Con la industria de Hollywood nunca se saben las verdaderas razones por las que una película acaba teniendo un determinado enfoque, así que toda la información que nos llega respecto al «Robin Hood» de Ridley Scott es mejor cogerla con alfileres. Si su versión es un drama histórico de pretendida seriedad, puede que se deba en parte a los ajustes presupuestarios. La Universal quería en principio que fuera una espectacular producción épica con despliegue de efectos especiales para las secuencias de masas, e incluso los primeros guiones querían ser originales y fantasear con los personajes de siempre. Pretendían que se cambiaran las tornas, con Robin Hood pasándose al lado oscuro y el Sheriff de Nottingham haciendo finalmente el bien. Una estrategia destinada a invertir la consabida leyenda del buen ladrón que robaba a los ricos para dar a los pobres.

Los planes inicialmente previstos, se fueron alterando a medida que la crisis por la que atraviesa el estudio aconsejó reducir gastos. A pesar de los recortes, Ridley Scott ha podido contar con unos cien millones de dólares, una cantidad nada despreciable. No obstante, si alguien sabe de lo costosas que son las películas épicas, es el cineasta británico, por lo que es posible que decidiera no arriesgar demasiado en lo concerniente a la acción y concentrarse más en el trabajo con los actores, sabedor de contar con un reparto multiestelar encabezado por Russell Crowe, su actor fijo de cara al rendimiento en taquilla. Aún así, no ha sabido encontrar unos villanos a la altura de los precedentes clásicos, pues ni Mark Strong como Sir Godfrey, ni Matthew Macfadyen como el Sheriff de Nottingham, parecen capaces de hacer olvidar a malvados de la talla de Alan Rickman, de Peter Cushing, de Robert Shaw o de Basil Rathbone.