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ANÁLISIS | PROGRAMA NUCLEAR IRANÍ

EEUU acota el terreno de juego a las potencias emergentes

La iniciativa de dos potencias emergentes para solucionar la cuestión iraní ha sido percibida como una bofetada por EEUU, aunque esté gobernado por un multilateralista como ObamaBrasil y Turquía, cada una con su peso y peculiaridades, han irrumpido en la arena internacional con la intención de quedarse. Y ya no lo ocultan.La emergencia de un mundo multipolar puede, como la política, hacer extraños compañeros de cama. E incluso forzar tríos, o, en su caso, parejas a tiempo parcial

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Dabid LAZKANOITURBURU

EEUU ha reaccionado con cajas destempladas al anuncio de un acuerdo logrado por Brasil y Turquía para zanjar de una vez por todas la polémica en torno al programa nuclear iraní y ha decidido pisar el acelerador presentando al Consejo de Seguridad una resolución que daría ua vuelta de tuerca en las sanciones contra Teherán.

La Administración Obama trata así de cerrar el boquete abierto por esas dos potencias,, la primera económica y la segunda regional, en sus planes para mantener la presión contra Irán. Aunque vista la celeridad de la reacción y el nerviosismo patente en la clase política de Washington, da la sensación de que ya no es Irán y su programa nuclear lo que más preocupa a EEUU, sino la osadía mostrada por los gobiernos de los dos países emergentes y, lo que sería peor, la situación que generaría un eventual éxito de su labor de mediación con Teherán.

Los líderes brasileño, Lula da Silva, turco, Recep Tayip Erdogan e iraní, Mahmud Ahmedinejad anunciaron un acuerdo por el que Teherán accedería a entregar a Turquía 1.200 kilos de uranio débilmente enriquecido. Recibiría a cambio 120 kilos de combustible nuclear altamente enriquecido para ser utilizado con fines científicos y médico.

El acuerdo es similar al que propuso EEUU el pasado otoño. Sólo cambiarían los escenarios del trueque. En la anterior propuesta, el uranio básico era entregado a Rusia y era el Estado francés el que se encargaría de devolver el enriquecido.

El Gobierno iraní se mostró entonces y en principio de acuerdo con aquella propuesta, pero adujo falta de confianza en los protagonistas del intercambio para dar marcha atrás.

Teherán siempre ha sostenido que la entrega del uranio debería tener lugar en suelo iraní. Y mantuvo esa exigencia hasta el último momento durante las 18 horas de reunión que mantuvo el ministro de Exteriores de Irán, Manuchehr Mottaki, con sus homólogos brasileño, Celso Amorim, y turco, Ahmed Davutoglu.

Pero al final accedió al compromiso y las tres delegaciones lo anunciaron en medio de muestras de euforia, un ambiente en el que tanto Lula como Ahmedinejad y Erdogan se permitieron hacer chanzas pidiendo las cámaras a los periodistas presentes y sacándose fotos entre ellos.

Una alegría que sentó como un tiro en Washington. Nada más conocerse el anuncio, el Gobierno estadounidense y algunos de sus aliados europeos, sin olvidar a Israel, lanzaron un contraataque diplomático minimizando su alcance y poniendo en duda la voluntad real de Teherán.

«Por qué fiarse ahora de un acuerdo similar al que Irán rechazó en octubre pasado...», preguntaban algunos diplomáticos occidentales, mientras otros ponían ahora el acento en que Irán «podría llegar a fabricar con los 120 kilos de uranio enriquecido una bomba sucia». No faltó quien comenzó a hacer la cuenta de la lechera recordando que, en octubre, el uranio que iba a ser enviado al extranjero suponía el 75% de las reservas iraníes, mientras ahora supondría sólo el 58% (y es que las centrifugadoras iraníes siguen funcionando a pleno pulmón).

