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Cuando la música es la mejor medicina

La musicoterapia, aunque ha recibido un fuerte impulso en los últimos años en el ámbito profesional, sigue siendo una especialidad desconocida para la gente de a pie. Capaz de actuar en diversos ámbitos, desde los problemas cognitivos a los cuidados paliativos, se va integrando poco a poco como un recurso valioso para las instituciones sanitarias.

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Mikel CHAMIZO

La creencia de que la música puede sanar el cuerpo se remonta a un pasado muy remoto. En algunos papiros procedentes del antiguo Egipto se defiende que los cánticos podían curar la esterilidad, los dolores reumáticos y las picaduras de insectos. El jeroglífico que representaba la música era, además, el mismo que el de los conceptos de «alegría» y «bienestar». En la cultura helenística se creía firmemente que la música de flauta podía aliviar los dolores de ciática y gota, y el efecto de la música sobre el carácter de las personas era casi un asunto de estado para algunos filósofos. También son numerosos los mitos en torno al poder curativo de la música, como el que dice que en el 324 a. C. la melodía de la lira revertió a Alejandro Magno de su locura, o la historia del Antiguo Testamento que explica como David alivió la depresión del rey Saúl tocando el arpa.

Pero los inicios de la musicoterapia, como especialidad científica, son mucho más recientes. En el siglo XIX se realizaron varias investigaciones sobre los efectos fisiológicos de la música, midiendo sus incidencias sobre la respiración, el ritmo cardíaco, la circulación y la presión sanguínea. Fueron los primeros pasos de la musicoterapia, avances valientes que lograron que en la década de 1940 se empleara ya como una rama de la medicina recuperativa para contribuir al mejor equilibrio psicofísico de las personas.

¿Qué cualidades posee la música que puedan sanar cuerpo y mente? Para Sergio González, el joven director del Centro Anayet, un centro pionero en el Estado español en la aplicación práctica de la musicoterapia, el secreto reside en «la vibración sonora. Es el componente que ejerce influencia en el organismo, porque se trata de una vibración física. Todo en el cuerpo, cerebro, órganos, tiene una vibración». «Hazte una idea -prosigue María Martínez, terapeuta del centro de un chamán-, con gente alrededor percutiendo y vibrando instrumentos. Ese ritmo, ese sonido y ese movimiento afecta al organismo por medio de las vibraciones». Aunque eso es sólo un aspecto, de los más complejos, eso sí, de las investigaciones de la musicoterapia. Otra de las cualidades más importantes de la música para su uso terapéutico es que abre un canal de comunicación independiente de la presencia o ausencia de lenguaje hablado. «La música es un lenguaje universal -explica María- y tiene unas capacidades estéticas y creativas que afectan a todos los seres humanos, incluso a los pacientes que presentan problemas cognitivos. El ser humano es más que intelecto: somos también espiritualidad y afectividad, y por eso la música es tan efectiva a la hora de ayudar a las personas a sentirse bien».

La musicoterapia se dirige a un espectro de pacientes muy amplio. Incluso para personas sin discapacidades o dolencias, se trata de un ejercicio enriquecedor a nivel físico, emocional y mental. Y cada paciente recibe un tratamiento totalmente personalizado. Según Sergio, «la musicoterapia tiene una característica muy propia, y es que el programa se va construyendo a medida que se va desarrollando. No hay una duración determinada ni existe una estrategia establecida desde un principio. Se trata de lanzar estímulos musicales, analizar las reacciones y, en base a eso, ir construyendo una identidad musical entre el terapeuta y el paciente. Aunque dos personas presenten la misma discapacidad, el acercamiento de la musicoterapia puede ser muy diferente en los dos casos, pues se trata de personas diferentes».

Aunque el espectro de sus aplicaciones es muy amplio, la musicoterapia ha recogido algunos de sus mejores frutos con niños autistas. «La música establece un canal de comunicación para el niño autista -explica María-. El niño no tiene lenguaje verbal, no interrelaciona con nadie y vive aislado del mundo, pero se comunica conmigo tocando junto a mí. Reacciona ante el estímulo sonoro y gracias a eso pasan cosas: estamos tocando a la vez y el niño lo siente, nota esa comunicación, y su oído es capaz de escuchar y de sentir que hay alguien a su lado que le está comunicando afecto e interés». En los Estados Unidos llevan ya muchas décadas aplicando tratamientos de musicoterapia a niños autistas, con resultados espectaculares en algunos casos. «Pero es un trabajo muy laborioso -advierte María-, un proceso a largo plazo de acercamiento entre el niño y el terapeuta».

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