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La versión familiar del mito de la caverna de Platón

«Canino»

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MIkel INSAUSTI | DONOSTIA

Los festivales buscan cada año el nuevo fenómeno y, si procede de una cinematografía olvidada, todavía mucho mejor, porque el impacto del hallazgo resulta mayor. En el 2009, la rareza más premiada fue «Kynodontas», una atípica película griega realizada por un tal Giorgos Lanthimos, cuya ignota obra anterior está siendo rastreada en internet con un repentino y sorprendente interés.

El rosario de premios empezó en el Festival de Cannes, dentro de la sección Un Certain Regard. En Montreal se llevó los de Mejor Película y Mejor Director. También triunfó en Sarajevo y en Estocolmo, hasta llegar a Sitges, donde recibió el del Jurado Joven y el Citizen Kane de la Crítica al Director Revelación. Todos estos reconocimientos no quieren decir que sea una película que gusta a todo el mundo, sino que es de las que crean fuertes divisiones.

Los cinéfilos con memoria se apresuraron a recordar que esa película ya estaba hecha, y que se llama «El castillo de la pureza». Lo que pasa es que Arturo Ripstein, cuando la realizó en 1972, se inspiró en un caso real mexicano, el descubierto en 1959. En ese año se supo que Rafael Pérez Hernández había mantenido a sus seis hijos encerrados hasta su mayoría de edad, para mantenerlos a salvo de la malsana influencia exterior.

Pero como sucede en tantas ocasiones, dos películas que aparentemente tratan el mismo tema, en el fondo resultan muy diferentes. La de Ripstein era puro Buñuel, e incluso compartía con el director aragonés a su actor Claudio Brook, protagonista de «Simón del desierto». En lo formal, se situaba a la estela de «El ángel exterminador», al representar la claustrofóbica situación mediante un ambiente oscuro y envuelto en una lluvia constante.

En cambio, en «Kynodontas», la luz del Mediterráneo crea un clima engañosamente paradisiaco, pues la familia protagonista habita una residencia veraniega de clase alta. Además, los griegos siempre pueden acudir a sus clásicos para encontrar las referencias culturales en las que basarse y Giorgos Lanthimos no deja escapar la oportunidad de poner al día a Platón y su mito de la caverna.

Un sol que no calienta

Los miembros de la familia que presenta Giorgos Lanthimos en «Kynodontas», pese a vivir en una soleada casa con jardín, parecen seguir en la fría y húmeda cueva platoniana. El encierro les ha hecho perder la vitalidad que implica el contacto con los demás, por lo que los tres hijos de muestran faltos de naturalidad en sus reacciones, casi mecánicas. Dicha rigidez, es fruto de la disciplina, impartida por el padre de forma autoritaria. Los dos actores y la actriz que interpretan a los adolescentes se comportan como autómatas, también a la hora de decir sus frases.

La frialdad expositiva con la que el cineasta griego retrata al grupo familiar ha hecho que se le compare de inmediato con el austriaco Michael Haneke, pero es una comparación injusta, ya que Giorgos Lanthimos utiliza el humor, todo lo cínico que se quiera, pero humor al fin y al cabo. «Kynodontas» tiene un tono general más próximo a la comedia fantástica, con intencionadas deformaciones de la realidad, derivadas del permanente engaño en el que viven los tres hijos. El poco o mínimo contacto que tienen con la realidad circundante es visual, al igual que ocurría en el mito de la caverna, así que les hacen creer cosas que no son, como que los aviones que sobrevuelan la casa son juguetes que en cualquier momento pueden aterrizar en el jardín, o que los gatos que saltan el muro que les aisla son monstruos que devoran a las personas que se atreven a internarse fuera de la seguridad del hogar.

El suerrealismo provocado por la alteración del conocimiento llega a extremos insospechados, alcanzando al propio lenguaje. Las palabras pierden su significado dentro del recinto doméstico para tomar otro distinto, más represivo. Por ejemplo, la vagina es una lámpara, el mar es un sillón forrado de cuero con los brazos de madera, el teléfono es la sal o los zombis son las margaritas.

