también en Hego Euskal Herria la presencia pública de signos religiosos cristianos es absolutamente asfixiante. No hay montaña que no esté presidida por una cruz de diversos tamaños, en algunos casos horrendos mamotretos de cemento o gigantescas estructuras metálicas como la de Gorbea, que mereció la atención de un grupo de militares españoles que la envolvieron en el piperpoto para mayor gloria de Dios y de la patria hispana.

En otros se combinan de distintos tamaños como en la cima del Hernio, ocupada por una enorme de cemento y un sinfín de otras metálicas más pequeñas. Para llegar a esas cumbres es necesario aproximarse a través de caminos o pistas (cada vez más por estas últimas) jalonados también de cruces en gran número, concretamente catorce. Se trata de los vía crucis muy útiles para que los creyentes recuerden las estaciones de la supuesta pasión de Jesús, encabezados por un cura que reza en cada una de ellas mientras cantan durante todo el recorrido «Perdona a tu pueblo».

No podemos olvidar los altares para poder celebrar misas de campaña en lugares estratégicos. Como ejemplo, y ya que hemos citado el Hernio, a pocos metros de la maltrecha cresta hay también un altarcito cubierto que permite al celebrante trabajar al abrigo, mientras sus fieles soportan la tempestad como auténticos pringaos.

Claro que todas éstas son las cruces más o menos oficiales. Luego están las particulares, colocadas por familiares de personas fallecidas, en ese lugar o en otro, en su memoria.

Las ciudades se consagran, y así Donostia está consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, y su gigantesca y espantosa imagen preside la ciudad, mancillando la belleza del monte Urgull y de toda la bahía. Cada vez que alguien habla de retirar de su privilegiada atalaya ese adefesio franquista, miles de devotos envían cartas al director protestando por el atropello, sin darse cuenta de que el auténtico abuso es el atentado a la naturaleza que su presencia supone y el obligarnos a todos a verlo a todas horas, queramos o no. El Sagrado Corazón de marras daba a nombre a los dos colegios en que estudié sin que nunca llegara a comprender cómo se podía profesar tanta devoción por esa víscera y no por el hígado o por los testículos u ovarios.

Ahora quieren prohibir el velo diciendo que somete a la mujer. Vale. Pero su postura es pura hipocresía. Llaman a los mismos colegios en que quieren prohibirlo con nombres de santos o vírgenes; usan mantilla mientras denuestan el velo porque coarta a la mujer, pero les parece muy bien que sus monjas sean Esclavas del Señor o Siervas de María. No ven la viga en el ojo propio, pero si la paja en el ajeno.

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