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Javier Ramos Sánchez jurista

El antijuez y la cínica progresía española

En su pretensión de sustituir o complementar al poder político, el juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón ha utilizado unos procedimientos inversos a los que la lógica jurídico-penal exige, según afirma en su artículo el jurista Javier Ramos. Sin embargo, a su juicio, lo más lamentable es la actitud de «ese coro de plañideras progresistas a la vera del juez estrella» que aplaudieron un régimen que se autodenominó democrático y una transición «que tan sólo supo dar el lábel de calidad democrática» al régimen franquista sin exigir la depuración de sus crímenes.

De la conocida mala calidad en la instrucción de procedimientos a cargo del juez estrella Don Baltasar Garzón pocos juristas son desconocedores a estas alturas, y son tantos los ejemplos de ello que nos va a permitir el lector que, sin entrar en casos concretos, nos centremos más bien en el modus operandi de este magistrado.

Si la lógica jurídico-penal funciona como un silogismo tal que sobre la existencia de unos indicios racionales de criminalidad convertidos en hechos probados en la sentencia se debe aplicar la norma jurídica prevista, a fin de conducir al resultado jurídico punitivo o absolutorio que corresponda, es decir, que son los hechos los que deben encajar en la norma previa que los subsume a fin de aplicar la consecuencia que esta misma norma prevé, está claro que no es ése el procedimiento que habitualmente sigue el hasta ahora titular del Juzgado central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.

Don Baltasar funciona a la inversa. Primero selecciona una causa con renombre, una dictadura conocida pero bien alejada, la caída del Imperio Romano o, para mejor servir a quien le paga, una juventud vasca rebelde al sistema. Después elabora una teoría de facturación propia y de naturaleza conspirativa, tal que, por ejemplo, «todo es ETA» y, por último, trata de encontrar indicios o hechos que apoyen su tesis. Don Baltasar, sencillamente, se constituye en paladín de las «causas justas», en ese héroe de cómic que «resuelve entuertos» al mejor estilo quijotesco y al que algunos pretenden izar en la peana de la historia junto a otros relevantes autores en el impulso a los derechos humanos, como Tomás Moro, Jefferson o Rousseau. Nada más inexacto.

Don Baltasar simplemente pretende sustituir o complementar al poder político, lo que no es de su competencia. Y para ello llega a la más absoluta deformación del Derecho. Así, por ejemplo, puede abrir causa contra Islero, el toro que mató a Manolete, por más que el código penal no autorice a imputar delito alguno a un animal que, por otra parte, yace muerto hace décadas. No importa, si la causa es «justa», de renombre y, además, puede granjearle mayor fama.

Pero lo verdaderamente lamentable es ver a ese coro de plañideras progresistas a la vera del juez estrella. Se quejan de que el fascismo español, en su afán por impedir el desentierro de las víctimas del golpe de 1936, ha resuelto acabar con la carrera judicial de este magistrado, lo que les impele a protestar y adherirse a la dudosa carrera judicial del mencionado. ¡Qué poca vergüenza y cuánta cobardía!

La progresía española lleva sesteando desde 1975. Dando por bueno un régimen que se intitula como democrático y una transición, que se moteja de modélica, cuando no ha sido este periodo (1975-2010), sino la historia de una izquierda española acobardada y sumisa que, para su infamia, tan sólo supo dar el lábel de calidad democrática a un régimen, el franquista que quiso reencarnarse por arte de birlibirloque en «demócrata de toda la vida», sin pasar por la natural depuración de sus abundantísimos crímenes, como hiciérase con el fascismo italiano o el nazismo alemán. En el Estado español, el silencio, la renuncia y la cobardía sustituyeron a la verdad y a la justicia, y de aquellos polvos, estos lodos.

La progresía española, ahora soliviantada, bien hubiera debido exigir explicaciones al poder político, único competente para depurar responsabilidades y reparar las numerosas injusticias provocadas por la dictadura. Ni las exigieron entonces ni lo han hecho ahora al que resulta ser competente (es un decir), al señor Rodríguez Zapatero, quien con su particular modo de gobernar, esto es, esconder bajo la alfombra todos los problemas por mejor ver su pudrimiento, ha elaborado una Ley de la Memoria Histórica alicorta y atenta a no soliviantar a la vieja carcundia hispana, la que realmente gobierna el Estado.

En cambio, el coro de plañideras izquierdosas se dirigen al juez en busca de lo que éste no puede dar, porque no es parte del poder legislativo ni del ejecutivo, sino del judicial, es decir, el que aplica -no crea ni recrea- la ley que otro poder ha elaborado. De ahí el lamentable espectáculo de unos niñatos políticos que no quisieron crecer buscando la verdad y a los culpables de su sufrimiento, sino que han preferido correr a refugiarse bajo las faldas togadas en busca del «capitán américa», del nuevo héroe de cómic con puñetas, que salvará al mundo, a su triste y acobardado mundo, de las garras de la Falange rediviva.

Esa misma pueril y sosa izquierda española que ríe las gracias de su majestad porque, aunque no es monárquica, es «juancarlista», que es como decir que no se es fascista, sino solamente mussoliniano, que renuncia a sus más preciados principios, a la república, al derecho de autodeterminación de los pueblos, que jalea al instructor cuando realiza sus razias policiales contra el independentismo vasco y no repara siquiera en la cantidad de testimonios de tortura que, en boca de esos mismos detenidos, han pasado por ese mismo juzgado; ese mismo órgano judicial, la Audiencia Nacional, que fuera heredero del TOP franquista y aún el propio Consejo General del Poder judicial que ahora suspende al superhéroe y que ellos, los lloricas, ahora atribuyen una ontológica esencia fascista.

Los mismos que eludieron exigir responsabilidades a toda esa caterva de franquistas reconvertidos, a los que pusieron sin solución de continuidad en los mismos puestos judiciales y policiales que todavía ocupan, esa cuadrilla de desmemoriados que traicionaron los más sagrados principios por los que fueron asesinados sus familiares, ahora se indignan por la destitución de su Spiderman justiciero.

Mientras la izquierda independentista vasca, casi a solas, reivindicaba una ruptura con el régimen genocida, estos menesterosos políticamente se codeaban con la derechona para fabricar una jaula a los pueblos ibéricos, la Constitución española; pactaban la reducción de salarios a la clase trabajadora en los vergonzosos pactos de la Moncloa y aplaudían las sucesivas leyes antiterroristas que recortaban los derechos del detenido, mientras veían indolentes las reconversiones industriales que, como ahora, lleva a cabo la socialdemocracia para mayor gloria de la oligarquía. ¿A qué vienen ahora esos suspiros por la democracia? ¿A qué esos mohines de impotencia? Sólo cosecháis lo que habéis sembrado y alimentado, la bestia fascista.

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