GARA > Idatzia > Kultura

«Mi música no busca mezclar nada, es una expresión de mí mismo»

p040_f01_148x244.jpg

Zad Moultaka

Compositor

Zad Moultaka (Líbano, 1967) es uno de los compositores más interesantes entre los que desarrollan su actividad en el Estado francés en la actualidad. La mezcla de elementos árabes y occidentales en su música, fruto de una visión crítica de su propia cultura, ha llamado la atención del público por su belleza y fuerza expresiva.

Mikel CHAMIZO | MADRID

En el Estado español sigue siendo un compositor casi ignoto, pero en el Estado vecino, el libanés Zad Moultaka, antiguamente concertista de piano, se ha ganado rápidamente un hueco entre los compositores más activos y respetados por el público entendido, que ha acogido con agrado su arriesgada propuesta musical, a medio camino entre la tradición árabe y la occidental.

En 1993 usted renunció a una carrera de gran futuro como concertista de piano para dedicarse a la composición. ¿Por qué tomó una decisión tan drástica?

Cuando tenía seis o siete años tuve mi primer contacto con la música por medio de la composición, antes incluso que el piano. Estuve componiendo desde los seis hasta los catorce años, y en ese punto decidí dejarlo para ser pianista. Pero con veintisiete años empecé a sentir que me faltaba algo, que tenía la necesidad de expresarme por medio de la composición. Tenía el cerebro repleto de sonidos, y todo lo que ocurría a mi alrededor, los problemas políticos y la situación de Líbano me sirvieron de revulsivo para volver a componer. Fue un retorno a mi primer amor, y podía decir más cosas al mundo en que vivía de esta manera que tocando a Schubert, Brahms o Beethoven. Para mí era muy importante decir algo, pensar sobre lo que ocurría a mi alrededor y descubrir cuál era mi posición en la sociedad como hombre y como individuo.

¿Fue duro renunciar al piano?

El dejar de tocar el piano fue una decisión muy dura. ¿Cómo puedes dejar de ser pianista, algo que has sido toda tu vida? Pero estaba en una gran crisis personal y por un espacio de tiempo pensé seriamente que la música ya no era para mí, que era el fin de mi carrera. Fue en ese momento cuando empecé a reflexionar y a sentirme más identificado que nunca con mis raíces musicales, con toda esa música, oriental o no, que había escuchado desde niño, a mi alrededor, en la calle, en la iglesia, en la televisión... Volví a sentirme parte de la memoria colectiva de mi pueblo, y empecé a investigar, por medio de la composición, cómo extraer mi propia voz de entre todo ese legado de influencias musicales que convivían en mi mente. Muchas veces me han dicho que no era necesario que abandonase el piano, que podía combinar los dos aspectos de compositor e intérprete. Pero para mí fue necesario, necesitaba hacer un punto y aparte en una relación con la música que no me satisfacía.

¿Con qué obra supo que había dado, por fin, con esa voz propia?

Fue con «Zikr», para contralto y orquesta. Antes de «Zikr» había escrito otras dos obras, «Anashid» [2000] y «Zàrani» [2003], muy orientales pero, mientas las estaba escribiendo, yo mismo me daba cuenta de que, en realidad, eran el pasaje a otra cosa, el acceso a otros espacios que yo comenzaba ya a escuchar en mi cabeza y que quería alcanzar como fuese. Eso ocurrió con «Zikr» [2003], que fue el verdadero comienzo.

Usted es una persona especialmente sensible a los problemas sociales y políticos que suceden a su alrededor. ¿Cómo puede leerse esto en su música?

No me gusta utilizar la música para fines políticos. Puede parecer contradictorio en boca de alguien que ha escrito una pieza como «I had a dream...» (una obra para coro, bombo y electrónica que toma como hilo conductor el famoso discurso de mismo título de Martin Luther King). Creo que el propio hecho de componer ya es un acto político, porque los compositores tomamos y sintetizamos en nuestra música lo que nos rodea, una pequeña parte del mundo real. Todo lo que está en la mente termina por estar también en la música, por eso creo que es mejor concentrarme en hacer buena música que en tratar de enviar mensajes políticos.

Siempre ha habido voces críticas que han denunciado la música que funde tradiciones musicales diferentes. Dicen que la música árabe tiene un contexto cultural, social y ritual concreto, y que mezclarla con la música occidental es traicionarlo. Por eso su música me parece especialmente arriesgada de abordar. ¿Cómo acepta usted estas críticas?

