CRÓNICA Umore azoka
Zascandileando por Leioa hasta dar con un pétalo perdido
La biodiversidad debe considerarse el valor absoluto de la creación artística, y cuando la temperatura acompaña, las chaladuras de los cómicos tienen un marco azul inabarcable que les contextualiza. Nadamos en abundancia de sorpresas, confluímos en cualquier esquina. Buscamos un suspiro.
Carlos GIL
El feriante hace unos cuantos kilómetros subiendo y bajando cuestas, esquivando escaleras, atravesando solaneras o fundiéndose con las masas de espectadores ávidos de encontrar un espacio desde el que ver el espectáculo en las mejores condiciones. Se trata de una lucha estratégica. Colocarse en el lugar preciso en el momento adecuado es fundamental. Se pueden batir varios récords. La mayor cantidad de obras vistas de soslayo y de manera fragmentaria y la de veces que confundes tus pasos y acabas retratado en una reiteración o en un atasco. Los planes y el orden se desbaratan. Es arte en vivo. Son públicos vivos. Y los bares siguen abiertos.
Por orden de aparición en nuestra escena atrabiliaria: emigrantes, cruces de lenguas, mirada solidaria con toques de tópicos. Llegan de Castilla-La Mancha, se llaman Muneka & Trabalenguas - Estudio Abierto y su espectáculo lo dice casi todo «Emigrantes». Juego de actores, de escenografía móvil. Niños siguiendo las acciones con ganas de participar. Apunto en mi agenda, «¿qué hacemos con los niños?». Su energía no me deja discernir lo que veo y escucho.
Repaso los ajustes y recomposición de «Olympikas 2012» de Hortzmuga Teatroa que habíamos visto estrenar hace unos meses. Han ajustado tiempos, han perfilado mejor los objetivos. No han cambiado sustancialmente. Los niños siguen atentos. Llego tarde y mal para ver a los navarros de Oreka Zirko con sus «Piratados», encuentro buena conjunción, mezcla de estilos, ganas de agradar, juventud, talento, escenas muy corales bien coreografiadas, la parodia. Y los niños atentos a las jugadas. La música estridente nos colapsa algún sentido. Estrenan «Habitus mundi», una coproducción entre los murcianos de Nacho Vilar Produccions y los vascos de Gaupasa Producciones. Monjes y monja bailando, estableciendo relaciones con su dios, se enfrentan los pecados y la virtudes y ganan las pasiones, el gozo, la vida. Es itinerante. Pero este año la itinerancia es espasmódica, interrumpida, sin continuidad. Hay que solucionar esta cuestión geográfica. Acaban con una buena traca. Hay actores, música, argumento, dramaturgia, color, humor, complicidad. Y los niños se alejan, o se disfrazan.
Un clásico, unos clásicos, Trapu Zaharra. Fieles a sí mismos. Fieles a su estilo, a su propio clasicismo. Dan una lección de pragmatismo, de experiencia y utilizan un andamio que cubre una fachada para subirse y llamar la atención. Poco importa lo que cuenten, es imposible seguirlos. Ellos actúan a pie de rulote de camping, casi una identificación de marca, hacen de lo suyo. Han recuperado actores, sigue el mismo estilo. Uno se ríe. Uno de desternilla. Otro se descojona de risa. Y los niños acaban confundiéndose con el paisaje. Ganan los adultos, a codazos. Bravo, sabemos que siempre nos quedarán los Trapus.
Fino estilo, buen equipo de dantzaris, concepción adecuada, es «Jai Alai» que presentan Ados Teatroa & Aukeran Dantza. La disfrutamos durante unos minutos. Nos sacia, nos abre la reflexión. ¿No hay una saturación de espectáculos de sublimación esteticista de las danzas vascas? Lo hacen bien. Lo hacen muy bien. Lo contemplo muy desde fuera. Es mi problema. Y no hay niños. Estamos a la sombra.
El Negro y el Flaco plantean, para niños y público en general, un trabajo de instrumentos de percusión, músicas clásicas, vestuario romántico, reminiscencias de viejo circo. Lo vemos de pasada, empieza a anochecer, los niños van desapareciendo. Entramos en otra fase. Llegan los jóvenes, las cuadrillas, los que buscan otra relación más festiva con los espectáculos, y lo encuentran, las posibilidades son todas.
Nosotros nos reservamos para el espectáculo final del día, otro estreno a cargo de los salmantinos de La Saca, que llegan con un «Orfeo». Majestuosa escenografía frontal, una estructura de andamios que urbanizan, pero inopinadamente, a un lateral hay otro foco de atención, en la primera media hora, la pérdida de eje nos despista. Nos perdemos. No acabamos de recuperar el resuello mental. Nos dispersamos, nos aturdimos. Es nuestro cansancio, y es una falta de consistencia dramatúrgica, de una interpretación sobrecargada de gestualidad, de obviedades. Nos da coraje ver que tanto esfuerzo se puede perder. Nos movemos, buscamos un asidero. Al final, después de tanto zascandilear, encontramos en una sonrisa un pétalo perdido. Lo guardamos. Hasta la próxima.