Una tesis esta última que parte del principio de que Irán no tendría derecho a seguir enriqueciendo uranio, aunque sea débilmente, lo que contradice los principios del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que recoge, tal y como recordó Erdogan y reivindicó simultaneamente el Gobierno de Teherán, que «todo país tiene derecho a procesar uranio para uso civil».

Que el Gobierno de EEUU no reconoce tal derecho a Irán es ya una constatación. Alega para ello una «cuestión de confianza» -concretamente de desconfianza-. Washington tiene la firme convicción de que Irán busca el arsenal nuclear. Que este último país lo niegue por activa una y otra vez no es suficiente en boca de su enemigo histórico.

Y no es cuestión de credibilidad. Si Teherán tiene poca a este respecto -disponer realmente del arma nuclear tras la experiencia de Irak se ha revelado. paradójicamente, un seguro de vida insustituible-, lo que realmente cuenta es la naturaleza del régimen iraní y su posición estratégica.

Países con similar o incluso menor crédito nuclear han sido y son bendecidos por Washington. Y el caso de Israel es paradigmático. Potencia nuclear con hasta 200 ojivas, Tel Aviv no ha firmado ni el TNP y practica con alevosía una política de silencio oficial al respecto. Ni siquiera se toma el trabajo de desmentirlo, en virtud de un acuerdo que firmó con Washington en plena Guerra Fría.

El Gobierno sionista, que ha reunido a su Gabinete de emergencia estos días, guarda oficialmente silencio aunque fuentes oficiales han llegado a acusar a Irán, en una muestra más de su cinismo, de «intentar engañar a todo el mundo» con el nuevo acuerdo con Brasil y Turquía.

Escasas 24 horas después de su anuncio, la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, sorprendió al anunciar la presentación del borrador de una nueva resolución con más sanciones contra Teherán, tras calificar el acuerdo de «simple tentativa para bajar la presión». La ex primera dama aseguró que el proyecto de resolución «es la mejor respuesta que podemos añadir a los esfuerzos registrados en Teherán en los últimos días». ¿Salida de tono irónica o un intento de dejar abierta la puerta a un compromiso? El tiempo lo dirá.

Lo que está claro es que esta celeridad y determinación ilustra el malestar en la Administración Obama, quien precisamente había alentado a Lula en su misión en Irán -Washington la llegó a presentar como la última oportunidad para Teherán-.

Brasil, miembro de pleno derecho del club de las potencias emergentes, y Turquía, aliado histórico de EEUU pero que con el Gobierno islamista de Erdogan ha empezado a volar en solitario y ha tenido crecientes fricciones con EEUU -al que negó el tránsito en su invasión de Irak- y con Israel -que recela de su creciente acercamiento a Irán y Siria-, pueden marcar su impronta en uno de los grandes dossieres internacionales de la actualidad y éso es percibido como una bofetada por el cada vez menos solitario imperio, aunque esté dirigido por un multilateralista como Obama.

Ya hay quien asegura que es esa inquietud, y no la cuestión de la resolución de la cuestión nuclear iraní la que ha guiado la salida de tono de Washington.

En Israel muchos dan por descontado que EEUU se ha resignado ya a un Irán con el arma nuclear. Cierto es que esta tesis refuerza a los halcones sionistas, que insisten en una operación quirúrgica de bombardeo contra las instalaciones iraníes. No obstante, si tenemos en cuenta que la resolución presentada por EEUU en el Consejo de Seguridad -y van cuatro- es similar a la que el mismo órgano ejecutivo de la ONU aprobó contra Corea del Norte, inmediatamente surgen dudas sobre su efectividad.

Por de pronto, las cinco potencias nucleares dieron el visto bueno al procedimiento para una futura votación de la resolución. Y eso que China había mostrado horas antes su pleno apoyo a la iniciativa turco-brasileña. Rusia apoyó explícitamente el contenido de la resolución, en una vuelta de tuerca más en su alineamiento con EEUU en la cuestión iraní -un acercamiento que puede tener relación directa con contrapartidas por parte de Washington en cuestiones sensibles para Moscú como la no injerencia en sus patios traseros (Europa Oriental y Cáucaso)-.

