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Crónica | La afición del Olympique, en París

De viaje con el caledonio que toca la guitarra

El TGV parte a media mañana desde Hendaia. Primero se detiene en Donibane Lohizune y luego en Biarritz. Allí se monta una avanzadilla del desembarco de aficionados del Biarritz Olympique que llegarán hoy a París para presenciar en directo la final de la Heineken Cup, la Copa de Europa de rugby.

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Imanol INTZIARTE

El viaje durará más de cinco horas, pero eso no parece preocupar en exceso a cuatro hinchas que, bien pertrechados, toman asiento. La experiencia es un grado y los integrantes del grupo rondan la cincuentena. Varias bolsas -de una de ellas asoman tres barras de pan- y una nevera portátil permiten augurar que la sed y el hambre no están entre la lista de invitados en este trayecto.

Para abrir el apetito, nada mejor que el consabido aperitivo a base de Ricard. El pequeño frigorífico esconde una bolsa repleta de hielos con los que aligerar y refrescar la anisada bebida. El tren traga kilómetros mientras aparecen sobre la mesa las viandas: jamón serrano -¿será con la denominación de origen de sus rivales de Baiona?-, paté y un pollo asado, todo ello regado con tinto bordelés.

No son los únicos que viajan en la víspera de la gran final. En el vagón donde se ubica el bar-restaurante se escucha bullicio. Impresionante, un tipo enorme toca la guitarra mientras cuatro jóvenes le acompañan en los coros. En el repertorio no faltan algunas canciones en euskara como «Txoria txori» o «Lau teilatu». Tampoco los clásicos ánimos al BO y algún lema contra el Aviron de Baiona. Ya se sabe lo que es el pique entre vecinos, más teniendo en cuenta la antagónica campaña de unos y otros.

El instrumento musical parece de juguete en manos de la mole de rasgos samoanos. Medirá unos 190 centímetros y su peso, a ojo de buen cubero, será superior a los 130 kilos. Tiene pinta de ser ex jugador. Además, le delatan sus deformadas orejas, producto del roce en las melés. El cuarteto de la pantagruélica comida aparece para sacarnos de dudas.

Uno de ellos, Nicolas, nos cuenta que el émulo de Paco de Lucía se llama Oscar y es de Nueva Caledonia. Jugó en el Biarritz Olympique y llegó a ser dos veces campeón del Top 14. «Era muy malo, pero muy grande», nos comenta entre risas.

Al parecer, le gustó tanto Euskal Herria que se quedó a vivir. «Sus dos hijos son enormes, como él, y juegan en las categorías inferiores». La cantera rojiblanca ya está preparando una nueva hornada de piliers.

Mi lamentable francés delata que soy del sur del Bidasoa y el hermano de Nicolas se pone serio cuando pregunta a qué cárcel voy de visita. Cada fin de semana son muchos los ciudadanos vascos que se ven obligados a recorrer este trayecto por culpa de la dispersión penitenciaria. 170 euros por persona sólo la ida y la vuelta en tren, sin contar otros gastos.

Pero en esta ocasión el motivo del viaje es alegre. No faltan las bromas sobre la diferencia de talla con mi tocayo Harinordoki, el dorsal 8 de los rojiblancos. Los labortanos se interesan por el posible ascenso de la Real y se arrancan a voz en grito con el himno blanquiazul, el Txuri Urdin. Parece que el hecho de que el Biarritz suela jugar en Anoeta ha acercado a ambas ciudades. Otra forma de hacer país.

La voz de la experiencia

Aparece de la nada una caja de cervezas y la tertulia retorna al rugby. Todos coinciden en que el Stade Toulousain es favorito -su actuación en el Top 14, donde ha caído en semifinales, así lo acredita- pero Oscar tira de manual para recordar que «son 80 minutos y hay que jugarlos». Su experiencia le avala y el resto asiente.

El tren se detiene en la estación de Montparnasse y los viajeros se dispersan en la vorágine. Durante la mañana y el mediodía de hoy irá llegando la gran oleada. La línea 13 del vetusto metro parisino acercará a miles de aficionados a los exteriores del Stade de France, en el barrio de Saint Denis. La tranquilidad de ayer dará paso a la algarabía.

80.000 gargantas rugirán para animar a unos u otros colores, centenares de ikurriñas ondearán al viento. Todo el billetaje está vendido y la reventa seguirá funcionando hasta que el balón ovalado reciba la patada inicial. No faltarán, entre otros hits, los conocidos sones de «Paquito Chocolatero», elevado a la categoría de himno oficioso de los de Biarritz.

Hasta la fecha, sólo dos equipos vascos, ambos de balonmano masculino, han logrado el máximo título continental: Bidasoa en 1995 y San Antonio en 2001. Tras la derrota sufrida en Cardiff ante el Munster irlandés en 2006, Biarritz tiene su segunda oportunidad. Y su fiel afición estará aquí para vivirlo en directo.

 

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