El precio de la verdad
Iñaki LAZKANO
Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea
Ser cínico tiene sus ventajas. Se puede llegar a encajar los golpes mejor de lo que lo hacía Muhammad Ali ante George Foreman en aquel memorable combate por la corona de los pesos pesados celebrado en Kinshasa; mantener el tipo e incluso ironizar cuando una alumna de periodismo te interpela con una pregunta iconoclasta: «¿Puedo hacerle una entrevista a mi amigo imaginario?». Es un consuelo. Al menos, la chavala es sincera y no pretende curtirse en el socorrido arte del refrito. Inventar siempre resulta mucho más loable que copiar. Lamentablemente, el compromiso con la verdad coarta la creatividad e imaginación del buen periodista. Si es que esa raza de periodista aún no se ha extinguido.
Existen muchas películas que han reflejado la lucha del periodista en pos de la verdad. Puede que la más emblemática sea «Todos los hombres del presidente» (1976), excelente filme de Alan J. Pakula que narra cómo dos jóvenes periodistas que buscan la verdad pueden llegar a provocar la dimisión del hombre más poderoso del planeta. Pero ya nadie recuerda a Bob Woodward y Carl Bernstein. Ni a Edward R. Murrow. Es posible que Billy Wilder tuviera razón cuando retrató a los periodistas como un atajo de seres miserables y sin escrúpulos en «Primera Plana» (1974).
Decía el escritor francés André Maurois que la única verdad absoluta es que la verdad es relativa. Asumir la relatividad de la verdad, empero, no significa comulgar con la mentira. Pese a ello, parece que los jóvenes periodistas han hecho suya la máxima de que la realidad no debe estropearnos una buena historia. Se asemejan a Stephen Glass; el periodista norteamericano que hundió el prestigio de la revista «The New Republic» con sus falsos reportajes. En «El precio de la verdad» (2003), película que recrea el episodio aludido, el director de la revista dice unas palabras que parecen dirigidas a nuestros jóvenes fabuladores: «Él nos entregaba ficción tras ficción. Y lo imprimimos como si fueran hechos. Sólo porque nos resultaba `entretenido'. Es indefendible. ¿No lo sabes?». No obstante, la responsabilidad última es de los jefes de redacción. En esta época en la que el precio de la verdad cotiza tan a la baja, tanto los buenos periodistas como los cínicos deberíamos tener muy en cuenta uno de los principales mandamientos del «Chicago Tribune»: «Si tu madre dice que te ama, verifícalo».