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La prórroga del toque de queda revela que el conflicto en Tailandia persiste

Las autoridades tailandesas decidieron ayer prorrogar tres días más el toque de queda decretado la víspera en Bangkok y en 23 provincias del país, lo que pone de manifiesto que la rendición y detención de los líderes del movimiento antigubernamental de los «camisas rojas» no significa el fin del conflicto político visibilizado durante los últimos dos meses en la capital. La violencia podría extenderse por el país.

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El Gobierno de Abhisit Vejjajiva ha puesto fin al movimiento de los «camisas rojas» en Bangkok, pero los sangrientos enfrentamientos que han salpicado y acabado con la protesta presagian otros sobresaltos violentos que han empezado a ser habituales en el «país de las sonrisas», según los expertos. Además, algunos analistas advierten también de que los dos últimos meses de protestas podrían ser sólo el preludio de estallidos de violencia en el resto de Tailandia a medida que, según dicen, los movimientos de protesta se vayan radicalizando.

En cualquier caso, la ampliación tres días más del toque de queda decretado el miércoles en Bangkok y en otras 23 provincias del norte y noroeste, bastiones de los «camisas rojas», tras el asalto militar a su campamento revela que el conflicto político persiste y que el Gobierno teme un contagio.

Incertidumbre

Políticamente, se abre un nuevo periodo de incertidumbre, ya que la rendición de los manifestantes antigubernamentales no conlleva la resolución del conflicto y la gravedad de esta crisis podría acentuar las divisiones ya profundas en la sociedad tailandesa. Las masas rurales y las clases populares de los alrededores de la capital, las más empobrecidas, se sienten marginadas y privadas de los frutos de décadas de crecimiento económico y menospreciadas por las élites de Bangkok, que controlan el poder político y militar y a las que, según ellos, representa Abhisit.

Una situación que en los últimos dos meses de manifestaciones y disturbios ha alcanzado proporciones sin precedentes.

«Ha habido problemas en el pasado, pero jamás una expresión de cólera y de furia de esta magnitud», señaló Thitinan Pongsudhirak, politólogo de la Universidad de Chulalongkorn. «Esa emoción cruda, más allá de opiniones políticas, ha agravado considerablemente los objetivos de la política tailandesa», añadió.

Al menos 84 personas han muerto y más de 1.800 han resultado heridas durante esta crisis en demanda de la renuncia del Gobierno, la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas, que ha sido resuelta a sangre y fuego.

Radicalización

Para Pavin Chachavalpongpun, del Instituto para Estudios sobre el Sudeste Asiático de Singapur, la violencia se está convirtiendo en parte de la cultura política en Tailandia, que lucha estos últimos años por salvar su imagen de «país de las sonrisas».

La quema de 35 edificios en Bangkok y otras partes del país demuestra, a su juicio, «la radicalización de la política tailandesa. Yo lo llamaría la nueva radicalización de Tailandia».

«Esto no es el fin de conflicto, es sólo el comienzo de otra etapa de la guerra. En cuanto al nombre que le dan -guerra civil, guerra de guerrillas...- es una cuestión de interpretación», agregó.

Los soldados tailandeses tomaron ayer el control del centro de Bangkok, que mostraba un espectáculo desolador con centros comerciales incendiados y las calles vacías por los disturbios que siguieron al ataque más mortífero contra los «camisas rojas». La tensión había disminuido de forma significativa.

El primer ministro, Abhisit Vejjajiva, cuya dimisión exigen los «camisas rojas», pidió a la ciudadanía que confíe en él para restaurar la calma.

Algunos líderes «rojos» también llamaron a la moderación y a la no violencia. «La democracia no se puede construir sobre la venganza», dijo Veera Musikapong, que se entregó a la Policía.

El emblema de la «nueva Tailandia», próspera y abierta al extranjero, se convirtió así en símbolo de una capital en llamas a raíz del movimiento político más importante de los últimos veinte años.

Emocionada partida de los «camisas rojas» un día después del asalto

Son varios centenares los que caminan lentamente hacia los autobuses que les llevarán de vuelta a casa. Los últimos militantes del movimiento de los «camisas rojas» que seguían en Bangkok abandonan la ciudad, transformada por una aventura política y humana que acabó en sangre.

El miércoles lloraron al escuchar a los líderes del movimiento tirar la toalla. Después de dos meses de protestas, de un ideal democrático y de la sensación de vivir un momento histórico, tuvieron que aceptar que la batalla estaba perdida.

Veinticuatro horas más tarde, la emoción no decae. En calma, desfilan en prietas filas más allá de la sede de la Policía. A los lados, algunos aplausos.

El compromiso y la esperanza han sido inmensas, igual que la decepción. Los resueltos manifestantes se han convertido en civiles desolados, pendientes de que un responsable de la Policía les explique el procedimiento. En el exterior, espera el autobús.

«Les ayudamos a volver a casa. Confían en nosotros. Nosotros somos la Policía, tratamos de ayudar», asegura un comisario.

No es el único que lo dice. Muchos manifestantes temían la irrupción en el campamento de los soldados con tanques y armas automáticas. Pero la Policía les tranquilizó. Los que coordinan la operación de evacuación no llevan armas.

Los batallones de provincia, reconocibles por el color de sus pañuelos, llegaron de refuerzo. Policías y manifestantes intercambian el «wai», gesto de respeto omnipresente en la cultura tailandesa.

¿Los disturbios, los incendios? «Los `camisas rojas' no hemos sido», afirma un hombre. «Éste es un país bárbaro. Se pidió a los soldados que nos mataran. No es justo. Nos vamos a casa». GARA

hora más difícil

«Sabemos que es la hora más difícil en la historia de Tailandia», dijo Thawi Pliensri, secretario general del Consejo de Seguridad Nacional, instando al Gobierno a evitar la autocomplacencia.

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