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Tony manero es el rey de la pista

Luces de focos reflejadas por todo el teatro. La música de los Bee Gees resonando en la sala. Con dos canciones es fácil que el espectador compruebe que está en una discoteca de los 70 y que se olvide del elegante talante del Teatro Arriaga. Es la magia de «Fiebre de sábado noche», que se apoderará de Bilbo hasta el 16 de mayo

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Itziar AMESTOY |BILBO

Las aventuras de Tony Manero no le son desconocidas al gran público. La versión cinematográfica de «Fiebre de sábado noche» («Saturday Night Fever», 1977; dirigida por John Badhman) sirvió para consagrar al bailarín y actor John Travolta, desconocido hasta el momento. En su versión de teatro musical, se estrenó en el London Palladium en 1998. Ahora, una adaptación en castellano de Stage Entertainment llegó ayer a Bilbo, después de haber visitado anteriormente Donostia y Gasteiz. El musical estará hasta el próximo 16 de mayo en el Teatro Arriaga.

El fácil que las ganas de bailar se apoderen del patio de butacas. El espectáculo cuenta con un reparto de treinta cantantes, actores y bailarines, y una orquesta de nueve músicos. El vestuario resulta inconfundible, aunque tiene cifras curiosas, como los 148 pares de zapatos o los seis botes de laca por semana que requieren los tupés y cardados. Todo ello para dos horas y media de baile desenfrenado a ritmo de las canciones de los Bee Gees. Los temas han sido traducidos al castellano, por lo que «Stayin Alive», «Night Fever», «Tragedy», «Disco Infierno» y «Jive Talkin», aunque conocidas, tienen otro toque.

Tony Manero domina la discoteca. El argentino Juan Pablo di Pace se mete en su piel todas las noches. Según explica, se sintió atraído por la dualidad del personaje. «Por un lado, es un misógino, tiene una arrogancia, una chulería muy típica de cualquier chico de 19 años de barrio. Pero luego tiene una pasión por la danza, una sensibilidad... Me gustó que fuera un tipo con muchas caras», resume a pocas horas de saltar al escenario. Reconoce que tienen algo en común -«si no tuviera algo reflejado no lo estaría haciendo»-; aun así, lo ve cómo un reto, porque el público no empatiza con él desde el principio. «Empieza como un arrogante, pero a través de la historia vas viendo que todo eso es una pose».

La repercusión que tuvo la versión cinematográfica puede dar nombre al espectáculo, pero juega en contra del reparto. Di Pace intentó no ver la película mientras trabajaba el personaje. «No quise hacer ninguna versión, ni copiar nada de Travolta. Lo que hizo fue espectacular, pero era él en esa época. Quería encontrar una parte mía en Tony». Beatriz Ros, que interpreta el papel de Stephanie, coincide con su compañero. «La directora nos recomendó que no lo mirásemos». Aun así, en ella sí que tuvo una influencia clara la versión de cine. «De pequeña estaba enamora de John Travolta», reconoce aunque apunta que el teatro musical, aunque respeta la historia, es muy diferente, tiene mucho más humor.

El público responde a la fuerza del espectáculo con ganas de olvidar que está en un teatro y se lanza a bailar. Según Beatriz Ros, esa es la fuerza del género. «El teatro musical reúne tres artes, tres disciplinas. A nivel artístico lo tiene todo: bailar, interpretar y cantar. Y eso es lo que está captando al público, que puede ver una historia a la vez que siente que está en un concierto y viendo a una compañía de danza. Si no te atrapa por un lado, lo hace por el otro». Esta misma fuerza es la convenció a Juan Pablo cuando vio el musical por primera vez. «Hay mucha energía que salta al público». En el reparto también está el donostiarra Skizzo, en el papel de Joey. Además del momento especial que vivió cuando estuvo en Donostia, donde no había tenido la oportunidad aún de actuar como profesional, habla de lo interesante que resulta ver las diferentes formas de aceptación de cada público.

Después de estar una temporada entera en Madrid, este año el musical ha girado por muchas ciudades. Todo ello ha generado cierto cansancio en el equipo. Resulta comprensible teniendo en cuenta que Tony Manero sólo abandona el escenario diez minutos en cada función. Su compañera asegura: «Aun así, desde las primeras notas nos atrapa y, aunque nos sorprenda, es un espectáculo que sigue creciendo». Esta energía se propagará por el Arriaga en las trece funciones que quedan hasta el 16 de este mes.

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