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Mertxe Aizpurua Periodista

Monstruos reales

Si lo poco que le suscita ya sorpresa extraordinaria proviene de la ciencia, laméntese conmigo, porque ahí tiene un signo inequívoco de que vamos encaminándonos hacia la plenísima madurez. Si, además, esas sorpresas le causan perplejidad y le sobrepasan, es señal irrefutable de que ya ha traspasado el portal. Créanme si les digo que lo de la clonación, junto con la multiplicación infinita de los aberrantes enanos de jardín, es una de las cuestiones científicas que más me preocupan últimamente. Hace ya catorce años de la oveja Dolly, aquella que nació solo de madre y que murió, la pobre, prematuramente. Ni entonces ni ahora entendí la virtualidad práctica de la clonación, a no ser que fuera la de evitar la extinción de especies y en esto, curiosamente, nadie parece mostrar especial interés. Las lagartijas, por ejemplo. El cambio climático las amenaza y a nadie se le ocurre clonarlas, con lo fácil que debe ser, tan pequeñas y escuálidas ellas. La novedad más reciente es una copia selecta de un magnífico toro de lidia. Éste al menos tenía padre, pero la clonación genética no incluye herencias como bravura, nobleza o coraje. Así que no consigo descifrar el para qué.

El torito negro clonado es de una apariencia tan normal que inquieta y asusta. A su lado, el mítico Minotauro es casi tranquilizador. Extraño y temible, sí; pero identificable: una mezcla perversa, un accidente, un castigo o una gran tragedia; como los faunos o Medusa. Este torito, sin embargo, no se sabe lo qué es. Lo que desata el escalofrío de terror es que la rareza de estos clones resida en su perfecta normalidad. Ahora es el exceso de realidad lo que produce monstruos.

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