El patriarcado

Es curioso que Giorgos Lanthimos no contemple los estudios en el hogar como una alternativa al sistema educativo oficial, ya que son muchos los padres que no están de acuerdo con los conocimientos manipulados que se imparten a sus hijos en las escuelas públicas o privadas, prefiriendo ser ellos mimos quien se encarguen de su educación.

Lanthimos, lejos de verlo así, piensa que la burbuja educativa implica una peligrosa falta de sociabilidad, dejando a los hijos sin herramientas para relacionarse e intercambiar conocimientos libremente. Tal como presenta el problema lo convierte en una metáfora del totalitarismo, al basarse en un principo de autoridad, la que ejerce el padre sobre el resto de la familia. Él es quien decide que sus hijos sigan ignorantes con respecto a la realidad exterior, forzando a la madre a ser una colaboradora necesaria. Es un patriarcado en toda regla que no admite fisuras.

El hermetismo de ese sistema endogámico genera tensiones que irán estallando a medida que los retoños se acercan a su mayoría de edad. El padre impone una religión de consumo interno en la que él es la deidad absoluta, pero no puede controlar los procesos naturales y el creciente deseo sesxual.

Como el padre es el único que sale fuera de la casa, bajo el pretexto de que tiene que ir a buscar el sustento para los suyos arriesgando la vida, utiliza a una empleada de su empresa de seguridad para satisfacer los deseos del hijo mayor. El recurso no funciona, porque abre una filtración, y la externa es despedida cuando contamina a los hijos con películas de Hollywood, que son las que impiden el desarrollo del cine griego, en un autoguiño que se permite irónicamente Lanthimos.

Las relaciones incestuosas aparecen, por tanto, como la única solución dentro de la endogamia provocada desde el principio. La alusión al trabajo en el negocio de la seguridad deja bien patente la intención del realizador, que culpa de la creciente tendencia totalitaria a la obsesión por el reforzamiento de todo tipo de alarmas y medidas que hagan más seguros los hogares.

La necesidad de defenderse del ataque externo llega a manifestaciones enfermizas, hasta el punto de que para los padres el resto de personas que tienen relación directa o indirecta con sus hijos se convierten en potenciales enemigos. Un sobreproteccionismo que no salva a nadie, ya que hasta los mismos profesores suelen figurar como los malos de la película. Otro tanto sucede con los médicos, los sicólogos o los nutricionistas, como si todos ellos se hubieran confabulado para destruir el futuro de los hijos. Es así porque los progenitores quieren ver en ellos un reflejo idealizado de sí mismos, lo que lleva a un nivel de exigencia y cuidado totalmente paranoicos.

Hay vida en el cine griego después de Angelopoulos

En pleno caos económico griego, nos llegan muestras de vitalidad de su cine, que no se acaba con el maestro Theo Angelopoulos. Giorgos Lanthimos lidera una nueva generación que ha conseguido romper la barrera exterior, colándose en los festivales internacionales a través de un tipo de experimentación que no suele ser bien entendido fuera del país heleno. Debutó en el 2001 con la comedia sexual «O Kaliteros Mou Filos», protagonizada por el allí popular actor televisivo Lakis Lazopoulos. Cuatro años después, exploraba el lenguaje de la representación y el cine negro en «Kinetta».

M.I.

FRIALDAD

La frialdad expositiva con la que el cineasta griego retrata al grupo familiar ha hecho que se le compare con el austriaco Michael Haneke, pero es una comparación injusta, ya que Giorgos Lanthimos utiliza el humor, todo lo cínico que se quiera, pero humor al fin y al cabo.

SURREALISMO

El surrealismo provocado por la alteración del conocimiento llega a extremos insospechados, alcanzando al propio lenguaje. Las palabras pierden su significado dentro del recinto doméstico para tomar otro distinto, más represivo.

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