Más complejo resulta analizar el gesto salomónico chino de contentar a tirios y troyanos. La llamada «diplomacia tranquila» de Pekín es tan insondable como precedible y rara vez opta por el enfrentamiento.

No obstante, puede tener su explicación en que EUU estaría tratando de que China participe de su preocupación por el hecho de que esas medianas potencias estén reivindicando su nuevo papel y su posición en la arena mundial, si hace falta más allá del selecto club nuclear de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Tanto Turquía como Brasil son actualmente miembros no permanentes del Consejo y Lula se ha marcado como objetivo reivindicar un asiento permanente, junto con otras potencias emergentes como India y un representante africano, en esa mesa heredera de la Guerra Fría.

Estos días, y al calor de su éxito diplomático, han exigido un asiento en el Grupo 5+1 sobre el programa iraní. Alemania participa también en esta iniciativa junto a los «Cinco» pese a que ni siquiera es miembro del Consejo.

En otro intento de cortar las alas a estas medianas potencias, varios analistas han aireado intereses poco menos que espúreos para criticar la mediación de Brasilia y Ankara. Traen a colación que el 30% del gas que consume Turquía proviene de Irán, con el que tiene un intercambio comercial anual de 9.000 millones de dólares, lo que pondrían en peligro nuevas sanciones.

Estos expertos apuntan además a que ambos países estarían tratando con su mediación de avalar sus respectivos programas nucleares civiles.

Incluso reconociendo su verosimilitud, estos análisis ocultan la mayor: que las potencias, capitaneadas por Washington, que presionan a Irán lo hacen también por intereses, las más de las veces más bastardos que los de los países acusados.

De lo que no hay duda es de que, cada uno con su peso y su propia idiosincrasia, Brasil y Turquía son potencias que han llegado a la arena internacional para quedarse. Y no lo ocultan.

El subcontinente gobernado por Lula gana peso de año en año. Tras una primera legislatura más centrada al interior de los aún ingentes problemas del país, Lula está culminando su segunda etapa con un protagonismo creciente. Tras su amago con la cuestión hondureña -su embajada en Tegucigalpa permitió el regreso del presidente Zelaya, derrocado por un golpe de Estado hace un año-, se ha implicado de hoz y coz en la cuestión iraní y ha elevado el tono de sus críticas-exigencias de un orden internacional nuevo, no dominado en exclusiva por la gran potencia.

Hay fundados rumores de que Obama habría barajado ofrecer a Lula, que deja la presidencia a finales de año, la dirección del FMI, cargo hasta ahora ocupado por estadounidenses, en un intento claro de acallarlo y domesticarlo.

Turquía ya ha dejado de mirar a una Europa que le da largas a su histórico proyecto de integración en la UE y se ha girado sobre sí misma y sobre la estratégica región de Oriente Medio. El Gobierno islamista del AKP no oculta su intención de configurarse como parte necesaria en una eventual negociación que ponga fin al drama palestino, lo que le obliga a destejer decenios de alianza con Israel, el otro gran gendarme histórico de EEUU en la zona.

Y la útima iniciativa de ambos tiene tal calado que se han atisbado grietas en el frente occidental que lleva años amenazando a Teherán. El presidente francés, Ncolas Sarkozy utilizó la misma expresión que la avanzada por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para saludar la iniciativa como «un paso positivo».

Un desmarque que no ha pasado desapercibido y que constata, además de las excelentes relaciones entre París y Brasilia, el intento de la siempre gaullista Francia de mover sus propios peones.

La emergencia de un mundo multipolar puede, en este sentido, hacer, como la política, extraños compañeros de cama. E incluso forzar tríos. O, en su caso, parejas a tiempo parcial.

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