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Eszenak

La seducción del monstruo

Josu MONTERO | Escritor y crítico

El pasado martes John Malkovich estuvo en el Arriaga encarnando a Jack Unterweger, un personaje basado en el personaje real del mismo nombre, uno de los más célebres asesinos en serie de la reciente historia europea. Cuando apenas tenía veinte años, en 1974, fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de una joven de dieciocho. En prisión se apasionó por la literatura, sobre todo por la creación literaria; escribió poemas, relatos, algunas novelas, piezas teatrales e incluso una autobiografía. Considerado como ejemplo de redención por el arte y de rehabilitación fue amnistiado y consiguió la libertad en 1990. Pero volvió a dejar tras de sí un rastro de mujeres asesinadas en varios países, prostitutas casi todas: violadas y estranguladas con su propio sujetador. Atrapado finalmente, prefirió suicidarse en su celda nada más ser condenado a cadena perpetua. Michael Sturminger escribió -y dirige- «La Comedia Infernal» a partir de las obras de Unterweger. En ella el monstruo intenta seducirnos, convencernos para que leamos su última novela, titulada como la pieza teatral; eso sí, para empezar confiesa que jamás ha escrito una palabra sincera. El deseo, la mentira, las mujeres, el crimen... son los ejes de los monólogos de Malkovich/Unterweger, perfectamente arropado por la música en directo y por dos actrices/sopranos. Ayer y hoy en Tarragona y el domingo en Málaga termina la minigira de esta obra por el Estado español.

Hace unos meses se estrenó en Santurtzi otra escalofriante obra: «La caja Pilcik», del dramaturgo catalán Carlos Bé. Petr Petlan/Hubert Pilcik es el protagonista, otro psicópata centroeuropeo de doble personalidad, doble en tanto pertenecía además a la policía secreta de fronteras en un pueblo de Bohemia de los años 50. Raptor y asesino de jovencitas amparado por tanto en su papel de agente del poder, un poder -también- oscuro, temible, monstruoso. Envuelve además el autor los hechos reales en una atmósfera densa y asfixiante de cuento de hadas perverso, con niñas perdidas en el bosque, casita de chocolate y monstruo. La editorial teatral bizkaina ArtezBlai publicó esta obra en cuyo desasosegante final se hace referencia a unos cuantos de esos monstruosos seres humanos, pero también encierra una reflexión acerca de lo fácil y peligroso de colocar nombres al mal, etiquetas que lo alejan y lo diferencian de nosotros. Pero quizá la distancia no sea tanta.

Terminamos con el asesino en serie por antonomasia, y aún enigmático, el legendario Jack el Destripador. Mientras en el East-End -la zona proletaria y dejada de la mano de dios- del Londres de 1888 se producía la ola de crímenes, en un elegante teatro del West-End, el Londres burgués, se representaba la exitosa versión dramática de la novela de Stevenson «El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde». El caso es que la prensa la culpó de inspirar los crímenes, e incluso imaginó al psicópata como un sosias del Mr. Hyde de Stevenson, con capa y sombrero, a pesar de que en absoluto se correspondía con los testimonios de los testigos. Otro dramaturgo, George Bernard Shaw, escribió un irónico y feroz artículo en el diario «The Star»: «Nosotros, socialdemócratas, perdíamos el tiempo intentando concienciar acerca de la miserable situación del proletariado; un genio independiente, tan sólo con asesinar y destripar a unas cuantas mujeres pobres ha convertido a la prensa conservadora en una variedad inepta del comunismo». Y terminaba: «Menos filantropía y más distribución de la riqueza».

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