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Raimundo Fitero

Con barretina

Hay muchas maneras de llamar la atención, de abrir telediarios o de estar presente en las portadas de los medios escritos de papel o digitales. La más estrafalaria es hacer el paseíllo de inicio de una corrida de toros vestido con el anacrónico traje de luces de torero, cubierta la cabeza no por la montera de uniforme sino por una barretina y recubierto el cuerpo no por un capote de paseo, sino por la senyera. El individuo que ha realizado este acto por duplicado, una vez en la Monumental de Barcelona y la otra en Las Ventas de Madrid, se llama Serafín, y se disfraza de esa guisa para reivindicar, la continuidad de las corridas de toros en Barcelona, en Catalunya, porque dice que el Parlament quiere acabar con ese acto donde se sacrifican en ritual salvaje y torturador al menos a seis astados que han comido, por lo menos, cuatro hierbas frescas de su dehesa. Además lleva escrito en la senyera «La libertad no se prohíbe», una frase que se torna demagógica, que ayuda al escarnio, utiliza la cuatribarrada para un reivindicación extemporánea, contribuye al escarnio de Catalunya, cuando no al anticatalanismo tan en boga y sobre todo en los cosos taurinos, hábitat de actitudes excesivamente castizas y «nacionales».

Serafín ha encontrado su manera de conseguir contratos al venderse como un perseguido. No está mal la estrategia de comunicación, pero mirando las imágenes tantas veces emitidas de sus dos paseíllos se descubre la auténtica realidad: en la plaza de Barcelona todo lo que captaban las cámaras era cemento, es decir los tendidos estaban vacíos. Las corridas de toros en Barcelona no tienen público a no ser que toree José Tomás que, por cierto, tiene un apoderado catalán. Los turistas ya no acuden con la misma ingenuidad y sin dinero público, no hay toros que valgan. Lo de Madrid es otra cosa, es su famosa y promocionada Feria donde acude el mundo de las finanzas, del espectáculo, de la política y unos cuantos miles de aficionados. Digo yo que no hace falta prohibir, simplemente con no subvencionar, el negocio se acaba, a no ser que además de clonar toros, clonen aficionados taurinos, es decir, seres genéticamente fuera de época.

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