Componer siempre implica correr riesgos, y yo sabía desde el primer momento que el camino que me prestaba a tomar iba a suscitar mucha incomprensión. Ahora bien, yo no mezclo música. Mi objetivo no es mezclar música árabe y occidental, sino encontrar mi propio espacio personal. Un espacio que, al haber crecido yo a medio camino entre oriente y occidente, está muy influenciado por ambos ámbitos culturales. Busco un espacio para mi propia resonancia, para lo que yo escucho, lo que vivo y lo que soy. No me dedico a mezclar música sin ton ni son, no hago una sonata a la que le cambio el violín por una darbuka, eso no me parece serio. Bartók fue el primer gran compositor que nos enseñó el camino de lo que yo intento hacer, de cómo se puede profundizar en las raíces folclóricas de una cultura, utilizar una escritura occidental y al mismo tiempo dar forma a un lenguaje propio y personal. Me siento en la línea de autores como Bartók, Ligeti o Kurtág, compositores que se fueron a Francia por cuestiones vitales o artísticas pero que, una vez allí, sintieron que tenían que hacer algo importante con su herencia musical.

Alguna vez le han etiquetado como autor de world music. ¿Qué opinión le merece eso?

Sólo puedo entenderlo como una confusión. Para mí no supone ningún problema, la verdad, pero me da bastante pena por la persona que compre un disco mío pensando que va a escuchar world music (risas).

Su música siempre me transmite una gran tensión, como si hubiera dos fuerzas opuestas luchando en su interior. ¿Es la tensión un elemento importante para usted?

Creo que hay una parte en nuestra personalidad, en la esencia del ser humano, que nos hace estar en tensión entre nosotros mismos, como si nuestro espacio se viese amenazado por el de los demás y tuviéramos que ponernos constantemente a la defensiva para proteger nuestros sentimientos. La vida está llena de tensión, y mi música lo está también porque quiero que sea un reflejo de la vida.

¿Se siente también en tensión con el resto de compositores del Estado francés?

Me gusta muchísimo todo el movimiento de vanguardia actual en Francia y me parece muy estimulante que tantos compositores sigan experimentando e investigando por abrir nuevos caminos en la música. Supongo que muchos de estos jóvenes compositores franceses tienen como ejemplo a seguir a Boulez y al resto de esa generación de compositores de los años sesenta, pero mi historia es una historia diferente a la de ellos. Yo soy de Líbano y he vivido algo la tradición francesa, pero tengo otra cultura y una base de intereses y de preocupaciones estéticas muy diferentes. El resto de compositores franceses y yo tenemos problemáticas diferentes, y es cierto que hace unos años me sentía algo incomprendido en el contexto musical de Francia. Pero a día de hoy todo eso ha cambiado a mejor, no me siento excluído en absoluto.

Amor por la voz humana

Zad Moultaka se hizo compositor de forma autodidacta y cuando ya era relativamente mayor, en una decisión que fue para él liberadora. «No podía ver problemas de todo tipo a mi alrededor y seguir tocando Schubert y Beethoven como si nada», recuerda el libanés, nacido en 1967 y con una infancia y juventud centradas en el piano. De hecho, le iba tan bien como pianista que llegó a grabar un disco dedicado a Brahms y a actuar en salas tan prestigiosas como el Concertgebouw de Amsterdam o las parisinas Gaveau y Pleyel. Tras su abandono del piano y siete años de silencio, Moultaka reapareció en el 2000 con «Anashid», una cantata para solista, coro, orquesta e instrumentos tradicionales basada en textos del «Cantar de los cantares», con la que enseguida llamó la atención de crítica y público por su arriesgada fusión entre la música de tradición árabe y el lenguaje abstracto europeo contemporáneo. Llegaron después «Zàrani», una relectura de los mouwashahs tradicionales árabes para canto, oud y percusión, y una serie de colaboraciones con la famosa cantante libanesa Fadia Tomb El-Hage, «poseedora de una voz única» para Moultaka. Desde aquellos inicios, Moultaka se ha hecho un compositor mucho más internacional, pasando los elementos árabes a ocupar un lugar más discreto en la fisonomía de sus últimas obras, como resultado de «un avance hacia el refinamiento» y de haberse liberado de diversos tabús que antes comprometían la libertad de su lenguaje. Lo que no ha cambiado es su amor por la voz humana, uno de los «instrumentos» más presentes en su catálogo de obras. «El primer material musical que recuerdo es vocal -rememora Moultaka-. Muchos cantos, pero también las piezas para piano de Chopin, que han de ser tocadas como si uno estuviera cantando», explica el libanés, cuyo últimos disco, «Visions», está dedicado íntegramente a la voz. M.C.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo