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Maite Ubiria Periodista

De burkas y capuchas

Ya nos lo dejaron claro los libertadores occidentales en su guerra contra Afganistán. Los mismos que invadieron ese país para, entre otras bondades, rescatar a las mujeres de la terrible burka, colocaron capuchas e infligieron torturas a los detenidos en Guantánamo.

Esta semana, el Gobierno francés, a propuesta de nuestra compatriota Alliot-Marie, ha dado el primer paso para prohibir la burka en las calles de la República. Pocas horas después, la Policía francesa ha colocado la capucha sobre la cabeza de unos ciudadanos en Lapurdi.

La ministra dice que «los velos que cubren el rostro no pueden ser tolerados en ningún lugar público». Las capuchas, sin embargo, son empleadas para los vascos sin que ello le plantee a la titular de Justicia ningún conflicto sobre la libertad.

Digámoslo todo, el Gobierno francés se plantea castigar más fuerte al hombre que obliga a una mujer a llevar el velo extremo. ¿Amonestará a unos policías que encapuchan a unos ciudadanos a los que les ampara la presunción de inocencia ?

Los agentes, sotto voce, explican que utilizan las capuchas para proteger, precisamente, los derechos de esas personas. A buen seguro, tal argumento, pronunciado por uno de esos hombres que imponen la burka a una mujer resultaría aborrecible para la inspiradora de una norma que, como las operaciones a bombo y platillo, dará más titulares que soluciones.

Los presupuestos para desarrollar programas de desarrollo en los llamados «barrios populares» se han congelado. Imperativos de crisis. Quitémosnos el velo. Preocupado por el creciente descontento social, el Gobierno francés ya arremetió, antes de esta fiebre anti islamista, contra otros rostros cubiertos.

El sarkozysmo se lanzó, el año pasado, contra las capuchas. No hablo, por descontado, de las que portan los policías en esas cités en las que, a la vista de todos, se hacina la injusticia, sino de una norma destinada a castigar a aquellos ciudadanos que, en las manifestaciones contra las políticas gubernamentales, emplean el pasamontañas.

La política de ocultar tras un tupido velo los problemas sociales es una práctica vieja. Tan caduca como la receta de taparse los ojos para no abordar los conflictos políticos. Ese rosario suena monótono en Euskal Herria, donde la voluntad de cambio político y social se impone, hoy con más fuerza que ayer, dispuesta a romper inercias y hacer caer las últimas máscaras.

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